Desgraciadamente no nos ha sorprendido. Eso es lo triste. Que es tanto el drama que vemos a diario tras el comercio del bulto que se nos ha formado una costra, una especie de caparazón que nos aísla de la dureza de las imágenes que vemos a diario en esta punta de Ceuta. Ayer nos enteramos de la muerte de Soad. Una joven de 22 años, madre de un niño de 4, muerta tras varios días con molestias después de ser aplastada en una avalancha a las afueras del ‘Tarajal II’. Primero fue tratada en Castillejos, después no llegó siquiera a Tetuán, a donde le habían mandado urgentemente. Una joven que pierde la vida como ya lo hicieron años atrás otras compañeras: Bushra, Zhora, Hakima... y más cuyas identidades nunca supimos. Soad era del mismo barrio que las fallecidas en 2009 en la escalera de la muerte que fue clausurada de forma hipócrita por la administración, pero que sigue siendo utilizada cuando viene en gana sin que haya actuación alguna.
Nadie en particular es responsable de la muerte de Soad, lo es el todo, lo es ese tortuoso negocio montado detrás de una práctica tercermundista que no debería ser mantenida ni un minuto más. Las mujeres siguen cargando bultos de forma inhumana, mientras la administración calla con su hipócrita e incumplido 60x40. Las mujeres siguen circulando por unos caminos que no están preparados para el tránsito y en donde pueden formarse avalanchas trágicas tanto en Ceuta como en el lado marroquí. Cada día ocurren milagros, hasta que dejan de pasar y terminan aflorando tragedias como la de esta joven, en la flor de la vida, obligada a cargar un bulto para sacar adelante a su hijo, expuesta a un tránsito a la carrera, a una locura endiablada por conseguir el fardo en unas infraestructuras insuficientes, inauguradas sin sentido, que no sirven, que son una mera muestra del no saber qué hacer con lo que se mueve.
Estamos asistiendo a episodios tan trágicos, tan temidos, que desgraciadamente no sorprende que haya muerto otra joven, como antes murieron otras o resultaron gravemente heridas sin poder incluso moverse. Esta vida no lo es para nadie, no puede permitirse un negocio así, ni se puede pasar página ante un episodio trágico sobre el que nadie quiere pronunciarse. Porque ayer, ni siquiera, las administraciones eran capaces de poner nombre a Soad. Ni eso.