La mítica Villa Harris, que fue morada en Tánger del periodista, espía y aventurero británico Walter Harris a principios del siglo XX, estrenó hoy nueva vida como museo tras haber pasado décadas de decadencia y abandono en la que llegó a ser casino y 'resort' turístico.
La Villa Harris pasa ahora a la Fundación Nacional de Museos (FNM) y comienza su colección con una impresionante donación de 200 obras del mecenas local Khalil Belguench en la que hay obras de destacados orientalistas europeos y de lo más granado de los pintores marroquíes contemporáneos.
"Queremos ir más allá del turismo balneario y atraer un turismo cultural que venga a ver lo que no va a encontrar en otros lugares", dijo a Efe el director de la FNM, Mehdi Qotbi, antes de recordar que Marruecos ha mantenido abierta toda su red de museos pese a las restricciones de la pandemia del coronavirus.
El museo va a estar abierto al público desde mañana mismo, con jornadas gratuitas para estudiantes o para el público marroquí en general y con un sistema de precios asequibles, precisó Qotbi, que viene pilotando la apertura de museos en todo el país en los últimos años.
Símbolo del patrimonio colonial
Hacía años que la Villa Harris languidecía en el olvido, siendo sus jardines pasto de cabras y ovejas que campaban en las varias hectáreas de jardines abandonados, triste testigo de un Tánger colonial con el que Marruecos ha tardado en reconciliarse.
Villa Harris era el ejemplo perfecto de la prepotencia colonial: es sorprendente que un mero periodista, por muy corresponsal que fuera del Times de Londres, acumulara tal riqueza que le permitiera edificar de la nada un palacio rodeado de varias hectáreas de jardines con especies raras de plantas exóticas.
El palacete de Harris, construido en un estilo neomorisco muy en boga a principios del siglo XX, rivalizaba entonces con los poderosos consulados de las grandes naciones con intereses en Tánger: España, Francia, Inglaterra, Italia y Estados Unidos, principalmente, que aún mantienen en la ciudad vestigios de aquel esplendor.
Los consulados tangerinos han permanecido en poder de esos estados, pero las mansiones de sus industriales, sus militares o sus espías fueron pasando sistemáticamente a propietarios locales que les dieron usos de lo más variopintos.
Villa Harris es espejo de estas vicisitudes: cuando el periodista se arruinó, vendió su mansión al potentado español Onofre Zapata, que la transformo en casino, pero también el casino pasó a mejor vida en 1940 y luego fue el Club Med francés el que la compró en 1971 para instalar aquí uno de sus complejos de vacaciones más apreciados, antes de la decadencia de la cadena francesa.
Una vida de novela
La vida de Walter Harris (1866-1933) daría para una película o toda una serie, solo con que fuera verdad la mitad de lo que cuenta en su libro de memorias "Morocco that was" (Marruecos que fue) y que narra sus treinta años de vida en ese país.
Llegó Harris a Tánger a principios del siglo XX, cuando las potencias europeas se disputaban el mapa de África y el de Marruecos; unas ambiciones a las que no escapaba la misma ciudad de Tánger, tanto que la urbe adoptó un "estatuto internacional" con el establecimiento del protectorado franco-español entre 1912 y 1956.
Harris era teóricamente el corresponsal del Times, pero jamás un periodista acumuló tal poder e influencia: su mansión la frecuentaban sultanes, cónsules, coroneles, espías y millonarios, gracias sobre todo a su don de gentes y de lenguas.
El británico hablaba árabe como los locales y, cuando quería viajar discretamente por el interior del país, se vestía con una chilaba y se afeitaba la cabeza, con excepción de una larga trenza a la usanza rifeña.
Fue además el primer rehén del bandido Ahmed Raisuni, el "señor de las montañas", que era por aquel entonces el azote de los españoles, y cuentan que del secuestro salieron siendo amigos y luego Harris hizo de intermediario con Raisuni cuando este profesionalizó su industria del rapto.
Porque lo que a Harris más le gustaba eran la intriga, los pactos y las traiciones, y se jactaba de haberse hecho consejero y amigo de los dos sultanes marroquíes que conoció: Mulay Abdelaziz y Mulay Hafid, a quienes hablaba -decía- con una franqueza que nunca nadie había osado tener con ellos.
También relata que fue el primer europeo que rehusó arrodillarse ante el sultán y poner su frente en el suelo. En sus memorias cuenta constantemente que los sultanes tenían con él todo tipo de deferencias y que también potencias como Francia, España y Estados Unidos agradecieron sus servicios prestados, pero se queja amargamente de que su propio gobierno, el británico, fuera con él el más avaro de todos, tanto en dinero como en palabras.
Las memorias de Harris son una sucesión de aventuras y jugosas anécdotas, trufadas siempre de comentarios ególatras sobre su inteligencia, su perspicacia y su valor, que permiten suponer que era un personaje difícil de controlar, incluso para su Gobierno.
Cuando murió, arruinado, pidió ser enterrado en el pequeño cementerio de la Iglesia Anglicana de San Andrés de Tánger, junto a sus compatriotas. Sobre su tumba aún puede leerse: "Amó a las gentes moras y fue su amigo".