La historia de la pedagogía y el análisis de los planes de estudios de los diferentes proyectos educativos de las distintas asignaturas y materias profesionales ponen de manifiesto que, implícita o explícitamente, todos están elaborados a partir de la concepción de la persona humana y de la sociedad. Podemos afirmar que todas las ciencias son humanas en la medida en la que se proponen mejorar la vida de cada mujer y de cada hombre, y perfeccionar la convivencia de las diferentes sociedades. Parten del supuesto de que la enseñanza implica la totalidad de la persona y, por lo tanto, la educación del carácter, de la sensibilidad social, de la integridad ética, de las capacidades de relación, de los ámbitos artísticos y deportivos, etc.
Estos presupuestos abalan, por ejemplo, la respuesta que Luis Romera proporciona a los lectores que se preguntas sobre las razones en las que se apoyan la creación y la defensa de los proyectos educativos cristianos. En su libro titulado La inspiración cristiana en el quehacer educativo (Editorial Rialp), este teólogo y filósofo, especialista en Metafísica, nos responde de una manera clara y profunda proporcionando los principios, los criterios y las pautas en los que debemos apoyar una correcta concepción de la educación en los diferentes niveles y en las distintas sociedades. Él parte de la definición de educación como una tarea que consiste, no sólo en trasmitir informaciones, sino en proponer modelos de vida humana, humanista y humanitaria que abarquen las diversas dimensiones personales, familiares, sociales y laborales. Esta concepción de la educación se apoya en la convicción de que las tareas de enseñanza se sustentan -se han de sustentar- sobre unos cimientos sólidos de principios teóricos y de valores éticos o, en resumen, sobre una base consistente de presupuestos claramente definidos sobre el ser humano, sobre el bienestar, el amor, el trabajo, la familia, la solidaridad o sobre la justicia. Nosotros sabemos que estos valores, heredados de una cultura milenaria, están enraizados en el principio evangélico de la suprema dignidad de los seres humanos y en el reconocimiento del derecho y del deber de que cada uno seamos protagonistas de nuestra existencia y de la construcción de la sociedad. El autor nos advierte sobre los desafíos de la “posmodernidad”, del “tecnologismo” -no de la tecnología- o del “cientifismo” -no de la ciencia-, que, a veces, rechazan unos conceptos básicos como el de verdad o libertad, y relegan la religión al ámbito privado.
Estoy de acuerdo en que el proyecto educativo cristiano ha de partir del conocimiento y de la comprensión de la identidad individual y colectiva de la comunidad educativa que, como es sabido, está integrada por las alumnas y por los alumnos, por los padres y por los profesores. En segundo lugar, “respetando escrupulosamente la libertad”, ha de prestar atención a la riqueza antropológica cultural y religiosa del cristianismo que interpreta la vida humana como un don, como un regalo cuyo Autor nos invita y nos compromete a comunicar los bienes recibidos generosamente y, sobre todo, a darnos nosotros mismos en las diferentes tareas concebidas como “servicios”.
Especialmente clarificadoras son, a mi juicio, sus explicaciones sobre proyectos de los colegios que asumen la enseñanza teniendo en cuenta el Mensaje Revelado, esa Palabra que ilumina y desvela la clave de la existencia o, dicho de otra manera, la Palabra de la fe, pronunciada por Dios y anunciada por la Iglesia. El autor aclara oportunamente que se trata de una fe pensada y vivida, una fe que supone una llamada y una respuesta para expresar y para vivir, de una manera más plenamente humana, la existencia y el bienestar personales y colectivos. Tengamos en cuenta que, si es cierto que este planteamiento se refiere a todas las disciplinas, se aplica de una manera especial a la asignatura de Religión que, como afirma textualmente el autor, “posee un calado extraordinario, tanto desde el punto de vista intelectual como vital”. Si aceptamos esta afirmación, deberíamos de estar de acuerdo con él cuando afirma que “El profesorado de Religión es la clave en un colegio, en la configuración de un proyecto educativo”, aunque, efectivamente, el humanismo cristiano no se agota exclusivamente en la enseñanza de la Religión.