Son veinte y siempre van juntos. Son los últimos de un colectivo de 54 que hace cuatro años se erigieron en símbolo de una lucha, de una apuesta por conseguir algo tan básico como tener esperanza; una oportunidad para fraguarse un futuro más esperanzador que el mísero pasado que dejaron en su país natal y que el incierto presente que hoy viven en Ceuta.
Sus compañeros ya están en Madrid, intentando modelar esa libertad recién estrenada. A ellos les toca esperar. Se supone que en breve iban a poder marchar a la península. Se supone porque así, dicen, se les prometió, después de cuatro años viviendo en un limbo jurídico y burocrático, atrapados en un círculo del que no pueden salir. A los últimos 20 indios del monte se les conoce bien en Ceuta. Se les conoce en el templo hindú, en donde participan en todas las actividades y oraciones; se les conoce en las áreas comerciales en donde trabajan; y se les conoce en la iglesia, en donde también colaboran. Son algo así como ‘propiedad’ de los ceutíes, o al menos quienes les conocen lo entienden así. Detrás de esas 20 personas hay historias, hay hombres que dejaron atrás a sus familias, su tierra ante las penurias económicas... Hoy toca ponerles un nombre y un rostro.
Babu Ram: Salió en 2005 de Punjab, su tierra, y aquí ha conseguido aprender un oficio
Tiene 23 años y de ellos casi cuatro los ha pasado en Ceuta. En su tierra, Punjab, dejó a sus padres y tres hermanos. No había trabajo para todos y las necesidades económicas eran bastantes. La tienda de comestibles que regentaba su padre no garantizaba la subsistencia de toda la familia, por eso Babu Ram tuvo que marchar de la India. Emprendió un periplo clandestino complicado y no exento de riesgos. Incluso fue testigo de la muerte de varios compañeros en su primer intento por llegar hasta Ceuta. Todavía recuerda aquella noche en la que decidió ocupar la plaza ofrecida en una patera que naufragaría al poco de partir de las aguas marroquíes. “La embarcación dio la vuelta y murieron cinco de los inmigrantes que iban conmigo. Estuvimos dos horas en el agua hasta que vinieron a por nosotros”, recuerda Babu. Ese fue su primer tropiezo en un camino complicado que terminó en Ceuta meses después tras acceder a la ciudad oculto en un vehículo. Atrás dejó su Punjab natal y su paso por otros puntos: Mali, Burkina Fasso, Argelia.
Babu tiene estudios, completó Secundaria en la India y Ceuta le ha dado además del cariño de su gente y de buenas amistades, la posibilidad de aprender un oficio. Lleva ya meses trabajando en una tienda y si fuera a la península se vería capacitado para poder desarrollar sin problemas cualquier trabajo en una ferretería. Aprende fácil y eso le ha servido para formarse. Babu lleva seis años sin saber de su familia. Las escasas noticias que le llegan se resumen en dos palabras: problemas económicos. Su familia pensó que con la marcha de Babu a Europa sus problemas empezarías a solucionarse. No sólo marchaba el hijo, se marchaba la esperanza de salir adelante. La tienda de frutas no daba para mucho y menos en una zona tan pobre como la de Punjab, ubicada al norte de la India y lugar de origen de la mayoría de los indios que ha llegado a Ceuta en estos años. Babu Ram es uno de los 20 de estos inmigrantes más jóvenes y quizá uno de los menos conocidos. Sueña con tener una vida por delante, un futuro, lograr esa mejoría con la que sueña su familia.
Ahora espera en el CETI tras pasar casi mil días en el monte. Mientras espera cuenta su historia, un testimonio que pocos conocen.
Bhupinder Singh: Sabe de agricultura y en su tierra llegó a conducir incluso un taxi. Quiere trabajar
Bhupinder ya gasta 37 años y lleva algo más de seis sin saber nada de su esposa y dos hijos que ya deben de haber cumplido seis y ocho años. Estando en Ceuta se enteró de que su madre había fallecido. Cuando abandonó Punjab lo hizo pensando que pronto obtendría un trabajo para ayudar a todos sus parientes, entre ellos a la que le dio la vida. La agricultura no daba para mucho y aunque Bhupinder aprendió el oficio del padre, las penurias económicas le empujaron a abandonar su casa en 2005. Su familia tuvo que vender el terreno, había que financiar la salida del hijo mayor. Era algo así como una inversión, pero salió mal. Bhupinder lleva más de seis años bloqueado, de ellos cuatro atrapado en un limbo de papeles, leyes, contradicciones y promesas incumplidas. Sabe lo que no está escrito de agricultura e incluso en su tierra trabajo como taxista. Si Bhupinder consiguiera un empleo, podría ayudar a su familia, darles un futuro. Mientras espera, ejerce de aparcacoches en el puerto. Y hacerlo lo hace bien. Atrás queda su historia, su periplo clandestino marcado por dos deportaciones a la frontera con Argelia, la temida Uxda. Pudo sobrevivir al maltrato continuado de unas mafias que no entienden más que de dinero.
Sunny Singh: El especialista: de albañil hasta experto agricultor
bajos de albañilería, es lo que se conoce como enlosador porque es lo que hacía en su tierra. Sunny es fuerte y eso le ha ayudado a seguir adelante, a no derrumbarse cuando, estando en Ceuta, le comunicaron que había fallecido su padre. Era como el ‘cura’ del pueblo, el guía espiritual. Cuando Sunny marchó de Punjab en 2006 le dejó en casa, con su madre, un hermano y una hermana. Se marchaba para buscar un trabajo, una salida, una forma de ganar dinero. Y así emprendió un periplo complicado. Le tocó pasar por dos deportaciones. Y eso no se olvida: que te detengan, te expulsen por la frontera con Argelia, te encuentres con cientos de inmigrantes abandonados a su suerte y a la falta de escrúpulos de las mafias... Sunny sabe bien lo que es pasar dificultades. Lleva ya casi cuatro años en Ceuta, esperando el mismo destino que han tenido sus otros compañeros del monte, que ya se encuentran en la península. Les prometieron salir de forma gradual y creyeron esa promesa.
Ahora espera paciente en el CETI, intentan mantenerse bien física y psíquicamente. Es la única manera de mantener viva una esperanza. Cuenta con una especialidad a sus espaldas, quizá le sirva para ayudarle en la integración laboral que le puede esperar.
Raj Kumar: En la India era electricista, aquí es un aparcacoches
Raj tiene 28 años y actualmente ejerce de aparcacoches. Seguro que algún día habrá servido de eficaz colaborador a más de un conductor en eso de dejar bien colocado el vehículo. Ese es su trabajo, al menos en Ceuta. Atrás dejó otro, el de electricista. Es lo que sabía hacer en la India, su país. Una tierra que no ve desde que en 2006 abandonó su trabajo y a sus parientes. Lo hizo porque no había dinero, porque el hambre apretaba demasiado y porque alguien de su familia tenía que abandonar Punjab e intentarlo. Esa es la meta de Raj, intentarlo, conseguir un trabajo, ganar algo de dinero, al menos el que sirva para que su madre, su padre o su hermano no lo pasen tan mal. Ellos han dejado todo, han colaborado para que Raj llegara a Europa. Pero se quedó en Ceuta, atrapado en un limbo imposible, en un círculo vicioso del que no se puede salir: no se le puede contratar, no se le permite el empadronamiento, no tiene una solución... sólo le queda aguantar, ver pasar el tiempo y confiar en que al final, tras casi cuatro años en Ceuta, su vida dé un giro y se haga la luz.