Pienso, desde hace tiempo, que Ceuta es un lugar aún inexplorado. Viendo a nuestra ciudad desde una perspectiva elevada da la impresión de que, por su tamaño, Ceuta no guarda ningún secreto. Se trata de un prejuicio que ignora la realidad de esta tierra y del mar que nos rodea. Este último, como bien sabe nuestro vicepresidente, el biólogo marino Óscar Ocaña, encierra muchos secretos y especies por identificar y describir. Para todos aquellos que no practicamos el buceo, los paisajes sumergidos nos son desconocidos. No obstante, las publicaciones y reportajes de fotografía y videos de los fondos marinos de Ceuta nos acercan a unas formas, colores y a una diversidad de especies de flora y fauna capaces de deleitar nuestros sentidos. Desde luego, no es lo mismo verlas sentado en tu sofá que tener los paisajes submarinos delante de tus ojos sintiendo la inmensidad de las aguas marinas a tu alrededor. Sobre estos fondos también se han depositado los restos de barcos hundidos de todos los tiempos y las anclas que quedaron enganchados en los fondos rocosos. Biólogos y arqueólogos subacuáticos estudian lo que se esconde bajo la superficie azulada que abraza a Ceuta. Queda mucho por estudiar, pero sobre todo que difundir. Esta afirmación nos lleva a insistir en la necesidad de dotar a Ceuta de un Museo del Mar y de un Museo Arqueológico a la altura de la importancia de nuestro legado patrimonial.
Al hablar del patrimonio subacuático ceutí nos viene a la memoria el recuerdo de la figura de Juan Bravo. Él, junto a Carlos Posac, fueron los encargados de dar forma a la desaparecida Sala Municipal de Arqueología ubicada en los Jardines de la Argentina. Ambos se repartieron el escaso espacio disponible y Juan Bravo se decantó por el cuerpo de guardia y las galerías subterráneas para mostrar la colección de ánforas y anclas que él y su equipo habían recuperados de los fondos marinos de Ceuta. Con gran esmero preparó reproducciones de los distintos tipos de anclas y elaboró la primera carta arqueológica subacuática de nuestra ciudad. Todo este material arqueológico fue trasladado al Museo de la Ciudad en el edificio del Revellín nº 30, dando forma a la que todos conocíamos como la Sala Juan Bravo. Parte de estas piezas arqueológicas hoy en día se exponen en el Museo de la Basílica Tardorromana, mientras que el resto de la colección arqueológica submarina y terrestre de Ceuta permanece custodiada en los almacenes del Museo de Ceuta, esperando el momento en el que nuestra ciudad disponga de un museo acorde a la importancia de nuestra historia.
No creo que ni Juan Bravo ni Carlos Posac estarían muy contentos, si aún siguieran estando con nosotros, con la actual situación museística. Es una lástima que contando con una magnífica colección y unos buenos profesionales en el museo no dispongamos en Ceuta de una exposición museística en la que mostrar la riqueza arqueológica de nuestro subsuelo y de los fondos marinos ceutíes. Ha costado mucho esfuerzo sacar estos materiales a la superficie y estudiarlos para poder reconstruir los pasajes perdidos de nuestro pasado. Conocer la historia es tomar conciencia del largo y complejo proceso de aprovechamiento de los recursos naturales, sobre todo marinos, con los que la naturaleza ha dotado a Ceuta. Este territorio ha sido ocupado, con más o menos intensidad, desde el paleolítico medio hasta nuestros días sin apenas discontinuidades. La capacidad de transformación de los paisajes se ha acelerado en los últimos siglos a una velocidad vertiginosa. Las descripciones de Ceuta de finales del siglo XIX aún la dibujaban como un caserío disperso por la Almina y el istmo constituido por casas bajas y blancas dotadas de pequeños huertos y jardines. En poco se diferenciaba de los tradicionales pueblos andaluces, a no ser por las murallas que rodeaban su perímetro.
La abolición del penal, la construcción del puerto y el inicio del Protectorado Español en Marruecos, coincidentes en el tiempo, dinamizó la economía ceutí de manera inesperada. Ceuta salió de su letargo y en su despertar atrajo a muchas personas a nuestra ciudad. El repentino crecimiento de la población cogió a las autoridades ceutíes desprevenidas. Mientras que la burguesía adinerada emprendía la construcción de edificios de corte historicista y racionalista en el Revellín y en otras calles de la Almina, las infraviviendas ocupaban los huecos que quedaban libres por Ceuta. Todo se hizo de manera apresurada y sin una mínima planificación urbanística. Esto sucedía en el centro urbano, mientras que los montes ceutíes permanecían en buena parte inalterados. Tanto es así, que por decisión unánime de los concejales, apoyados por el diputado nacional Tomás Peire Caballero, solicitaron al gobierno de la Segunda República la declaración de los dos montes ceutíes -el del Hacho y el García Aldave- como Montes de Utilidad Pública. El objetivo último de esta propuesta era el reconocimiento de Ceuta como un parque natural que sirviera para proteger los cauces naturales de agua de los que se nutría la ciudad para el abastecimiento de agua potable y para la atracción de visitantes a nuestra ciudad. Por desgracia no se llegó tan lejos, pero sí se logró que los mencionados montes fueran inscritos en el año 1934 en el catálogo de Montes de Utilidad Pública.
El olvido intencionado de la protección que se le otorgó a los montes ceutíes permitió la ocupación de parte del Monte Hacho y de un sector importante del Campo Exterior. Al igual que sucedió en el centro histórico, la ocupación del Campo Exterior se hizo sin ningún tipo de planificación. En poco tiempo se levantaron barriadas enteras constituidas por edificaciones de baja calidad y carentes de equipamientos básicos. Todo se hizo deprisa y corriendo para realojar a los habitantes de los núcleos de chabolas que salpicaban la geografía ceutí. Había que eliminarlos del centro urbano para permitir la construcción de nuevas viviendas a unos precios elevados. Las altas plusvalías que se han obtenido de las edificaciones en Ceuta han favorecido el desarrollo de los sectores de la construcción, las inmobiliarias y la banca. Se trata de sectores con una gran capacidad de presión sobre la voluntad política. Por tanto, no debería de extrañarnos que una de las principales líneas de trabajo que han señalado los representantes empresariales de Ceuta a las autoridades haya sido la construcción.
Desde nuestro punto de vista, no es nada acertado seguir apostando por la construcción después de la grave crisis inmobiliaria del 2008 y la actual provocada por la pandemia del COVID-19. Seguir anclados en un modelo económico desarrollista con todas las distorsiones ecológicas y sociales que suscita no resulta lógico, a no ser que a algunos les preocupe un pimiento el futuro de la humanidad y del planeta. Los momentos de crisis lo son también de nuevas oportunidades para cambiar nuestra actitud ante la naturaleza y la relación entre los miembros de la comunidad humana. Tendríamos que re-aprender a ver y sentir la naturaleza y la propia vida cada día más amenazada por pandemias, enfermedades civilizatorias (diabetes, cáncer, etc…) o catástrofes naturales y hambrunas asociadas al cambio climático. De este sentimiento de re-valorización de la vida debería emerger una nueva conducta ante la naturaleza y una emoción trascendente que nos vuelva a relacionar con los aspectos más elevados de la condición humana.
Estamos seguros que La recuperación de los símbolos comunes al ser humano contenidos en el inconsciente colectivo enriquecerían nuestra imaginación y darían forma a nuevos proyectos cívicos capaces de conservar y restaurar nuestros bienes naturales y culturales para crear un entorno propicio al desarrollo de la democracia, la cultura y el arte. Olvidamos, con demasiada facilidad, que el sentido de la existencia no es otro que llegar a ser lo que cada uno es. La suma de las infinitas visiones de la vida son las que pueden hacer posible el despliegue de un plan cósmico cuyo significado completo es imposible aprehender dada nuestra limitada comprensión de su alcance y objetivo.