Aunque fue el 3 de enero de 2010 cuando Abdelbaki Es Satty ingresó en la prisión de Ceuta, apenas un mes después, el 9 de febrero, fue trasladado como interno preventivo a la penitenciaria de Castellón I. “Solo vuelve a la ciudad autónoma durante los días del juicio, entre el 14 de diciembre de 2011 y el 5 de enero de 2012”, explica la autora del libro Los silencios del 17-A, Anna Teixidor. En un capítulo de su obra recoge la que se perfila como su etapa de radicalización profunda y que, años más tarde, le llevó a ser el cerebro de los atentados de Barcelona aquel 17 de agosto de 2017.
“La de Ceuta es una cárcel masificada”, precisa Teixidor en el libro. Esto motivó su traslado a Castellón, no obstante volvió a nuestra ciudad dos veces más para declarar: “solo vuelve a la ciudad autónoma durante los días del juicio, entre el 14 de diciembre de 2011 y el 5 de enero de 2012”.
La autora, que lleva más de dos años de investigación sobre todo lo que rodeó a aquellos atentados en la ciudad condal, añade en el capítulo ‘Compartiendo celda con el interno número 124’: “Desde que ingresa en prisión, Abdelbaki está obsesionado con el relato que explica ante el juez”.
En este momento, es difícil precisar si ha sufrido un proceso de radicalización continuado en el tiempo. “Es un individuo que en Vilanova ya ansiaba ejercer una cierta influencia en terceros, acostumbrado a ser independiente, a entrar y salir libremente del país, a moverse en los márgenes de la ilegalidad, a veces con trabajos dudosamente respetables”. Un pasado que, asegura la autora, se repite “una y otra vez” en el relato de los “grandes nombres” de Al Qaeda y Estado Islámico. “También en la mayoría de los que atentan en Europa enarbolando la bandera de una de las organizaciones yihadistas”. En el caso del cabecilla de los atentados de Barcelona, Es Satty había conseguido esquivar la cárcel.
“A las siete y cuarto de la tarde del primero de enero de 2010, Abdelbaki se encuentra en un vehículo a su nombre en el recinto portuario de Ceuta, decidido a embarcarse en el transbordador que lo tiene que llevar a Algeciras. En el momento de pasar el control de preembarque de vehículos, un perro de la policía olfatea alguna sustancia sospechosa en su interior. Lleva escondidos 121,106 gramos de hachís, que en el mercado pueden tener un valor de más de 176.000 euros. La primera reacción de Abdelbaki es negar cualquier relación con ese arsenal de droga”.
Teixidor relata que en la primera declaración de Es Satty ante la policía “niega que esa droga fuera suya, sin aportar dato, prueba o nombre que lo exculpe”. Una versión que fue variando en los siguientes meses, cuando afirma la autora que se siente “engañado y defraudado” porque los miembros de la organización para la que supuestamente trabaja “se desentienden” de él, sin proporcionarle un abogado privado o una cierta remuneración por los servicios prestados.
El cúmulo de circunstancias –sentirse engañado y abandonado a su suerte– “parece” que le hace cambiar de argumentación ante el juez. “El hombre se siente defraudado”, dice uno de los abogados que sigue la vista, y se muestra “contradictorio" ante las acusaciones.
“En el Estrecho de Gibraltar es habitual que organizaciones criminales contraten los servicios de individuos que acepten hacer de «mulas», una forma coloquial para referirse a personas que cruzan la frontera camuflando droga. En ocasiones, dichas «mulas» ni siquiera son conscientes de la cantidad de sustancias estupefacientes que están introduciendo ilegalmente en el país y tampoco de las penas a las que se pueden enfrentar si acaban detenidos”, desgrana la investigadora.
La prisión puede dar el tiempo necesario para encontrar nuevos significados a las crisis personales. Algunos académicos hablan de la «narración de la redención», en la que los internos experimentan una «apertura cognitiva», un evento impactante o una crisis personal que los impulsa a valorar de nuevo su vida. El interno se puede dar cuenta de la necesidad de romper con su pasado criminal y compensar sus pecados justificando sus actos a través de la religión y de su participación en el yihadismo.
La traición de tres hermanos marroquíes
Quizá lo que supuso una puñalada a traición de quienes indujeron a Es Satty a llevar la droga fue aquel día de juicio en el que ellos tres, residentes en Cambrils, niegan que le conociesen, a pesar de que el cabecilla de los futuros atentados aseguró que ellos tres “lo introducen en una furgoneta en junio de 2009, lo apalean mientras otro le apunta con una pistola y lo abandonan en una granja”. Acto seguido, le queman su furgoneta y “está en coma” durante cuatro días ingresado en el hospital. De hecho, desde la cárcel escribe varias cartas dirigidas a instituciones (Fiscalía General del Estado, Defensor del Pueblo y Jefe del Estado) para denunciar que “una banda relacionada con el hachís” le ha engañado y está “injustamente” acusado.
Ante estas acusaciones, el juez señala otro día de juicio y se cita a declarar a los hermanos, a quienes se les asigna un abogado de oficio. Los tres hermanos llegan, procedentes de Tarragona, con una actitud tranquila y dicen que “no conocen a Abdelbaki Es Satty” y que nunca antes lo habían visto.
“¿Estos hermanos son una pieza más en la organización criminal que hay detrás del tráfico ilegal de sustancias estupefacientes en la frontera?”, se pregunta Teixidor. Es-Satty no aporta ninguna prueba ni argumentación lo suficientemente sólida como para iniciar una investigación. “Se trataba de la palabra de un acusado contra otras personas que negaban conocerlo y que ni siquiera estaban en el escenario de los hechos’, dice uno de los abogados alegando que es una causa perdida”.
El problema es que el juez detecta “notables contradicciones” entre las versiones de Es Satty, que este último “atribuye a errores de traducción”, relata la autora, que añade que las explicaciones utilizadas por el marroquí “no convencen al magistrado”. La sentencia le condena a cuatro años y un mes de prisión. En caso de impago de la multa impuesta, que asciende a 176.087’83 euros, deberá pasar noventa días más internado.
“¿Es en algún momento de estos días que pasa entre rejas –al alimentar el sentimiento de victimización, al pensar cómo mostrar su inocencia y evitar una expulsión forzosa a Marruecos– cuando se cataliza su proceso de radicalización? O, de hecho, ¿se está gestando desde que conoce al suicida Belgacem Bellil casi diez años antes? ¿El hombre de treinta y ocho años, que se ha dejado llevar por el mundo oscuro de la delincuencia y ha desatendido a la familia, quiere redimirse de sus pecados?”, vuelve a preguntarse Teixidor.