Aunque actualmente todos los ojos y esfuerzos estén puestos en contrarrestar la pandemia del ‘SARS-CoV-2’, que hasta el momento de implementar este pasaje, nos ha dejado la estela terrorífica de 4.648.785 infectados y 312.029 óbitos en el mundo, muchas son las lenguas de un pasado y las huellas de espacios geográficos que anhelan un futuro mejor, persistiendo anónimas en su empeño a la desesperada de alcanzar el Viejo Continente.
Ser o no ser, ese es el dilema que subyace en las mentes y corazones de los migrantes, hacinados en embarcaciones paupérrimas y con minúsculas opciones de llegar a las costas sanos y salvos, si al menos, son rescatados y no antes, los misterios insondables de las aguas deciden no tragárselos.
Este es el semblante deplorable de la sinrazón inhumana que ha de acompañar a hombres, mujeres y niños en calidad de migrantes frente a un enemigo desconocido, el COVID-19; un escenario inusual que hoy ni mañana puede ser una excusa para darles la espalda en la tragedia que viven diariamente en la inmensidad de los mares.
Sobraría decir en esta coyuntura excepcional, que la inmigración irregular ha restringido visiblemente la agenda política europea de los últimos tiempos, al desplomarse por el coronavirus. La cantidad de entradas clandestinas en la Unión Europea, abreviado, UE, disminuyó un 85% en abril con relación a marzo. Escasamente, 900 personas tocaron tierra comunitaria en ese mismo mes, el primer ciclo completo del año con limitaciones de movilidad.
Me refiero al número más pequeño contabilizado desde 2009, cuando la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, abreviado, FRONTEX, comenzó a acumular datos. Con algo de respiro circunstancial, los expertos en asilo advierten que otros elementos fluctuantes en las naciones sumidas por la pandemia, podrían reactivar los flujos hacia Europa.
Sin lugar a dudas, la situación epidemiológica global de la crisis sanitaria que nos atrapa, ha conllevado al contundente bajón de las penetraciones por la vía del Mediterráneo y los Balcanes, focos preferentes de localización. Aun así, FRONTEX, alerta que en esa incidencia minúscula, también hace caer la balanza las demoras que reservan algunos Estados miembros en la notificación de sus referencias.
Pese a la caída en abril, con un declive a la mitad ya registrado en marzo, la cuantificación desde enero asciende a 26.650; cifra parecida a la del mismo curso del año anterior. La causa es que antes de irrumpir el virus, las recaladas a este continente aumentaron con respecto a 2019, principalmente, a través de Grecia.
En concreto, la bajada más acentuada en abril se originó en la frontera entre Grecia y Turquía, con una interrupción casi total del itinerario. Apenas, se localizaron 40 llegadas, un 99% menos que en marzo, la mayoría de procedencia afgana. Indudablemente, el apunte evidencia que Turquía manejaba a los refugiados como moneda de cambio a Europa, porque, conforme iba conociendo las incidencias del coronavirus, se ha vuelto más desafiante con el control fronterizo.
Además, unos días antes que la pandemia mostrase sus peores presagios, Ankara incitó a los refugiados que aloja en su territorio, a que atravesasen la divisoria en dirección a la UE, en respuesta a la salida de tono que mantiene con las autoridades europeas por las condiciones de los asilados sirios. Del mismo modo, en el trayecto de los Balcanes, los traslados se han paralizado, apareciendo menos de 100 personas en todo el mes, lo que constituye el 94%.
Dígitos comparables observados en el denominado Mediterráneo Occidental, donde las mafias trasladan migrantes a los litorales españoles. En esta ocasión, en comparación a marzo, la reducción ha significado el 82%.
Si bien, el Informe de FRONTEX anuncia que las cifras engloban algunas otras rutas no indicadas directamente, lo más presumible es que los detalles proporcionados descarten las irrupciones por el Atlántico a las Islas Canarias. Porque, añadir los desembarcos que representan alrededor de un tercio de las detecciones irregulares, sustancialmente encaramaría los números migratorios de España.
De hecho, el Ministerio del Interior ha incluido en los cuatro primeros meses del año, poco más o menos, que 6.300 incursiones, más del doble de las que establece FRONTEX. Al igual, que en correlación a los marroquíes y argelinos, como los ciudadanos más habituales en los desplazamientos.
En vista de lo fundamentado y mirando a marzo, el periplo que menos ha cambiado es el que incumbe al Mediterráneo Central, que mayoritariamente lleva a Italia. En torno a 250 personas alcanzaron el país por mar, suponiendo un 29% menos. Recuérdese, que Italia, es el portador europeo del coronavirus y el segundo mundial tras China, que ya había experimentado importantes acotaciones en la movilidad, por lo que drásticamente los intentos se redujeron. Marruecos, Bangladés y Costa de Marfil, respectivamente, son los principales estados de origen en esta comarca.
Al valorar la curvatura de los indicadores, los expertos exponen que una vez se haya retornado a la normalidad internacional, podría motivarse un repunte. Asimismo, un Informe de la Oficina Europea de Apoyo al Asilo, abreviado, EASO, en inglés, ‘European Asylum Support Office’, pide a las Administraciones “reflexionar sobre el riesgo medio-alto que el brote arraigue en los países de origen y tránsito”, sin inmiscuirse, que ello induzca al reforzamiento del Estado Islámico de Irak y el Levante, también conocido, como ISIS, a parte de la decadencia, los conflictos y las dificultades en la seguridad.
En este entorno, EASO, no rechaza para nada que estos fenómenos “afecten a la migración hacia la UE, por razones de asilo y provoquen más solicitudes”. Con lo cual, no sería descabellado sopesar que existiesen personas que no teniendo previsto migrar a corto plazo, ahora más que nunca, lo valorasen como una de las mejores soluciones. Precisamente, la tesis se justifica si Europa está dispuesta a intervenir, o si ¡permanecerá sentenciando a muerte a los migrantes en las aguas!
Los esfuerzos denodados nadie los niega, pero los flujos migratorios se perpetúan a intensificarse por tiempos indefinidos. Los territorios que acomodan la frontera exterior Sur de la UE., no disponen de los recursos cualificados para neutralizar la tendencia de manera específica, por lo que reivindican la plasmación de un molde de trabajo contiguo, con el que los estados europeos del Norte, cojan protagonismo y se conciencien que las migraciones es un asunto comunitario.
La praxis migratoria es algo, que queramos o no queramos, acaba salpicando a cada uno de los Estados miembros, puesto que aun siendo las zonas del margen Sur las que soportan infinidad de acometidas ilegales, los inmigrantes alcanzan perfectamente otras patrias de la UE con relativa desenvoltura.
Todo ello, reconociendo los empeños por introducir una política europea, todavía persistimos sin operar con una herramienta que desbloquee la polémica de forma efectiva contra la inmigración ilegal.
Las intervenciones políticas se extractan brevemente en un única conceptualización: coordinación. Porque sería apropiado llamar ‘política común migratoria’, a los compromisos reinantes a nivel comunitario, ya que estos constituyen una serie de atribuciones compartidas entre los Estados miembros y la UE. Toda vez, que no se aplica una regla general, sino que se equilibran los cauces para que los Estados regularicen sus concernientes políticas migratorias con el resto de regiones constituyentes.
En definitiva, una política de mínimos que pretende asentar la ponderación entre las capacidades propias de cada país en temas de inmigración y la coordinación de las mismas, entre los Estados miembros como naturaleza de homogeneización de la preceptiva sobre inmigración.
Pero, la falta de una política universal en el campo migratorio, muestra el gran vacío en cuanto al interés de algunos Estados miembros y la diversidad legislativa a la que se contrapone el Consejo para la obtención de tales fines. Las directivas vigentes exploran hechos arbitrarios de la inmigración y conjeturan un requerimiento minúsculo, para incluirse en las reglamentaciones de cada nación.
Los bríos por materializar una política de todas y todos en razón de la inmigración, persisten.
La Comisión defiende una política integral que desafíe las cuestiones económicas, sociales, políticas y humanitarias vinculadas al espectro migratorio y, por ende, revelen el menester de una organización entre el encaje de los gobiernos, agentes sociales y representantes locales y regionales.
Una de las proyecciones que en los últimos años ha tenido éxito, ha sido el establecimiento del FRONTEX, incrustada dentro del Programa de la Haya y que se ha afianzado como elemento para promocionar el interés de la política integrada de gestión de las fronteras de la Unión, en colaboración con los Estados miembros y los terceros países.
Dicha agencia tiene como tarea primordial, la conjugación de la contribución ejecutante entre los Estados miembros en la esfera de las fronteras exteriores, ofreciendo la formación pertinente a los guardias fronterizos nacionales. Conjuntamente, trata de vigorizar la seguridad fronteriza, avalando la buena sintonía de las operaciones entre los Estados, en el cumplimiento de las medidas comunitarias relacionadas con la actividad de las fronteras externas.
La migración pone a prueba a las democracias evolucionadas y por antonomasia, se ha politizado y electoralizado. Poniéndose en juego los valores democráticos y éticos de sociedades en apariencia civilizadas. Indiscutiblemente, se demandan programas sociales con orientaciones interculturales, así como la eliminación del racismo.
En pleno siglo XXI no es una utopía que ciertas nacionalidades, o el color de la piel, como el idioma o el nivel económico, se mantengan en el punto de mira de la discriminación. Acaso, ¿porque seamos clasistas? Curiosamente, la afluencia de personas extranjeras como turistas y con dinero, inmediatamente le abrimos las puertas; pero, si los que aparecen son pobres en calidad de inmigrantes o refugiados, no dudamos en excluirlos y sin reparo lo criminalizamos.
Luego, con estos mimbres, tal vez, estaríamos refiriéndonos a una anomalía que marginaliza a las personas más vulnerables; es decir, la repudiamos porque son pobres, no porque sean extranjeras, con la animosidad, hostilidad y aversión que más que una crisis humanitaria, podríamos estar enfrentándonos a una crisis de humanidad.
Y de la que a pesar de las complicidades enmascaradas, ¡difícilmente nos escapamos!
La cuenca mediterránea es una extensión de valiosa preeminencia estratégica, en la que las inestabilidades sociales, políticas y económicas son tan definidas, que el anillo de seguridad de los pueblos ribereños se sostiene en una tirante estabilidad, siempre rastreando cualquier indicio terrorista y pugnando por atemperar la inmigración encubierta.
Entre ellas, obviamente, España es una de las puertas fundamentales de Europa y la Ciudad Autónoma de Ceuta, es desde el continente africano su ‘Puerta del Sur’. La incesante inspección fronteriza de este baluarte al otro lado del Estrecho, es un ejercicio imprescindible, para la que la UE reserve una serie de fondos que ajusten los dispositivos y el vallado de los límites fronterizos, complementado con sistemas de video vigilancia, detectores de calor y sistemas que imposibiliten la escalada.
En este entresijo, Europa insta a una verificación incondicional de las fronteras exteriores, fundamentalmente, desde la entrada en vigor del Tratado Schengen (14/VI/1985), por lo que la Unión exige a España que contenga con eficacia los flujos migratorios del Sur.
En esto, históricamente, el Estrecho de Gibraltar es uno de los lugares más emblemáticos del mundo, porque retrae a África de Europa y es el acceso a un derrotero comercial de gran relevancia.
Por lo tanto, en esta demarcación tres Estados compiten por su supremacía, España, Reino Unido y Marruecos que problematizan el avance de una cooperación, llamémosla, imperativa, para atajar los tráficos ilegales que suceden en la zona.
En este sentido, cuando apunto a la inmigración que irrumpe en Ceuta, concurren dos connotaciones peculiares: primero, el consabido contencioso territorial existente y, segundo, su posición geoestratégica, siendo cada una de ellas las que colocan a Ceuta en una verdadera complejidad.
A saber, este enclave debe sortear comparablemente: los afanes marroquíes y los designios emplazados por la UE direccionados con la seguridad.
La artimaña de los flujos migratorios por el Reino de Marruecos para imponer a Madrid cualquier materia diplomática, así como la exigencia europea del control de la inmigración en la franja, ineludiblemente, otorgan a Ceuta un encargo destacado de contención. El laberinto de su cometido se agranda por momentos, debido a la dimensión de la presión migratoria y a la exigua superficie que ostenta la Ciudad.
La inmigración tiene significativos vínculos políticos y económicos, siendo la primera, o séase, las decisiones políticas suscritas, la más debatida para integrar en una misma disposición un reglamento legítimo de erradicación de la inmigración, sin que por ello, se quebranten los derechos de los inmigrantes.
Ceuta, en paralelo con Melilla, cumple un papel muy embarazoso, porque debe responder atenuando las tentativas migratorias con insuficientes recursos, en proporción a la magnitud de los acontecimientos que se desencadenan.
Las dos plazas, como no podía ser de otro modo, se tornan en cautiverios temporales de la inmigración, prohibiéndoles a los migrantes la marcha a la Península en espera de las decisiones que se contemplen. Este contexto es un desafío constante para los Gobiernos locales, ante las avalanchas puntuales que se ocasionan y ante las cuales, se apremia a una solución del Gobierno Central y de la UE, por el inconveniente añadido de retener en áreas tan reducidas a un grupo migratorio tan voluminoso.
El dramatismo vivido por instantes es tan acalorado, que perturba psicológicamente a los que lo deciden, porque a pesar de haberlo logrado, tendrán que enfrentarse a una etapa de indecisión y a menudo conducente al naufragio emocional. Sin obviarse, el peregrinaje por el que han de transitar para ver su sueño cumplido, por llamarlo de alguna manera, así como los enredos y tramas del proceso migratorio que los arrastra a cotas de estrés inconcebibles.
Meses interminables aglutinados en un largo recorrido cargado de un sinfín de obstáculos, acosos y peligros en todo un universo de sintomatologías como la ansiedad y la depresión, a las que irremediablemente ha de añadírsele el coronavirus.
La inmensa mayoría grita al tocar tierra, porque supone que lo más despiadado ha quedado atrás: las noches y los días a la intemperie; la turbación a ser detenidos y desterrados; la amenaza a los hurtos y asaltos; pero, aún desconocen, que les aguarda eternas diligencias burocráticas y dilemas insospechados, hasta la aclaración de sus peticiones de asilo o residencia. Sin embargo, cuando un inmigrante rebasa territorio español, el júbilo le inunda, quizás, porque las acciones que se satisfagan, puedan encaminarse en acogerles y proporcionales ayuda legal. Al menos, ¡esto es lo que se espera de un Estado social y democrático de derecho!
Consecuentemente, al poner de relieve la desdicha que año tras año perdura en el Mar Mediterráneo, apuntalado como la frontera más mortífera del planeta, se aúnan cientos de voces que llaman perentoriamente a los Gobiernos, para que no manipulen la pandemia del COVID-19 como moneda de cambio; superponiendo políticas de control de la migración e inminentemente levanten cuantos impedimentos paralizan a las Organizaciones no gubernamentales para salvar y auxiliar vidas en las aguas.
Queda claro, ¡que velar por el bienestar de los que se hallan en tierra y desempeñar la servidumbre de ir en su rescate, no son principios excluyentes! Pero, lo patético e inaceptable, es que la urgencia incuestionable de iniciativas ante la búsqueda y socorro, los estados europeos no asumen sus responsabilidades y desarreglan los esfuerzos decididos y resueltos de las oenegés.
Lamentablemente, el raciocinio de la raza humana continúa resignado a la más insolidaridad: disponiendo de un barco y equipos médicos humanitarios y de salvamento preparados para regresar al mar, la pandemia del coronavirus ha empeorado los muros de la vergüenza en aras del más sagrado de los derechos: el don de la vida. Lo que comporta que se viole tajantemente la posibilidad de esta colaboración y un mayor quebrantamiento de los Derechos Humanos de los inmigrantes.
Cada día miles de migrantes volverán a intentarlo y con ello, se acrecentarán las víctimas que jamás se descubrieron: muchas de ellas y ellos, sin identificar, ya sea porque sus cuerpos que son almas, están en avanzado estado de descomposición o, a lo mejor, la identidad de los que se recuperaron, resulta improbable esclarecer al menos, en lo que atañe a su rostro.
Esta es hoy por hoy, la despiadada realidad de los migrantes que se topan ante un adversario más mortífero y perjudicial: el coronavirus, que no entiende de credos ni de fronteras.