A poco que ustedes se fijen en cualquier ciudad, región o autonomía de España, se darán cuenta de que están rezando y deseando que ocurra un hecho que les salve del desastre. Ese hecho es que todo vuelva a la normalidad, que el desconfinamiento acabe, que los negocios abran y que se recupere la actividad económica habitual que les garantice empleo y, por tanto, su supervivencia. El Gobierno de Ceuta no comparte ese rezo. Y no es porque no sepa rezar, de hecho se alardea de diversas religiones en perfecta armonía. No lo comparte porque aunque abran los negocios, esa actividad no va a garantizar su supervivencia.
Imaginen que ninguno ustedes, que ahora están leyendo estas palabras, conociera Ceuta. Es política ficción, lo sé, pero hagan el esfuerzo. Si, como yo he hecho, invirtieran (que no es lo mismo que gastar, algo que les explicaré más adelante) diez minutos de su inestimable tiempo en escuchar y, sobre todo, ver la intervención del señor Vivas en la Cámara del Senado de nuestro país, se apresurarían sin dudarlo ni un instante a levantar sus confinados traseros del sofá y, con lágrimas en los ojos aplaudirían al son de Manolo Escobar hasta que sus manos parecieran haber saltado la valla, pero con concertinas y todo. Ese discurso, apelando a la solidaridad interterritorial, a la Constitución y a la lealtad hacia la patria les movería las conciencias y desearían darle todo lo que está pidiendo, incluso un plan económico. Acto seguido crearían una ONG y promoverían un crowdfunding para ayudar a tan simpático señor y que su sufrimiento sobrevenido fuese aliviado junto con todos los males que le aquejan, tanto a él como a todos los compatriotas que vivimos allá por la tierra mora, allá por tierra africana.
Ahora imaginen una cifra, una cifra alta, tal vez indecente. Una cifra que pudiera transformar cualquier sufrimiento de una ciudad de poco más de ochenta mil habitantes, digamos... ¡cinco mil millones de euros! Pero no nos quedemos ahí, junto con esa cifra, démosle también tiempo, un período de tiempo no sólo razonable, sino más que de sobra, para gestionar esa cifra y convertir a esa ciudad en la envidia del mundo. Por ejemplo... ¿diez? No, mejor, ¡veinte años! Que tuviera tiempo de sobra para gestionar e invertir todos esos fondos y que esa marinera ciudad tuviera un futuro económico.
Parece perfecto. La señora ministra, que se sintió tan conmovida y empática hacia el sufrimiento de los ceutíes, firmaría esa propuesta con los ojos cerrados si fuera posible y estuviera en su mano, incluso si ignorara que ese bonachón que le habla desde su tribuna mientras frota sus manos está entre los cuatro alcaldes mejor pagados de España y que cobra más que el presidente del Gobierno de España. Bien, ¿ya lo tienen? ¿Se ponen en situación?
Pues bien, eso ya ha ocurrido. Ese entrañable señor tan cariacontecido, patriota y pedigüeño que habló en el Senado ante la ministra y sus Señorías, ha tenido a su disposición veinte años y más de cinco mil millones de euros de presupuesto (con ajustes de inflación) a su disposición durante ese tiempo. ¿Eso lo sabe la ministra? Y, lo que es más importante, ¿eso lo ven los votantes?
Sé lo que están pensando. Hay algo que se les escapa. ¿No estaré equivocado? ¿Dónde está todo ese dinero? ¿Qué se ha hecho en veinte años? De acuerdo, es difícil de entender si siguen imaginando que no conocen Ceuta, intentaré exponerlo con sencillez. Pero para eso dejemos la ensoñación y volvamos a la realidad.
Cuando alguien recibe fondos, en este caso del Estado, suficientes para sobrevivir, existen dos vías de actuación. La primera, es gastarlos y vivir lo mejor que se pueda mientras duren. La segunda es invertirlos de manera productiva para procurar una estructura que genere más fondos por sí misma para no sólo sobrevivir, sino crecer. En Ceuta se ha optado por la primera vía, gastar, no invertir.
Efectivamente, esta ciudad no tiene una estructura productiva, sino que tiene una estructura de gasto incomprensible. Hace unas semanas algún sindicato incluso ya enmendaba la plana a la ciudad cuando pretendía endeudarse más y le replicaba que primero hay que reducir la estructura de gasto innecesario, y luego, si es necesario, endeudarse.
El verdadero problema es que ese gasto se ha convertido en una estructura en sí mismo y que este Gobierno se ha preocupado de hacer imprescindible. La cantidad de entes municipales innecesarios es vergonzosa, la cantidad de subvenciones, la cantidad de asesores, cargos políticos, de directores generales, de gerentes municipales, de... ¡Señores, que hablamos de una ciudad autónoma sin competencias, que hablamos de un municipio de menos de cien mil habitantes que tiene una cantidad de fieles cargos políticos totalmente innecesarios cobrando cifras mareantes!
Por otra parte, cuando los que conocemos Ceuta escuchamos a Vivas decir que estamos asediados y recibiendo inmigrantes a los que mantener y que el Gobierno no atiende a nuestras peticiones “desde hace unos meses”, no podemos por menos que quedarnos boquiabiertos, porque recibimos inmigrantes a los que mantener desde hace años, muchos años, y porque al Gobierno no se le han planteado las peticiones adecuadas nunca. Ni siquiera cuando se ha contado con la ventaja de tener el mismo color político. Porque de repente nos quieren hacer creer que el Gobierno de la Nación siempre ha sido de otro partido.
¿Es acaso normal que cualquier territorio de España pueda comprar y recibir con total normalidad productos a través de empresas como Amazon, sobre todo ahora en el confinamiento, y que nosotros no seamos capaces ni ahora ni nunca de recibir un mísero paquete de una compra online con unas mínimas garantías? ¿Es admisible que no se haya aprobado un nuevo PGOU en casi quince años? ¿Todo eso también es culpa de Marruecos o del Gobierno de España? Ese, ese es el verdadero baremo de nuestra tragedia, no un ataque al oponente político o a gobiernos extranjeros.
Nuestro drama como ceutíes no es Marruecos, no es la extrapeninsularidad, no es el Gobierno de España, ni es nuestra “singularidad”. Nuestro verdadero drama es nuestra gestión, no haber sabido cuáles eran nuestras prioridades, haber dilapidado todo lo que hemos tenido a nuestra disposición a favor del exclusivo beneficio político de perpetuarse en el poder. Nuestra catástrofe es haber tenido veinte años para haber diseñado y aplicado un plan económico integral, haber votado a unos políticos que decían tener la clave de lo que necesitábamos y luego verles cómo piden desesperadamente que alguien les haga ese plan con veinte años de retraso, (ya sean empresas externas pagándoles lo que les pidan, ya sea al Gobierno de la Nación) porque ellos no tienen ni idea. Eso sí, antes ellos mismos se han asegurado de tener la vida resuelta antes de ponerse a mendigar para que la ciudad pueda sobrevivir.
Y mientras tanto los ceutíes no alzamos la voz y nos quedamos anestesiados entre dulces y patrióticas palabras. La verdadera vergüenza que nos lastra es nuestra indiferencia hacia la gestión de quienes nos han gobernado. A los que nos duele Ceuta, nos duele que se nos mienta sobre el futuro de esta ciudad, sobre todo porque la demagogia la vemos nosotros, pero no la ven en el Senado. ¿No tenemos la decencia suficiente como para haber dicho “basta”? ¿O es que nuestra decencia ha sido comprada desde hace muchos años?
Les mentiría si dijera que soy pesimista sobre mi ciudad. No lo soy, confío ciegamente en sus posibilidades y discrepo de quien dice que no tenemos futuro, que estamos vendidos. En quiénes no confío, desgraciadamente, es en sus dirigentes. Será que mi tolerancia hacia quiénes nos mienten a la cara se ha reducido drásticamente.
No todo ha sido malo.ha conseguido partir ceuta en dos.musulmanes de un lado y cristisnos por otro.tanto en educación,en sanidad,vivienda,etc.¿no es un logro histórico?.por lo menos los de vox han tenido huevos de decirlo y no esconderse cobardemente junto a sus compinches durante todos estos años.ceuta ya ha empezado a recoger los frutos de tan prometedora cosecha de exclusión.todo pinta muy negro y no por el covid 19.