Fue hace muchos años cuando tuve está secuencia de sueños que te voy a relatar. Estaba muy preocupado por una operación que me tenían que realizar en Madrid. Me aconsejaron que me despidiera de mis familiares. Era una intervención a vida o a muerte. Todo lo relacionado con nuestro principal músculo los galenos siempre tienen esta norma. Consistía en ponerme muelles e injertos en el corazón. No me funcionaba bien la caja de cambios y había que repararla. Durante los días previos tuve unos sueños que te voy a relatar.
En el primero se aparecía mi abuela. La verdad que fue unas de las pérdidas más fuertes que tuve ya que a parte de estar mucho tiempo con ella me daba buenos consejos y a la vez, también, cuando íbamos a visitar a su hermanastra ella era una peculiar institutriz de la vida. Sabía lo que no está escrito. Primero, mi abuela me cogía de la mano y me llevó a dar un paseo por la zona de las Palmeras, hoy en día más reducida pero que se encuentra por la calle que tiene vistas a nuestro muelle deportivo. Fueron momentos de muchos recuerdos donde me vino nuevamente los olores característicos a las ollas haciendo las garrapiñadas. Qué delicia. Y fui un niño pequeño nuevamente, corriendo por el lugar. Ella me gritaba y me intentaba poner en orden que no podía correr como yo. La edad hacía que no pudiera llevar ese ritmo que yo quería imponer. Pero luego venían sus palabras sabias: “Tu libertad estará garantizada después de tu operacion”. Luego se presentaba mi tía abuela con ese porte de persona agradable, inteligente y guapa y me dijo: “Nene no debes de tener miedo. Los médicos operan para ponernos bien. Sino no lo harían”.
La verdad que dentro de mis nervios que tenía ante el inminente viaje en tren programado para la noche siguiente estaba un poco mas relajado. Mi hijo el mayor que me acompañó me lo dijo: “Papá te veo muy tranquilo ante tu operación del martes”. Yo no quise decir nada de mis apariciones de mis abuelas ya que me podría poner como un loco. Pero era mi principal baza para estar un poco relajado. Dentro del tren que salía desde la estación de Algeciras a las nueve menos cuarto de la noche y que llegaba a las ocho y cuarto de la mañana a Madrid, según decían los billetes. Nos daba un margen bastante grande para llegar al hospital a las 12 de la mañana. Lo normal era que llegará con retraso. No pude pegar ojo al principio del viaje que lo hicimos en litera. Pero cuando pude entrar en mi relajante sueño tuve la presencia de unas personas que la verdad, en principio, no supe quién era y al indagar con mis padres y más con mi madre a través de los álbumes de fotos familiares vi que se trataban de mi bisabuela, bisabuelo y un hermano de mi bisabuelo. Los cuales se presentaron: “Soy María, yo Paco y yo Juan. Me dieron un fuerte y efusivo abrazo cada uno de ellos y muchos besos. Somos familiares tuyos y queremos que estés tranquilo. Nosotros estaremos junto a ti en todo momento y conduciremos a tus doctores en cada maniobra con las herramientas que utilizarán para repararte el corazón. Tú dedicate a descansar que los tuyos en el futuro dependerán de ti”.
Fueron unos momentos aunque con mucha sorpresa por parte mía pero a la vez me hizo entrar en una merecida relajación. Los nervios propios me los quité de encima y entré en el hospital muy relajado. Mi hijo siempre me lo decía: “Papá te veo muy tranquilo”. Yo nunca dije nada de lo que te estoy contando. Durante la operación se me presentaron mis padres que aunque estaban vivos pero se me pusieron uno a cada lado de mi cama dándome la mano y hablando me continuamente de mis hijos y mi nieto. Que eran buenos chicos y muy educados y guapos. Yo estaba muy orgulloso de todos ellos. Cuando desperté de la operación vi a mi hijo que me contó que según los doctores todo había salido muy bien y que teníamos que estar en Madrid hasta que me quitaran los puntos y me hicieran unas pruebas. Estuvimos doce días. Todos los días me llamaban por teléfono los míos y mi hijo que era quien se ponía les decía que iba evolucionando muy bien y que estaba deseando ir para mi querida Ceuta para estar con los míos y repartir besos por doquier. Los regalos para los pequeñines no pude yo comprarlos pero se los encargué a mi hijo que los buscó como yo sé los mande. Con las tres bes. Buenos, bonitos y baratos. Yo salí de aquí con una gran sonrisa ya que me dijeron los doctores que todo iba bien. Y yo iba doblemente tranquilo. Por un lado que me habían curado. Por otro que me habían dado una inyección de vida. Y por otro saber que mis seres queridos tanto vivos como fallecidos estaban conmigo.