Pero como no volver a los caminos verdes del pasado. Como no pasar por los vericuetos abstractos de aquella edad que, a los de aquel tiempo, nos hizo tan feliz. Y volver a rememorar dilemas y desenlaces, pasiones y deseos, sensaciones y desencuentros. La historia de aquel hombre perdido que, una noche desapacible, decidió subirse en una barca con destino a Venezuela acompañado de dos amigos. Cerca del barco que los llevaría hasta el próspero país sudamericano, hoy desesperado, Antonio, que así se llamaba, no se pensó dos veces para lanzarse al agua y desistir de aquella ilusionante aventura. Braceaba como un obseso mientras sus dos compañeros vociferaban llamándolo, pero él, ya había decidido su destino. Se quedaría en su tierra, cerca de su mar y sus costumbres, de su poniente y de aquel Parque de San Amaro. Un poco antes de llegar al parque, en aquella esquina del cruce, recordó de forma vehemente, por primera vez, a la que después fue su esposa. Fue un hombre feliz formando una familia numerosa… solo le quedó saber que hubiese sido de su vida, de su existencia si, en aquel momento en que decidió besar las aguas frías mediterráneas, cuando se dio media vuelta para regresar al lugar del que no salió jamás, ¿Que hubiese sido de él? ... en realidad, fue una historia fresca para un pintor.
Y en aquel momento, mientras la brisa secaba sus ropas, recordó que ella le esperaba… seguramente, estaría frente al televisor deseando, así había sido su vida, intentar hacerle feliz todos los días. Y lo conseguía tan a menudo que no entendía por qué, aquella mujer, de bellos rasgos, cuerpo sombreado y montes inmensos, le seguía adorando con el mismo cariño que lo hizo la primera vez. Y es que durante su unión, que perduró en el tiempo, fue obsesión, compenetración, sosiego, amor a todas horas, pasión, litigio, fantasía… y todo aquello que puede parecer extremo pero real y es que, en su corazón de dama de noche, con su piel pidiendo amor, recorría con denuedo las estructuras de noches interminables e inolvidables. Eso sí, de su cuerpo unido al suyo, como si fueran solo uno, como cuando el sol, en su caída, invitase a la luna a hacer su entrada, lentamente, suavemente, sin prisas, ¡con sus labios unidos!.
Y es que, persuadido por la tibieza de aquella bruma radiante que fluctuaba con las olas de aquella playa, con su corazón latiendo, sabía que tenía que volver, aunque los dolores por el esfuerzo empezaban a hacer su aparición. Pero aquello no fue un dilema a resolver… tras despedirse de aquel argumento improcedente y que fue su amigo después, como podía suponer, ella estaba allí, esperándole. Le prometí, sí, le prometió no volver a dejar sola a su amor, ella… ¡que siempre le esperaba, pensando en él!.
Hoy, ahora, después de pasados los años, sabiendo que ha sido él quien ha pasado, que las horas derruidas las debe cargar en el debe, siente que su amor por ella perdura como el campanario de una iglesia que repica, que sus sensaciones y las suyas caminan hacia el bien común, que la Plaza de África de su juventud, donde se acumulan besos y abrazos, sigue enamorando con su belleza inigualable, a pesar de tantos y bellos propósitos, de todo aquello, llámese respeto, consideración, amistad, amor… ¿En qué lugar del tiempo se quedó el amor?.
Es posible que, los de mi generación y pocos años anteriores, naveguemos sin rumbo por los senderos que conducen a la frustración y al desasosiego que produce saber que pronto deberás de marchar, con la mochila cargada de vivencias, experiencias y vicisitudes marcadas por la inocencia de los primeros años, cuando eras pequeño y el futuro se veía lejano. Un tiempo después y cuando el trabajo te limaba los dientes, con la peripecia que te ofrecía el fluir de la existencia, es cuando empiezas a notar y dirimir si tu vida ha sido fructífera o solamente un fragmento. Los días que se viven hoy en nada se parecen a los tiempos lejanos de muchos años atrás. La familia se destruye, el matrimonio se desprecia, el respeto se aniquila, el amor va y viene… recuerdo entonces los dos primeros libros del escritor asturiano-gallego Martín Vigíl: “La vida sale al encuentro y La muerte está en el camino”. Dos títulos, dos argumentos para reflexionar y empezar a escribir las memorias.
Decía Facundo Cabral, sobre una pregunta comprometida que, le hicieron, al inventor Galileo Galilei, en relación a los años que tenía. Este contestó: -Ocho o diez, dijo , en contradicción con su barba blanca-. La sorpresa de los que le escuchaban, fue diluida sin cortapisas: -Tengo los años que me quedan por vivir. Los demás, los pasados, ya no los tengo, como no se tienen las monedas que se han gastado-. Entonces, el inventor preguntó: -¿cuántos años crees que les quedan por vivir, qué haces con los minutos u horas que pertenecen a tu vida activa?-.
En recuerdo de Antonio Álvarez Martín, un hombre que vivió en paz…