Quien no recuerda a su profesor de filosofía contando esta anécdota en la vida de Inmanuel Kant. Según parece era tal el método de este pequeño filósofo que los paisanos ponían sus relojes en hora al verlo pasar por la plaza de su ciudad, allí por Prusia.
De las cuantas páginas que le he leído, inaccesibles en su complejidad, me quedo con su amor por darle al lenguaje un orden. Ahí coincidimos; lo que son las cosas, y lo que son las distancias.
Para mí, la mente, en cuanto a su capacidad para abstraerse en la escritura, tiene dos opciones: puede hacer una exposición pura de ideas (como hacen los filósofos); o puede recurrir a la figuración, al dibujo, a la imagen (es lo que hacen los narradores).
Es en el punto de confluencia donde encuentro un espacio para la originalidad.
Se trataría de dotarse de un lenguaje de ideas básico, en este caso sobre la salud mental, y pasarlo a continuación por el filtro de la figuración, y por las leyes de la narrativa. Y en la seguridad de que el mensaje penetrará con más facilidad.
Empecemos: si hay una idea que es primera en la estirpe de los razonamientos esa es la de naturaleza. Nada puede sustraerse a ella, pues todo ser tiene su naturaleza.
Si hablamos de la mente, diremos que la salud mental tiene su naturaleza; y el rasgo más reseñable e incontestable es que puede fallar. Llega un momento en el que la función mental ve alterado su objeto, que es el de gestionar la experiencia vital hacia el bienestar.
Es así, que la persona falta de salud mental, experimenta un sufrimiento insondable, y el caos impide el placer y la percepción de belleza. En este extremo diremos que la salud mental es semejante al orden, y su falta es semejante al caos.
La clave de este ejercicio sería: ¿cómo pasar del caos al orden? A este proceso le llamamos recuperación, y está previsto en la naturaleza.
Y mi respuesta como testigo de todas las fases del sufrimiento mental es simple y difícil a la vez: centrándose en un reto vital. O como nos enseñó Kant: con método.
Si tenemos un objetivo claro, todos nuestros pensamientos girarán en torno a un centro, ganando coherencia, fuerza y salud.
El caso contrario, es decir, la vida disoluta en mi etapa universitaria llevó mi mente al caos, a la postración. Y en el método fue donde encontré la virtud.