Cuando el poeta mejicano Francisco Icaza y su mujer Beatriz León pasaban en Granada cerca de la Alhambra ante un mendigo ciego, arrodillado en tierra y con la mano tendida pidiendo, Icaza improvisó para Beatriz este poema: “¡Dale una limosna, mujer/ que no hay en la vida nada/ como la pena de ser ciego en Granada!”. Dicen los granadinos que ese es el mejor piropo echado a Granada. Y yo, sin ser poeta, parodiando a Icaza, dedico esta rima a tantos catalanes y vecinos de Cataluña como hay, gente honesta y buena: “¡Dadles unas gafas de vista larga y placentera/ a Mas, Puigdemont, Torra y Junqueras/ que no hay en la vida mayor pena/ que la de ver a cuatro ciegos que no se enteran/ que a Cataluña arruinan quienes la queman!”. Pues esta modesta rima mía me va a servir de hilo conductor para introducirme en el tema principal de hoy, que es la inviabilidad jurídica de aplicar a Cataluña los modelos de referéndum ya utilizados por Quebec y Escocia, que, sucesivamente, han invocado los separatistas catalanes.
En otro reciente artículo puse de manifiesto los bruscos giros que los secesionistas catalanes han dado desde su primera invocación del “derecho de autodeterminación”, para cambiarse luego a su inventado “derecho a decidir” y después retomar de nuevo el primigenio “derecho de autodeterminación”. Pues eso mismo es lo que hacen ahora con el modelo al que pretenden acogerse para poder separarse de su maldita España que tanto odian, aunque sea la que les mantiene y tanto les tolera, porque en ningún otro país democrático del mundo les permitirían la serie de gravísimas burradas que cometen, hasta recurrir a la especie de “guerra de guerrillas” con que, “pacíficamente”, queman Cataluña.
Empecemos por Quebec, que los separatistas catalanes primero exigieron un referéndum de independencia a modo de como ya se ha autorizado dos veces a los quebequenses, en 1980 y en 1995. En el primero obtuvieron el 40 % de “síes”. En el segundo un 49,4 %. Pero como luego el sentimiento independentista allí ha caído hasta el 35 %, inmediatamente los soberanistas catalanes se olvidaron de Quebec y ahora quieren subirse al carro nacionalista escocés, por el hecho de que el Brexit ha reavivado entre los escoceses nueva fiebre por otro referéndum que quieren celebrar en 2020. Lo ha dicho claro el primer ministro canadiense, Justín Trudeau, que Cataluña no es igual a Quebec. Y en 2014 el anterior líder escocés, Salmont, también lo advirtió: que “el caso de Cataluña es diferente al de Escocia”.
Canadá es un Estado que todavía pertenece a la Commonwealth como monarquía parlamentaria simbólica de corte federal. Y se le autorizan referéndums porque en su Constitución tienen previsto el derecho de secesión de sus regiones federadas. Quebec era antes el motor que más tiraba de la locomotora económica canadiense. Pero, a partir del referéndum de 1980, sus grandes empresas huyeron de Quebec, aunque sólo unas 70 (en Cataluña ya van unas 5.800). En Quebec, hasta 1980 se crecía económicamente un 2,5 % anual, pero tras el primer referéndum, sólo al 1,9 %. De 1981 a 2006 su PIB creció al 2,3 % anual, frente al 3 % anterior; su riqueza aumenta sólo un 76,6 %, frente al 109 % que crecen las otras regiones canadienses; éstas tienen una renta “per cápita” superior a la de Quebec en 600 euros por persona, según el Instituto Económico de Montreal. No es extraño que Cataluña abandonara pronto el modelo de Quebec para acogerse al de Escocia. Ya conocen su lema más rentable: La “pela es la pela.
Estudiemos ahora el modelo escocés. Escocia ya estuvo constituida en reino independiente antes de que en 1707 se uniera con Inglaterra y País de Gales para formar la Gran Bretaña. En el Acta de la Unión también se recoge que cada país que entonces se federó conserva su derecho a la secesión. Por el contrario, en España, como en toda la Unión Europea, rige el modelo de estado unionista que prohíbe terminantemente la secesión. Pero los separatistas catalanes viven engañados, porque desde su escolarización se les ha adoctrinado con que tienen derecho a la autodeterminación y España se la niega.
Una trampa más de los separatistas catalanes se capta de los propios datos de la Generalidad sobre el ilegal referéndum del “1-O” que, pese a haberlo prohibido el Tribunal Constitucional, ellos lo celebraron y contaron los votos “cocinándolos” a su medida, sin control ni intervención. “Dicen” que votaron “sí” a la independencia 2.305.290; eso suponiendo que no orquestaran ningún “pucherazo”. Ahora se jactan de que más del 80 % votó independencia, arrogándose la representación de todo el pueblo catalán. Y es mentira, porque ocultan que los que votaron “sí”, sólo representan el 29,8 % del censo electoral que era de 6,2 millones de electores. No votaron los constitucionalistas porque era ilegal y prohibido, más los que votaron “no”, votos nulos y en blanco, etc; en total, sobre un 70 %.no votó. Ese dato ellos siempre lo ocultan; olvidándose también de que la Constitución fue aprobada en Cataluña por un 92 %, uno de los porcentajes más altos de toda España. En buena lógica, la única legitimación que tendrían sería si votara “sí” ese 92 %, como mínimo.
En los referéndums celebrados por los escoceses sólo pedían restablecer la Asamblea Legislativa, después de su supresión en 1707 al unirse a Inglaterra y Gales. Más los nacionalistas escoceses, no desafían la legalidad británica, no se salen del marco constitucional; acatan todas las sentencias de los Tribunales; no incendian Escocia, no utilizan la violencia, no hablan pestes de Gran Bretaña y sólo piden mayor autonomía, que ya quisieran tener la que disfrutan nuestras Autonomías.
En España, un referéndum sobre independencia es inconstitucional. Nuestra Constitución proclama la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. La soberanía nacional reside en el pueblo español” (artículos 1 y 2); reservando al Estado la competencia exclusiva para celebrar referéndums. El único referéndum que a Cataluña podría autorizársele sería aquel en que votáramos todos los españoles para cambiar la Constitución. Tendría que aprobarse primero por ambas Cámaras reunidas (Congreso y Senado) y, suponiendo que se aprobara la reforma y que ésta autorizara la ruptura de España, tendría que someterse a otro referéndum de todos los españoles para que aprobaran la supuesta separación de Cataluña. En resumen, los modelos de Quebec y de Escocia no son viables en Cataluña.
Finalmente, quiero darles una primicia informativa, pese a ser conocida por todo el mundo de forma pública y notoria. Porque todos hemos visto con nuestros propios ojos cómo las ciudades y calles de Cataluña arden en llamas como California. Bueno, pues ese “animal político” (en versión aristotélica) que se hace llamar “Quim” (Joaquín)Torra, lo niega rotundamente, aseverando que los únicos violentos que él ha visto allí son los constitucionalistas que retiraban los lazos amarillos. Sin embargo, ahora son los propios separatistas violentos los que empiezan a reconocer que sí existe violencia. Y ahí está la primicia que les anunciaba; aunque ambos fuegos, el californiano y el catalán, los provocan distintos elementos: el primero, los elementos naturales; el segundo, Cataluña, arde en llamas por culpa de otros “elementos” que almacenan dentro demasiada fobia, insolidaridad y odio acumulado hacia todo lo español.
Pero no se preocupen, que en Cataluña no pasa nada, todo está en paz y en orden. Ya saben que Torra es muy de fiar; cuando nos llama “bestias taradas” a los españoles, va en serio. Y él asegura que los únicos “violentos” allí son, además de los “quitalazos”, también los Mossos, que para él son más dignos de persecución que los separatistas que delinquen; por eso les ha incoado un expediente para depurar responsabilidades. Pero lo que se dice él y sus batallones de incendiarios, son absolutamente mansos, “pacíficos”, “ángeles benditos de su guarda”, chicos todos majos, incluido su jefe de fila, que nunca han roto un plato, sólo que se entretienen en lanzar cócteles molotov a los agentes, cohetes al helicóptero policial, bolas metálicas, barricadas incendiarias, etc. ¿Qué puede esperarse de un president que manda a los Mossos a vigilar a los manifestantes y luego va él en coche oficial a encabezar la manifestación?. Está cegado por la irracionalidad. ¿Merecen los catalanes de bien tener ese presidente?.
Pero, eso sí, lo hacen “pacíficamente”. Machacan con un adoquín a un agente y le rompen el casco y la cabeza, hieren a casi 400 agentes más, y eso tiene tan poca importancia como que sólo lo hacen para que todo el mundo “visualice” que Cataluña arde en llamas. ¿Serán melones de invierno y caraduras los “tíos”?. (Disculpen, pero con gente así es difícil contenerse). Luego, son hasta torpes intentando justificar su violencia con ese pretexto tan pueril con el que hasta el más necio e ignorante (aunque más listo que ellos) se da cuenta de que pretenden justificar lo injustificable.
Lo han reconocido obligados porque el Juzgado Central de Instrucción número 6 les investiga por presuntos delitos de terrorismo, bajo la supuesta dirección del fugado mayor del reino, Puigdemont, de quien, según los medios, habrían recibido órdenes directas a través de un terminal telefónico “seguro”. También ha denunciado su violencia el presidente del Instituto de Empresa Familiar, en el congreso anual de Murcia presidido por el rey, al que los empresarios mostraron honda preocupación ante el clima “violento” que reina en Cataluña.
Y ahora viene lo bueno. Hasta el preso Junqueras ha venido a reconocer la violencia separatista. Ya saben que este otro “pacifista” declaró en el juicio del “proces” ser “tan buena persona” que a nadie causa ningún mal. Por eso, el pasado 2 de noviembre tanto suplicó a los CDR, en “Nación Digital”, que no fueran “violentos” en el homenaje que le dedicaría ERC en la explanada de la prisión de Lledoners, donde él está encarcelado, porque también iban a asistir su padre, hijos y esposa al cumplirse dos años de su encarcelamiento.
El ínclito Junqueras es otro que niega hasta la saciedad la violencia, asegurando en sede judicial que en el referéndum ilegal del “1-O” no había más que gente “pacífica y buena”, presumiendo que él es incapaz de hacerle daño a nadie. Y se vio claramente su “pacifismo”, agitando a quienes impedían la comisión judicial donde la Secretaria tuvo que escapar atemorizada por el tejado. Pero cuando los violentos pueden atacar a su familia, entonces admite que hay violencia, desmintiéndose a sí mismo. Aunque en su homenaje siguió gritando: “volveremos más fuertes a hacerlo”, arengando a los suyos y dándoles las gracias a los jóvenes por enfrentarse a la Policía. Y ojo, que los violentos, pueden “reventar” las elecciones del día diez.
Lo que sucede es que aún se puede ir un paso más allá para darse cuenta de la relevancia de este dato.
Si comparamos los resultados del referéndum catalán con el de Quebec o con el de Escocia nos encontramos con que en Escocia la participación fue del 84,6% y que en Quebec fue del 93,5%. Está claro que se trata de consultas que no han tenido nada que ver con el referéndum unilateral del nacionalismo catalán.
Cuando desde el gobierno catalán se nos insistía en que una abrumadora mayoría del pueblo catalán quería ser consultada salta a la vista que no era verdad.
Sólo el 37% quería ir a votar.
Sólo el 29,8% quería independizarse.
El 70,2% del censo no se ha movilizado para votar la independencia.
Lo de Cataluña no tiene nada que ver con Quebec ni con Escocia, como bien saben quienes ocultan los datos de participación. Esconden lo que delata la ostensible diferencia.
Evidentemente ha ganado el derecho a decidir no decidir, con el 63% de abstenciones.
Y todo esto partiendo incluso de los datos de la propia organización, sin garantía alguna respecto a la votación o la veracidad del recuento.