Creí que la vida iba a cambiar en este nuevo lugar de la geografía española. Pero no fue así lo que yo pensé ni lo que me deparó el destino. Lo primero tenía que estar atento a quince guardias que tenía el puesto. Segundo tenía que estar localizable las 24 horas del día ya que los atestados debía de realizarlos yo. Era una orden del jefe de la Comandancia. No tenía ningún cabo, luego los guardias civiles lo que querían eran hacer sus horas de servicio y largarse a casa. Aunque todavía se trabajaba de sol a sol y de noche a amanecer. Pocos días libres. Y las academias.
Yo intenté el acercamiento a mis guardias poniendo unos horarios y unos libres rotatorios para que fuera más ecuánime los mismos. Y buscar un encuentro con ellos para poder también disfrutar con la familia. Esto fue uno de los desencadenantes de que la mujer me pidiera el divorcio. La falta de tiempo dedicada a ella. No me gustó un pelo pero ¿qué iba a hacer? Lo pensé mucho y por un lado busqué un lugar donde pudiera cobrar un poco más y a la vez estuviera más relajado. Me hablaron de Ceuta y para allí giró mi nueva voluntad. Sin embargo tenía que conseguir el preferente para irme a mi querida Ceuta.
La única forma era pasar nuevamente una temporada por el País Vasco. Fue una época donde los que yo había investigado se estaban portando muy mal contra nosotros. Había un atentado casi a diario. Pero tenía que buscar el dinero para afrontar los pagos a mi mujer y los largos aportes económicos para todas las cosas que le hacían falta a mis queridos hijos. Creo que más preocupación tenía por los peques que por el peligro morrocotonudo de la banda terrorista. ¿Cuántos ruegos habré hecho a nuestro hacedor para que me ayudara en regresar ileso a mi residencia de suboficiales donde vivía con otros hombres que tenían mi mismo empleo? Muchos compañeros se quedaron en estas tierras vascas intentando sumar los días, luego los meses y posteriormente los años para tener lo que se llama el preferente. Un total de 30 meses, dos años y medio, que te daban derecho de tener en el pecho una medalla que se parecía a la elástica del Betis. Por ella se padecía e incluso se moría. Que nos hacía ponernos en el lugar número uno de donde pedíamos. Siempre y cuando otro no coincidiera en pedir lo que te había gustado a ti teniendo el mismo preferente con un poco mas de antigüedad. Un enchufe pero que podía tener derivaciones por un lugar o por otro. Te podías electrocutar por un fallo de la Eta. O por un compañero que te pisará ese salvoconducto hacia un futuro mejor. Y tú mientras tanto haciendo servicios pidiéndole a Dios que ese día no te tocara a ti el ir al hospital o al cementerio. Una incertidumbre que también la familia la vivía. Tanto la de tu mujer e hijos como familiares que te tuvieran aprecio. Muchos eran los frentes abiertos. Recuerdo que pasamos por el pueblo de Deba y justo a la salida vi volar al coche que iba primero. Era un cuatro latas donde viajaban tres padres de familia. Los cuales perecieron aquel fatídico día. Los otros dos coches, en el tercero iba yo, resultamos ilesos. Había sido un sedal que había activado unas bombonas de gas y unos tornillos a manera de metralla. Volví a darle las gracias a nuestro Dios salvador. Pero tuve una nueva visita aquella noche. Fue nuevamente mi padre. “Hijo mío se que me sientes muy cerca de mí. Por eso cuando de las gracias también piensa en mí. Hoy nuevamente has pensado y te has puesto a la cola de los coches. No ha sido casualidad yo estaba manipulando tu voluntad para que pudieras salir de esta encerrona con vida”. Lo que yo decía suerte y ayudas. Véngamelas todas y unidas para que no me pase nada.