Se ha extendido un mantra singular, especialmente, durante los últimos dos siglos. Diversos grupos sociales, medios de comunicación, formaciones políticas y personalidades relevantes vienen afirmando, sin rubor, que la religión es un hecho pernicioso para el ser humano y que los diferentes dogmatismos –especialmente, los de las religiones monoteístas- radicalizan al ser humano. Por el contrario, mientras se aplaude el arrinconamiento de las creencias divinas para evitar su libre expresión en la sociedad actual, se aúpa una especie de religión laica, que promueve una suerte de santoral napoleónico, donde cada grupúsculo alimenta sus propios mitos, su cosmogonía y su teogonía. Contra la radicalidad de las religiones, se va imponiendo el fanatismo laicista. Un fanatismo, por otra parte, que ha conseguido consolidar como religión, por ejemplo, lo que nació como parodia: el pastafarismo.
Afirmar esto, en Ceuta, podría parecer una temeridad si no fuera porque, aquí, la religión constituye un elemento vertebrador de la propia sociedad caballa. No obstante, podría decirse que, de manera interesada, se ha eliminado y limitado el concepto de religión para sustituirlo por cultura. Así, lo que habría de ser la ciudad de las múltiples confesiones religiosas se ha convertido, infamia de lo políticamente correcto mediante, en la capital de las cuatro culturas. Toda una temeridad, pues quien afirmó algo así y quienes permitieron que así se extendiera, solo podían pretender la manipulación del imaginario colectivo y la confusión de quienes han abdicado de los conceptos fundamentales del personalismo. Por ser breve, cada religión lleva implícita una cultura en sí misma pero no todas las culturas provienen u ofrecen un sistema moral y ético de vida.
Ceuta es Occidente. Su cultura es occidental. Esto quiere decir que la cultura de Ceuta es la heredada de la tradición grecolatina y continuada por las raíces judeocristianas que se han desarrollado a lo largo de toda Europa y que después se exportaron a América. Ceuta no es diferente a Gibraltar o a Algeciras. Pero sí lo es de Castillejos o de Tetuán. A un lado y otro de la frontera sí hay dos culturas. Buenismos a un lado, en este lugar se respira la misma libertad que en Berlín, Londres o Madrid. Aquí también funciona el Estado de derecho, se aplican los procedimientos proporcionales de la justicia, el sistema de protección keynesiano es similar al de la Europa nórdica, la pena de muerte está desterrada, se combate la desigualdad y la persecución por motivos de raza, religión o ideología está penada. Más allá del Tarajal, la gran mayoría de estos conceptos están en entredicho o, directamente, no existen.
En Ceuta solo hay una cultura: la de la democracia liberal que venció al comunismo con la caída del Muro de Berlín; la del Estado de derecho, que garantiza la igualdad ante la ley para toda la ciudadanía; la del libre comercio del capitalismo regulado y la del proteccionismo de las necesidades más básicas de la persona. Porque Ceuta es España. Y España, todavía, pertenece a Europa. Europa es el alma de Occidente. Esta relación de conceptos es la que permite que en este lugar, excepcional por otro lado, solo siete días después de la celebración de la fiesta patronal de origen cristiano, la comunidad islámica pueda celebrar una de sus más importantes conmemoraciones: la Fiesta del Sacrificio o Eid al-Adha.
Al contrario de lo que ocurre en otros lugares que se encuentran fuera del marco de Occidente, las luchas tribales, las persecuciones y los holocaustos por motivos religiosos son más comunes de lo que parece. Desde el ateísmo de estado en China al budismo violento en el Sudeste asiático, la persecución del cristianismo se ha convertido en una causa recurrente en el mundo no occidentalizado. África es otro lugar donde los cristianos derraman su sangre en misión humanitaria, incluso.
En Ceuta no hay cuatro culturas. Hay solo una: el occidentalismo y así debe mantenerse para que la multitud de religiones que aquí confluyen puedan seguir conviviendo en armonía. Convivir, que no es convertir. Pretender la conversión de una u otra comunidad sería, en cualquier término, un craso error. Si bien, todos lo sistemas de creencias que existan en Ceuta deben someterse a la cultura de Occidente, es decir, a la sana separación de la religión y el Estado.
Por esto, es más razonable desconfiar del fanatismo de quienes desean disolver la religión de la vida pública, arrinconarla en la oscuridad de los templos, borrarla de los callejeros y del día a día de los ciudadanos, los cuales se expresan con naturalidad bajo un sistema de creencias prácticamente compartido. Al contrario, es alentador ver y experimentar la esencialidad de quienes viven su religión con apasionamiento, quienes la transmiten con el sano temor a la deidad y con la bondad de lo que han recibido. La religión permite el encuentro de la humanidad. El fanatismo de la laicidad pervierte a la persona en un ente inanimado. Ceuta, una cultura, muchas religiones. Eid Mubarak.