No se si os habrá pasado alguna vez que antes de que el teléfono nos haga una llamada, coger en la mano el móvil y tenerlo para responder más rápidamente. Y cuando sabemos a ciencia cierta que vamos a tener una comunicación muy importante. Son momentos donde una capacidad especial entra en liza. A esto se llama premonición. Eso fue lo que me pasó cuando el marido de mi tita me dijo que había fallecido. Me quedé de piedra. Eso que he dicho antes fue lo que me pasó. Estaba muy intranquila. No sabía lo que podía pasar. Ella tenía 4 años menos que yo. Y es que en mi familia tenemos una costumbre ancestral de ser madres con una temprana edad. Y luego pasa lo que pasa. La envidia, incluso entre madre e hija, hace que pueda haber un fallo intencionado, o no, de la reciente abuelita y convertirse en nueva madre y abuela, a la vez, y se produzca esa alteración de los papeles naturales. Me refiero a que los tíos y tías deban tener siempre más edad que los sobrinos. No me cuadraba, por lo que he dicho, que mi tía, que ya he mentado, fuera más pequeña que yo. No me quedaba tiempo para la melancolía, tenía que organizar el viaje hacia Madrid, ya que tenía que darle el último adiós a mi tita. Por eso, debía de coger un barco, urgentemente. Eran las ocho de la tarde. Muy tarde. Y pocos barcos para escoger. Pero mientras antes pudiera entrar en alguno de ellos, el largo recorrido que tenía que efectuar hasta nuestra capital española, lo haríamos con más premura. Aunque las siete horas, como mínimo, no había quien las quitará y otra eventualidad más, que habría que sortear, era el cansancio que podría tener mi pareja. Dejé a una vecina a cargo de mis hijos, que ya otras veces me había hecho el favor. Aunque los nenes tengan treinta y dos y treinta y seis años, el mayor. Ella les haría de comer los días que yo faltara. Ahora tendría que hacer las maletas y llamar a mi marido para que me llevara. Esa otra cosa de coger al atareado hombre de negocios.
De pequeñas, éramos inseparables. Nunca llegamos a saber que parentesco teníamos, ya que nos veíamos como hermanas. Nos parecíamos muchísimo. Pero yo era muy dócil y ella tenía un carácter muy fuerte. Por lo demás, nos llevábamos a las mil maravillas. Yo, cuando era ella más chica, la defendía pero, cuando nos hicimos adultas, ella era la que dominaba, por la fuerza, y yo, por la inteligencia. Me pasé todo el trayecto en el ferry llorando. Recordando momentos donde estábamos juntas. En mi comunión, a ella le hicieron un vestido igual al mío. Parecíamos gemelas. Pero con diferentes estaturas. No me podía creer que la pobre María estuviera muerta. Con toda la vitalidad que derrochaba. Después de salir del barco a los pocos kilómetros me quedé dormida y eso que siempre soy una persona que me gusta estar al pie del cañón. Creo que sería por la melancolía. Durante el intervalo de tiempo que pude cerrar los ojos, mi subconsciente me jugó una mala pasada y tuve un sueño donde estaba sentada con ella en un jardín, en el cual había una mesa de cristal con los embellecedores de hierro negro, un césped debajo, bebiendo una Coca Cola Zero y me dijo: "encima de mi armario tienes una carta para ti". Era un sobre tamaño medio folio, de color marrón claro, donde ponía “para Pilar”. Me quedé pillada por lo real que todo había parecido. Así que ideé una argucia para poder comprobar la veracidad de este sueño. Ya que, ¿cómo podía yo presentarme allí y decirle a mi tío que tenía que entrar en el cuarto de María para buscar una carta? Era razonable que no tenía ni pies ni cabeza. Al llegar al tanatorio, eran casi las siete de la mañana. Muchos familiares que conocía, estaban allí y otros, que era la primera vez que los veía.
Una hermana de mi madre recordó un viaje a Alicante, donde las dos nos enamoramos de su hijo mayor y tuvo que mandar al orden a ambas, recordando que eran familia. Fue, para mí, mi primer amor. Para María era su enésimo y gracias a ella, salí del primer trance serio con el sexo opuesto. La verdad es que éramos guapas y, a los dieciséis años, yo tenía la misma estatura que mi tía con doce. Así que al ser como dos gotas de agua, se enamoraban de nosotras y luego no sabían distinguir quién era una y quien era la otra. Menudas trastadas que hemos formado más de una vez.