No corren buenos tiempos para el periodismo. Al menos para el que pretende ser auténtico, medianamente libre y diferente. La obsesión de los distintos poderes amarrados en esto que se llama democracia pasa por controlar al plumilla hasta el extremo. Lo hacen o lo intentan hacer los políticos, manejando sus cuerdas mediante presiones a los grupos editoriales que terminan recayendo en el currela. Lo hacen los poderes económicos, amenazando con eliminar lo que se erige en la subsistencia de los medios de comunicación: la publicidad. Lo hacen los gabinetes de prensa oficiales, distribuyendo comunicados en los que ya hasta se le coloca el titular al periodista para que ni trabaje, ni piense y al final publique lo que a los jefazos ha gustado. Y lo hacen, ahora, los jueces. A tenor de las últimas intervenciones sobre la necesidad de controlar las filtraciones, son demasiadas las voces que se alzan pidiendo que se controle lo que el periodista publica. ¿A dónde hemos llegado?, ¿será ya ésta la era en la que el magistrado dice lo que el periodista de tribunales debe o no publicar? Parece así. Y parece que los plumillas se enfrentan al poder de los grandes gabinetes de prensa que rodean estas instituciones y que buscan controlar a los pocos trabajadores libres que quedan en la profesión. Y son pocos porque entre los mileuristas que evitan problemas y los que se autocensuran para no buscárselos escarmentados de quedarse solos ante el peligro, ya nadie se atreve a burlar la línea que se marca de manera amenazadora.
El periodista no debe pensar, sólo debe saber transcribir. Hacer lo que le dice la Ciudad, la Delegación, la Policía, la Guardia Civil, ¿también los jueces? Se veta la posibilidad de que el profesional hable con las fuentes. Se opta por remitir el comunicado con la traducción debida y las frases entrecomilladas que un político metido a aprendiz de periodista lleva a cabo. Este es el sistema por el que optan los poderes para amordazar a la prensa.
El periodismo avanza en un futuro entre rejas, convirtiéndose en su gran amenaza: convertirse en un boletín oficial de los poderes. Google se suma a estas esquizofrenias ofreciendo el ‘corto y pego’ con el que aderezar la jornada en las redacciones. ¿Es este el poder mediático que queremos? Eso es lo que el ciudadano debe preguntarse porque de él depende que los profesionales fallezcamos en el intento de ser algo. La alternativa al pensamiento siempre deseada.