Es la línea de la indignidad. En donde nada funciona como debe. En donde cada jornada hay sorpresas. “Nos tratan como animales. La gente no tiene ni para comer y pasa aquí el día, esperando ¿el qué?... nada”, expone Moussa, vecino de Castillejos, a pie del monte de Bab Sebta, una jornada más sin poder entrar en la ciudad.
A los registros y multas realizados sobre los coches patera, en ese objetivo establecido por terminar con el porteo entre Ceuta y Marruecos, se suma un particular juego del gato y el ratón, en donde miles de personas se quedan esperando en territorio marroquí el momento para cruzar para terminar bloqueados en la zona internacional.
“Se quedan aquí horas, no pueden comer, ni hay servicios. Hay conductores que no pueden entrar, hoy en día hay más de 500 autos esperando para entrar y no pueden”, añade Moussa.
La falta de explicaciones constituye toda una tortura a pie de frontera, porque hay quienes dicen sentirse como “animales”, aglomerados en un espacio en el que nada funciona como debiera y en el que se prohíbe la entrada sin visado, aunque oficialmente se niegue la adopción de medidas extraordinarias en este paso entre dos mundos.