Aunque todos sabemos que la historia es un referente al pasado, la mayoría sabemos que esta palabra se escribe con hache. Haciendo un símil imaginario, nos tendríamos que referir al amor, al agradecimiento, a la belleza y a un deporte llamado fútbol que, hace ya muchos años, nos sirvió para crecer en sintonía con el compañerismo y en la amistad que, el mismo, nos introdujo en nuestro ser como puñal que se clava en lo mas profundo del sentimiento, aquel que levantó pasiones en los años sesenta, setenta, ochenta y por centímetros, en anteriores. Escribir sobre amigos que lo serán siempre, hoy me dejo llevar por la singularidad que fortalecía, no solo nuestras piernas… lo hacía también en nuestros corazones, basados fundamentalmente en la deportividad. Para ello, sería indispensable homenajear a un campo de tierra y algunas piedras llamado del “54”, que dejó de existir cuando el progreso lo cubrió de césped artificial y donde aquel deporte de hombres, sucumbió para un bien relativo de jugadores mediocres que, paradójicamente, nunca consiguieron que las gradas se llenaran como en aquellos tiempos.
En aquel pedregal donde las heridas superaban al hechizo de la lesión y al susurro de la pasión, en el maravillaba la habilidad goleadora de Manolito Blanco, un espectáculo en el interior del área y que goleaba cuando nadie lo esperaba. Con una corpulencia inusual y unos codos al estilo Kubala, el gol y él iban siempre de la mano. Todos los aficionados esperaban que, tarde o temprano, Blanco hiciese el gol de la victoria. En un partido de los pocos jugados en el Murube, el Imperio de Ceuta ganaba por dos a cero al CD. Diamante, en un partido tranquilo. En tres minutos, Manolito puso el empate en el marcador, para sorpresa de todos. Y aún tuvo la oportunidad de hacer el tercero… era un “Crack”.
Dejando para otros artículos el devenir de otros grandes centros delanteros, me gustaría centrarme en el juego de salón, en su facilidad para tocar el balón, en la dureza del chut descomunal del que gozaba Jesús Gordillo, alma mater del CD. O’Donnell y jugador de magníficas cualidades. Se me hace dificil explicar en este escrito el estilo de juego limpio y genial de este fino jugador, nacido para jugar en categorías superiores y que las circunstancias hicieron que no triunfara como era debido. Con su cañón preparado, todavía está en mi memoria el penalti que marcó a la Selección Extremeña en Badajoz y que, seguramente, el portero aún andará buscando. Pero lo mejor de este jugador era su elegancia y en el fútbol tan exótico que hacían de él un juego fácil. Hoy tengo que reconocer que Jesús hizo del deporte rey una exhibición.
Muchos y buenos fueron los centrales que defendieron con efectividad las defensas de sus equipos. Hoy me gustaría escribir sobre Pedro Moreno “Pedrito”, jugador nacido en los aledaños del 54 y que por su corpulencia, aproximado al 1.90, dejó su estela de jugador expeditivo y contundente. Titular en la Selección Norteafricana, también lo fue en el Ceuta de superior categoría y equipos peninsulares, entre ellos el Motril, entonces militando en la tercera división. Pedro fue de esos jugadores llamados a ser fundamentales en equipos de primera división pero que, al igual que muchos otros, no tuvieron la suerte de divisar el horizonte de la élite. Los que lo conocemos y vimos jugar, sabemos que hay jugadores que enfocan sus vidas hacía otros derroteros y que, como en este caso, la seguridad de otros trabajos le hizo ser llamado por la inteligencia, hecho que seguramente, hoy, él agradecerá… ¡ole vieja!.
Si yo quisiera extenderme y explorar en mi memoria qué porteros de aquella época aportaran excelencia a éste artículo, seguramente tendría muchas dificultades para elegir al mejor, al número uno, al guardameta de categoría que, con toda seguridad, ocupase la plaza del “Trofeo Zamora” y tendría que dejar este escrito para otro momento, para otro día. Sin menospreciar a nadie porque de los que se queden en el tintero en el día de hoy hablaré en otra ocasión, mi opción se llama Antonio Peña “Jarro”, con el cual y cuando éramos infantiles, comencé a jugar en el Imperio de Ceuta. Peña fue un portero grande entre los grandes, de gran agilidad y personalidad. Llegué a ser testigo de una historia que le sucedió, rocambolesca e impropia en el Campo de la Murta, en Játiva. Nos jugábamos el ascenso a Tercera división el Olímpico de Játiva y el Imperio de Ceuta. Fue un viaje espectacular donde cuidar la condición física no tenía importancia. El autocar que nos llevó a dicha ciudad, lo hizo también a Villanueva de Castellón, Alcira, Alberique y otros lugares cercanos de la región. El resultado del partido no nos importaba mucho. Cuando estábamos en los vestuarios y el entrenador, que era Antonio Rilo, comenzó a dar la alineación, fue sorprendente que el mister, que en su tiempo fue guardameta, se alinease como portero para ese partido dejando a Peña de suplente. Una sorpresa que no sentó nada bien entre los jugadores y el resultado de 4 a 0 en contra se quedó corto porque ellos, no quisieron meternos más. En realidad, el portero Rilo no estuvo mal, ¡no!, fue lo siguiente. Aquello que vivimos fue inexplicable pero Antonio Peña, que jugó toda la temporada y tuvo un rendimiento excepcional, recibió el apoyo y el cariño de todos los jugadores. Lo que él vivió se me hace dificil de exponer aquí.
Zinedine Zidane dijo en cierta ocasión: -Una vez lloré porque no tenía zapatos, luego conocí a una persona que no tenía pies, y entonces me di cuenta de lo rico que soy-.