Hay días en que echamos la vista atrás y nos lamentamos de los errores del pasado. Pensamos: “Si lo hubiese sabido”. Cuántas cosas cambiaríamos, pero es difícil ¿verdad? No nos fue dado cambiar el pasado.
Ahora bien, si nos fijamos, sí que podemos cambiar el futuro, o al menos corregirlo. Eso sí, siempre y cuando actuemos en el presente.
Se trataría de hacer un balance de situaciones que ocurrirán con toda probabilidad, y de tener articulada una respuesta para el momento en que el destino muestre sus cartas, y evitando así el factor sorpresa. Los errores serían rápidamente neutralizados y nuestras fortalezas apenas sufrirían desgaste.
A esta área de conocimiento que se ocupa del análisis de situaciones futuras lo llamo yo “astrología”, y su libro servirá para desenvolvernos en sociedad y orientar nuestros pasos. No podemos evitar una desgracia, pero sí podemos hacernos fuertes en el sino. (Desde joven estoy cautivado por la forma de vida de los primeros estudiosos).
Evidentemente, todo esto que digo podría ser fruto de mi imaginación, y bien podría servir de argumento a una novela de aventuras, pero en realidad no hago otra cosa que referirme a esa circunstancia mágica que es la “prevención”.
Hagamos este ejercicio relativo a la salud mental. Dicen todos los organismos de la salud que, con toda probabilidad, en el año 2030 la principal causa de discapacidad serán los trastornos mentales, y que una de cada cuatro personas sufrirá un problema de salud mental a lo largo de sus vidas. A lo que yo apostillo: “Esto será si nos quedamos cruzados de brazos”.
Hay dos posibles: podemos pagar la carísima factura de esta realidad (con recursos menguantes), o bien podemos intentar cambiar la realidad misma. Son las dos caras de la política de un problema y hemos de elegir.
Sabemos el pronóstico, sabemos el diagnóstico, su gravedad, los modelos alternativos, la Ley General de Sanidad de 1986 sin desarrollar, y en breve saldrá la nueva Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional. Entonces, ¿qué extraña fuerza nos mantiene tan inmóviles?
Mi teoría es que las familias sobre todo, el movimiento asociativo también, y las unidades de salud mental en su hacer con los recursos que hay, están amortiguando a día de hoy el gravísimo problema que se nos viene encima. Los poderes públicos no tienen la percepción de inminencia, y no priorizan la salud mental en la cartera de servicios, como en nuestra opinión sería necesario.
Ninguna familia está libre de que en su seno se desarrolle un problema de salud mental, pero cada vez hay más casos de “debut” debidos a causas exógenas o ambientales. Está en nuestras manos fabricar una sociedad vivible para la mente, con entornos educativos y laborales mínimamente seguros para la mente; donde la competitividad deje margen al entendimiento y cada uno aporte en función de sus habilidades.
Toda la energía que se invierta en humanidad y en salud mental traerá beneficio al conjunto, aunque es verdad que a veces cuesta verlo.
(Perdonad mi gravedad en el habla a veces, pero es que también tengo un rol nacional en el movimiento de salud mental).