Escritor, ingeniero y sociólogo, el valenciano Rafael Soler se describió este lunes junto al yacimiento de la Biblioteca Pública, donde compareció junto a unos treinta iniciados en su producción literaria en el marco del Club de Lectura del IEC, como un “poeta que escribe novelas”, un autor bendecido con la “sensibilidad de captar algo y quedármelo”, un empecinado en “tallar el lenguaje” como un escultor con “voluntad de estilo”.
El Instituto de Estudios Ceutíes le citó con sus lectores en la ciudad autónoma alrededor de ‘El último gin tonic’, el texto con el que volvió a ofrecer narrativa en las librerías (bien claro dejó a los asistentes que una cosa es escribir, siempre, y otra publicar, solo cuando vale la pena) después de que en los ochenta empatase con ‘El corazón del lobo’, recientemente puesta de nuevo en circulación comercial y ‘El grito’, que quizá vuelva a imprimirse en “un año”.
“El último gin tonic’ es”, se escuchó ayer en la Biblioteca, “como Ceuta: se puede leer en solo dos horas pero te pierdes mucho”. Hay que pararse en la prosa de Soler porque es de “experimentar y arriesgar” primero y de “tallar”, de mucho podar después en busca de la esencia, de lo imprescindible. Vicio virtuoso de poeta que sabe que los versos “se pueden destrozar con una palabra inadecuada o regodeándose demasiado”. El mismo principio aplica a la narrativa: “Evito dedicar páginas a escribir para que en el lector aparezca el deseo de más, para que poco sea mucho”, confesó ante un pequeño auditorio arrebatado.
Escribo las novelas a partir de una idea, fuerza y dejándome llevar
Así pare, hasta de pie con ayuda de un atril, padres “inaccesibles por incomprensibles” y viceversa, mujeres que “huelen a limón aproximadamente”, jefes “cocodrilo” que duermen mal desde que hicieron la comunión sin confesarse y personajes “con barretina, silla motorizada y catalejo”.
Según Soler, hacer novelas es para él “un gozo” en cuanto les coge el tono y se puede ir a vivir o de viaje, a Siria o donde toque, con todos sus personajes, para ver por dónde se quieren aventurar, para dejarles que se den codazos por su cuota de protagonismo. La poesía es “otra cosa”, “desamparo”, una incógnita, una senda sin mapa, que ni para las novelas, ni brújula para un autor que se reconoció en los adjetivos de los caballas: “Distinto”, “con fina ironía”, “de construcciones cinematográficas”, un El Bosco de las letras.