En “Los tramposos”, la película de Pedro Lazaga de 1958, hay una famosa escena, la del timo de la estampita en la que dos timadores de medio pelo le sacan el dinero a un pobre paleto convenciéndole de que en un sobre hay un elevada suma de dinero aunque en realidad está lleno de simples recortes. Solo cuando ya es demasiado tarde y ha sido “desplumando”, el timado descubre el engaño.
Los españoles hemos caído de nuevo en las trampas que la izquierda nos tiende utilizando las viejas técnicas propagandísticas tan ensayadas desde los años veinte del pasado siglo. En esta ocasión, el “sobre” lleno de estampitas con el que nos han dado gato por liebre ha sido la cuestión migratoria.
Desde que llegaron al gobierno, los socialistas prepararon el terreno con grandes proclamas en favor de unas políticas de migración más abiertas, más humanas, más sensibles. Anunciaron medidas como la retirada de las concertinas en las vallas de Ceuta y Melilla y la supresión de las devoluciones en frontera, también otras como la atención sanitaria a los inmigrantes en situación irregular y lo coronaron todo con el golpe de efecto del Aquarius con el que además se permitieron tachar de xenófobo al gobierno italiano.
¿Cuál ha sido el resultado de toda esta campaña? Además de aumentar el número de llegadas de inmigrantes a nuestras costas y de la creciente violencia en el salto a las vallas fronterizas, han conseguido, una vez más, introducir una nueva fractura en nuestra sociedad.
Cuando de forma lógica, partidos como PP y C´s (que representan a la mitad de los votantes) han solicitado políticas migratorias racionales, el propio gobierno junto con su partido y sus terminales mediáticas los han tachado de racistas, xenófobos, egoístas y crueles confrontándolos con la imagen de una izquierda repleta de sentimientos humanitarios y solidaridad. Con esta estrategia, además de lograr reunir a varias opciones políticas en una sola categoría para poder demonizarla (un digital tituló: "Casado y Rivera se pelean por el voto xenófobo"), han provocado que una parte del electorado aún por determinar, harto de proclamas “buenistas”, vire hacia posturas antiinmigración y muestre su apoyo a partidos extremos. El resultado no puede ser más satisfactorio para los socialistas: queda demostrado que el racismo crece y ellos, la izquierda, son los buenos que tenían razón. La profecía auto cumplida.
¿Pero cuáles han sido en realidad las políticas migratorias de los socialistas? Pues pura propaganda. No han retirado las concertinas, han defendido ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos las devoluciones en frontera y respecto a Europa, una vez amortizado el efecto Aquarius, no han permitido el atraque de barcos en condiciones similares, han vuelto a cerrar acuerdos con los antaño xenófobos italianos para disuadir a los inmigrantes de que no intenten llegar en barco y con la otrora malvada Angela Merkel han firmando un acuerdo de devolución exprés de refugiados. Y todo ello dentro de las políticas europeas de reducción de la inmigración irregular (incluidas las ayudas económicas a Marruecos para contener la inmigración en su territorio).
Esta es la realidad, mucha propaganda y poco más aunque eso sí, han logrado el objetivo de establecer un discurso dicotómico, de buenos y malos, un discurso que demonice a aquellos que piden políticas migratorias racionales abriendo así una nueva fractura en la sociedad que les permita seguir en el poder sin importarles las graves consecuencias.
Por eso para el gobierno los saltos en las vallas y los guardias civiles heridos son tan solo eso, efectos colaterales.