La foto, captada en la plaza Padre Arenillas, a plena luz del día, no es una estampa casual. Centro y barriadas son escenarios habituales de hechos similares protagonizados por marroquíes desde illo tempore. La falta de expectativas laborales del país vecino y la desprotección social mueven a recurrir algunos de esos ciudadanos a este degradante modus vivendi, arrastrados por su irreversible pobreza.
Viéndoles hurgar en los contenedores, la escena parece trasladarme al Madrid de los ‘traperos’ de comienzos del pasado siglo, tan magníficamente retratados por dos grandes escritores de la época, Blasco Ibáñez y Pío Baroja. “Desde su juventud explotaba una de las mejores calles, todas ellas de señorío que comía bien”, decía en ‘La horda’ el novelista valenciano. Y Baroja nos acercaba al señor Custodio del que destacaba que “sacaba para vivir con cierta holgura; tenía su negocio perfectamente estudiado” en medio de “aquella vida tosca y humilde, sustentada con los detritus del vivir refinado y vicioso; aquella existencia casi salvaje en el suburbio de una capital”.
Tal protagonismo llegaron a tener estos ‘traperos’ matritenses, que tampoco escaparon a las crónicas costumbristas de la época, con sus carros tirados por burras o mulos que llenaban con la recogida de desechos de todo tipo, escarbando en las basuras, que luego clasificaban minuciosamente para su ‘comercialización’. Cuentan que llegaron a autorizarse unos 4.000, la mayoría con sus carros también debidamente identificados. Hasta ahí llegaba la cosa.
Paralelismos de la historia: también algunos de nuestros modernos y peculiares ‘traperos’ portan carros, pero ahora con los de la compra, y hasta podemos también verlos en determinados puntos clasificando su ‘botín’. El caso de la imagen, en la que se puede apreciar como están concluyendo la operación. Algunos tienen hasta sus puntos fijos de espera, principalmente a la caída de la tarde cuando los vecinos depositan sus basuras, y hasta los he llegado a ver en pequeños grupos perfectamente organizados.
Recuerdo de mi más tierna infancia, aunque muy vagamente, a los traperos ceutíes. Solían desfilar por las casas en las que las señoras, como el caso de mi madre, solían tenerles preparado un hatillo de ropas, paños, telas o determinados enseres. Por entonces no eran marroquíes sino menesterosos de la localidad.
Lo de la proliferación de rebuscadores es otro de los problemas endémicos de la ciudad, que ni el tiempo ni la voluntad política han podido al menos amortiguar. El 9 de octubre último lamentaba en esta misma columna como las millonarias inversiones de fondos FEDER no hubieran contemplado la deseada implantación de un sistema de contenedores soterrados selectivos de basuras que hubieran acabado con tal problema donde estos hubieran estado colocados. Los actuales recipientes, en determinados casos a rebosar de desechos, cuando no desparramados por los suelos por algunos de los que en ellos hurgan, o con bolsas a su alrededor, no casan lo más mínimo con la imagen de modernidad que tratamos dar de Ceuta. La sustitución de los antiguos recipientes por otros más funcionales y profundos, no ha sido la solución.
Sucede que en determinados puntos del país está implantada una organización, ‘Traperos de Emaús’, fundada en Francia, que como aquellos ‘traperos’ ceutíes, recoge a domicilio ropa, zapatos y todo aquello que pueda ser reutilizado en beneficio de los más necesitados. Del mismo modo en localidades de la otra orilla he podido ver contenedores especiales, de muy difícil o imposible manipulación, en los que los ciudadanos pueden depositar las prendas que desechan de vestir, calzar y otras por el estilo, para su posterior selección y entrega a entidades benéficas.
Aunque la mayoría de nuestros rebuscadores aparenta ser gente pacífica, no se olvida, por ejemplo, el suceso de este otoño que originó la indignación de los residentes de la zona de las Puertas del Campo, cuando uno de ellos protagonizó una agresión a una mujer que pudo traer fatales consecuencias. Cansados de ver la proliferación de magrebíes manipulando las basuras y con visibles ingestas de alcohol en algunos casos, como el del dicho agresor, la vecindad estalló en indignación ante tan preocupante hecho.
Día y noche, la estampa es habitual. En el centro y en la periferia. Por cierto, ¿cómo no están estas personas a partir de las veintidós horas, como es preceptivo, al otro lado de la frontera?