El cuerpo sin vida de otro joven subsahariano fue encontrado ayer en la zona de Anyera. El mismo lugar en donde, ni 24 horas antes, se había recuperado otro cadáver. Son dos ejemplos del fracaso del sistema de fronteras y se suman a otros tantos muertos cuyos cuerpos han llegado hasta Ceuta y a los miles que quedan por el camino y, como no los vemos, pues ni sufrimos por ellos. Por los que llegamos a tener constancia, por los que vemos sus rostros y conocemos sus historias, afloran sentimientos de todo tipo. Los hay que rompen a llorar aunque no conozcan a esa persona que murió cuando solo intentaba pasar una valla y los que siguen exteriorizando los sentimientos más bajos de tanto corazón perdido. Ni muertos les dejan descansar, aun sin vida todavía los hay que preguntan por el coste de sus entierros. Es increíble lo malos que podemos llegar a ser.
Sorprende que el segundo fallecimiento conocido haya pasado sin pena ni gloria entre quienes gustan mostrar públicamente sus condolencias por todo. Quizá es que al ‘caer’ en fin de semana no se haya tenido en cuenta. O quizá es que existan hasta categorías sobre los muertos: por unos no cabe siquiera pesar alguno...
Para mí es una tragedia. Lo lleva siendo demasiados años. Es una tragedia que sigan muriendo, como lo es la ristra de imágenes que nos hemos acostumbrado a ver y a aceptar como normales. Esos cuerpos desgarrados por la concertina del negocio, esos hombres que son devueltos a Marruecos tras permanecer horas sobre el alambre, ese truco cobarde de la hipócrita clase política que se permite el lujo de idear protocolos que determinen cuándo alguien es expulsable y cuándo no, en dónde termina la línea permitida y en dónde no, hasta qué parte de la valla estiramos el efecto del miedo y el pánico que puede generarse entre personas exhaustas, cansadas... que tienen que esconderse para que nadie les encuentre porque tienen miedo a que se les eche a Marruecos y allí los apaleen. Y es tanto lo que han sufrido que hacen lo que sea por evitar eso, hasta ocultarse entre malezas y morir de frío, por ejemplo.
Pero no pasa nada. Parece que ni nos afecta, ¿por qué? Lloramos por muertes lejanas y por estas ni siquiera alteramos nuestra rutina... ¿son menos?, ¿son invisibles?, ¿no nos causa ningún tipo de dolor?, ¿vemos normal lo que está ocurriendo? Ya es hora de responder.