Uno de los “dogmas” del independentismo catalán es, sin duda, su constante apelación a la “democracia”. Todo se envuelve en esa palabra mágica. Se trata, evidentemente, de “su” democracia. Si el juez procesa a sus cabecillas, está atentando contra la democracia. Si alguien osa llevarles la contraria, está atentando contra la democracia; si en Alemania osan enviar a la cárcel al jefe de la banda, idem de idem. Y así, una y otra vez.
El sábado dos de diciembre del pasado año se celebró en San Juliâ de Ramis –lugar habitual de residencia de Puigdemont- el acto de presentación de la candidatura de “Juns per Catalunya” para las elecciones del 21-D. Según informó la agencia Efe, en dicho acto participó -inaugurando el posteriormente socorrido método de la videoconferencia- el ya por aquel entonces fugitivo “expresident”, quien resumió su objetivo manifestando que esas elecciones debían ser como una segunda vuelta del referéndum del 1-O es decir, del previamente ilegalizado por el Tribunal Supremo, en el cual, según sus cuentas particulares, la independencia venció con nada menos que el 90% de los votos. Democracia pura.
Pues bien; en las citadas elecciones del 21-D –la deseada segunda vuelta de Puigdemont- los partidos separatistas obtuvieron el 47,32% de los votos, frente al 52,68% de los que no lo son (por si surge alguna duda, aclaro que “Podemos” y sus acompañantes defienden el ”derecho a decidir”, pero se oponen a la independencia). En consecuencia, en la “segunda vuelta”, el independentismo perdió por más de cinco puntos. ¿Es ésta la democracia a la que tanto apelan estos contumaces, aunque fallidos, rupturistas de la unidad de España? ¿Cómo es posible que se permitan hablar en nombre de “todo el pueblo”? Resulta evidente que no, pero ellos a lo suyo contra viento y marea.
Si vamos más atrás, conviene recordar que en el mes de diciembre de 1979 y en el referéndum de aprobación de la vigente Constitución española, en Cataluña, con un millón y pico de electores censados respecto del 21-D, votaron a favor de la Constitución que ahora tanto parece molestarles nada menos que 2.701.870 catalanes rozando el 90% de los votos emitidos, mientras que el 21-D las opciones separatistas obtuvieron, en conjunto, 2.063.361 votos. Una diferencia de casi 600.000, y con ese millón largo de incremento de electores en el censo. Vuelvo a preguntar: ¿esa es la democracia que los independentistas invocan una y otra vez?
Han hecho de la mentira su arma más poderosa. Parten de un relato histórico absolutamente falso, transformando la Corona de Aragón en la “corona catalano-aragonesa”; catalanizando el nombre de sus reyes –“Ferran II de Catalunya” en lugar de Fernando II de Aragón-; Guerra de “Secesión” en lugar de Guerra de Sucesión (*); “España nos roba”, en lugar de la solidaridad interterritorial; Europa y el mundo entero nos recibirán con los brazos abiertos; la economía catalana crecerá exponencialmente; nadie se irá, al contrario, vendrán grandes inversiones extranjeras (se ha ido ya hasta la “Barcelona World Race”); el español es un idioma que nos es ajeno; todos los catalanes está a favor de la independencia: somos superiores a “los españoles”; las cargas de la Policía Nacional del 1-O fueron contra indefensas personas que solo querían votar y no contra piquetes destinados a impedirle entrar en los Colegios electorales para cumplir un mandato judicial; ellos son pacíficos, pero ya se han registrado más de doscientos cincuenta incidentes provocados por sus huestes y sus “Comités de Defensa de la República” aumentan su violencia; en España no se respetan los derechos humanos y el Poder Judicial está sometido al Ejecutivo; las prisiones españolas son casi como las de la Inquisición; son “presos políticos” los están preventivamente en la cárcel por haber pretendido romper la unidad de España, desobedecer reiteradamente a la Justicia, haber gastado indebidamente dinero público, secuestrar a Guardias Civiles y a una funcionaria de Justicia, destrozando vehículos oficiales… Todo un conjunto de fabulaciones que, desde muy atrás, han ido inculcando en los más jóvenes mediante una educación totalmente sesgada.
Ahora, el flamante Presidente del “Parlament”, Roger Torrent, ha rizado el rizo del disparate al afirmar que ningún Juez podrá juzgar al “President de la Generalitat”. Y tanto que puede. En España los jueces pueden procesar a una hija del Rey y a su esposo; en España están investigadas, procesadas o condenadas personalidades que han ocupado muy altos cargos gubernamentales, pertenecientes a diversos partidos, entre ellos el que ahora gobierna. ¿Quién, en su sano juicio, puede decir que los jueces españoles se someten al Poder ejecutivo?
Pero ahí siguen, inasequibles al desaliento, haciendo caso omiso a la realidad y, dándole vueltas, sin parar, a la misma matraca. Eso sí, reconozco que su maquinaria de propaganda en el exterior es mucho más eficaz que la de nuestro Gobierno, algo que no acabo de entender. La verdad es que echo de menos a García Margallo. Y, mientras tanto, jueces y adversarios políticos tienen que estar constantemente escoltados. Pienso que en este caso, como en ningún otro, resulta necesario recordar el viejo dicho según el cual, “la Justicia, si es lenta, ya no es justicia” Hay que actuar con la mayor rapidez posible.
Otra vez más, Cataluña, y bien que lo siento.
(*) Se trata de la guerra iniciada en 1701 tras el fallecimiento, sin herederos, del Rey Carlos II, lo que dio lugar el enfrentamiento entre dos pretendientes al trono. Mientras que la causa de Felipe de Borbón, príncipe francés, era defendida esencialmente desde el antiguo Reino de Castilla, la del Archiduque Carlos d Habsburgo fue apoyada fundamentalmente desde el antiguo Reino de Aragón. La guerra durá hasta 1713, cuando se fir,mó el Tratado de Utrech, si bien Barcelona, con su Conseller en Cap, Rafael Casanova, siguió resistiendo durante un año más, temerosa del centralismo borbónico. Casanova, un abogado que tras ser indultado siguió trabajando como tal hasta su fallecimiento en 1743, fue partidario de que en España reinase Carlos de Habsburgo, no de la independencia de Cataluña. Pese a ello, lo han convertido en un icono de esta última causa. Otra mentira más.