Lo que se denomina de manera genérica “la derecha” es una ideología fundamentada en una concepción arcaica de la sociedad. Según esta forma de pensar, la vida en comunidad se articula en torno a unas férreas e inamovibles estructuras de poder fuertemente jerarquizadas y supeditadas a los beneficios y privilegios económicos de las élites. La derecha es, por definición, clasista, racista, machista y xenófoba. Todos los partidos que beben de este ideario, y todas las personas que en ellos militan, contribuyen con su aportación a perpetuar un modelo de sociedad anclado en la edad media.
Es cierto que el imparable avance de la humanidad en lo relativo a la organización social, plasmado de manera más visible en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, les obliga a un permanente ejercicio de adaptación al medio para evitar su definitiva (y deseable) extinción. Quienes detentan el poder son conscientes de que en estos momentos es mucho más rentable (en todas las acepciones posibles del término) asumir (sólo) formalmente principios y valores como “democracia” o “igualdad”. Pero es sólo un inteligente ardid para evitar que se desencadene un proceso revolucionario que acabe con su dominio. La “democracia formal” es la herramienta mejor diseñada por los mercados (antiguamente llamado capital) para reforzar un sistema basado en la brutal explotación de unos seres humanos (la inmensa mayoría) por otros (la inmensa minoría). Este movimiento histórico, llamado eufemísticamente “neoliberalismo” (o pensamiento único), se resume en aquella frase que se hizo célebre por su fuerza pedagógica: “cambiar todo para que nada cambie”.
En nuestro país, la derecha esta encarnada por el PP (fiel heredero de la dictadura franquista) y ahora por Ciudadanos (un invento improvisado para remendar el problema surgido por el exceso de corrupción y la amenaza que suponía la aparición de Podemos). Estos partidos son en esencia, clasistas, racistas, machistas y xenófobos. No significa ello, necesariamente, que cada uno de sus afiliados o votantes comulguen conscientemente con estas actitudes. Y aquí es donde surge un amplio espacio de confusión provocado por sus flagrantes contradicciones. Muchas personas que apoyan al PP (o a Ciudadanos) se avergüenzan de sus políticas y por ello se afanan en “negarlas” públicamente. Se niegan a aceptar que son lo que son. El PP aplica y promueve políticas que fortalecen el machismo, Pondré un ejemplo muy claro. Subvencionan con fondos públicos centros docentes en los que se segrega al alumnado por sexos. Sin embargo, se ofenden cuando se les dice que son machistas. El PP practica la xenofobia. Basta con ver las crueles concertinas instaladas en el perímetro fronterizo. Sin embargo, se solivianten cuando se les llama xenófobos. El PP sostiene y alienta el racismo. Recuerdo el calendario laboral de nuestra Ciudad. Sin embargo, se indignan cuando se les llama racistas.
Entiendo perfectamente que haya personas que, teniendo un buen concepto de sí mismas, se ofendan, se indignen o se solivianten cuando se les acusa de machismo, racismo o xenofobia. Pero lo que tienen que hacer es no militar o no votar a partidos políticos, como el PP (o su apéndice, Ciudadanos), que son la genuina expresión política de esa forma de concebir la sociedad y portadores, en la práctica cotidiana, esas aberraciones medievales. De lo contrario, si persisten en apoyar a la derecha, se están comportando como incoherentes defensores de la causa troglodita.