El próximo sábado, día cuatro de Febrero, se celebrará en nuestra Ciudad la “IV Marcha por la Dignidad”. Una movilización ciudadana a la que se han adherido más de cincuenta entidades y asociaciones, y cuyo origen es rendir homenaje a las quince personas que fallecían en la Playa del Tarajal el seis de Febrero de dos mil catorce, mientras nadaban ateridas de frío en la madrugada, sorteando pelotazos de goma, sin socorro ni asistencia alguna. Aquel día, Ceuta fue la capital del horror. Una atrocidad incrustada indeleblemente en la conciencia de una civilización agotada y decadente, incapaz de incorporar los valores democráticos a la fase más cruel y depredadora del capitalismo (la era de la globalización y la prevalencia de la tecnología sobre los sentimientos). Ninguna persona decente puede borrar de sus recuerdos la imagen de nuestra prepotencia uniformada contemplando sin un atisbo de compasión la muerte de seres humanos inocentes y desvalidos.
Aquella tragedia se ha convertido en un símbolo de las políticas migratorias, crueles e injustas, que aplican con terrible frialdad los gobiernos europeos, incluido el español. Muchas personas nos sentimos entonces avergonzadas. Aún lo estamos. Según la versión oficial, sostenida por todas las ramificaciones del poder, la complicidad con la muerte se explicaba y defendía en nuestro nombre (“por nuestra seguridad y para defender nuestros intereses”). Es difícil asumir semejante bazofia argumental desde la indiferencia. Por eso es necesario sostener en el tiempo el testimonio de la rotunda impugnación de una ideología asesina. Que reduce a los seres humanos a mercancía. Que no duda en sacrificar, matar o mutilar a personas en aras a un beneficio económico erigido en una implacable deidad moderna. Que ha convertido la vida en una infinita cuenta de explotación en la que los hombres y mujeres sólo representan un coste o un ingreso según el azar disponga.
El pensamiento “único”, llamado eufemísticamente neoliberal, sigue desplegándose a toda velocidad, exultante y pletórico de medios. Por eso la resistencia activa es más importante que nunca. El posicionamiento ante la inmigración es uno de los espacios más visibles en los que se dilucida esta encrucijada histórica que nos obliga a elegir entre los mercados o las personas. No cabe la neutralidad. Hay que elegir entre vallas o puentes. Entre derechos humanos o violencia. Entre vida o muerte. Si no actuamos con decisión y convicción, corremos el riesgo de reproducir (setenta años después) la conducta social que condujo al holocausto nazi, tan excelentemente descrita y definida por Hannah Arendt como la “banalidad del mal”.
El próximo sábado tenemos una magnífica oportunidad para hacer patente nuestra militancia. Recordaremos al magistral Eduardo Galeano: “Muchas personas pequeñas, haciendo cosas pequeñas, en lugares pequeños; pueden cambiar el mundo”. Estaremos en la calle. No queremos que nuestra frontera siga siendo un espacio de “no derecho”; no queremos que se siga infligiendo un trato humillante y degradante a las personas migrantes (aunque lo haga un país tercero cínicamente subcontratado); no aceptamos un comportamiento hostil ante la pobreza y la miseria; no toleramos prácticas violentas contra seres humanos necesitados y vulnerables. Queremos hacer un mundo justo, acogedor y fecundo, fundamentado en el más absoluto respeto a los Derechos Humanos (concebido como un código de ética universal), mosaico de gentes y pueblos diversos que comparten la misma dingidad, y en el que las políticas migratorias sean la expresión de la solidaridad entre todos los seres humanos que poblamos la tierra.