Era su tercera sesión de quimioterapia. Las dos primeras habían sido muy suaves. Los doctores no querían arriesgarse. En total se le habían prescrito ocho ciclos, a razón de tres sesiones semanales, con una de descanso. Es decir, ocho meses de tratamiento.
Sin embargo, algo había ido mal. Se había quedado sin fuerzas. Casi no podía hablar. Las escaras habían comenzado a aparecer. La boca y la garganta, eran una pura llaga. Su rostro reflejaba un dolor infinito. Era la expresión más pura del sufrimiento humano. De ella y de los que le rodeaban. Son momentos duros de la vida en los que afloran los sentimientos más nobles del ser humano. Palabras como compasión o solidaridad, encuentran en estas situaciones su perfecta ubicación.
Todo comenzó con un pequeño bultito en la axila, que cada vez se hizo más grande y doloroso. Afortunadamente, parece que no se ha extendido a otras partes del cuerpo. Así lo corroboran las pruebas efectuadas. Esto es muy importante, pues si consiguen debilitarlo y reducirlo con esa terapia, podrán extirparlo sin problemas.
Lo ideal hubiera sido tratarlo cuando apareció. Esto habría evitado las duras sesiones de quimioterapia y sus peligrosos efectos secundarios. Pero ella no informó a nadie y se negó a acudir a los especialistas, hasta el último momento. Intuía que con el tratamiento que le darían, se le caería el pelo. ¡No quería!. Finalmente todo se ha complicado.
Según el registro de cáncer de Granada, la supervivencia relativa a cinco años para el total del cáncer, excepto piel no melanoma, fue del 49% en hombres y 59,4% en mujeres. Por especialidades, en el de próstata fue del 84,5%, vejiga urinaria del 68,5%, cáncer de mama, del 85,5%, cuerpo de útero del 76,1%, testículo o tiroides del 90% y esófago o páncreas del 10%.
Estos datos, impensables hace unos años, son debidos a las mejoras en las últimas décadas de las técnicas diagnósticas, así como de los métodos terapéuticos, junto con las actuaciones orientadas a impulsar la difusión de una estrategia de promoción de la salud y prevención primaria (Código Andaluz para la Salud) dirigida a los estilos de vida. Todo ello ha contribuido al diagnóstico del cáncer en estados más precoces y, por tanto, a un mejor pronóstico de la enfermedad (cancergranada.org).
En la entrevista que tuve con una importante investigadora de cáncer de Granada, me sorprendió un dato que me dio. El 90% de los casos diagnosticados de cáncer son debidos a los hábitos de vida, y solo el 10% a causas genéticas. Empezaba a tener sentido el resultado de una de las investigaciones que habíamos hecho últimamente, en las que se demostraba que existía una relación estadística clara entre las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera y la mortalidad en el mundo.
Finalmente no han podido aplicarle la tercera sesión de quimioterapia. Tenía descompensados todos sus niveles básicos. Su frágil cuerpo, fuerte en otros tiempos, se descomponía como un azucarillo. Tuvieron que ingresarla en el hospital y someterla a un intensivo tratamiento de recuperación. Mientras tanto, sus seres queridos sufrían en silencio, como tantos otros.
Este corto relato, que cuenta la experiencia de un acompañante, es la vivencia de una de las miles de personas que, a diario, esperan pacientemente en las salas de oncología de nuestros hospitales. No va a ser el único. Será el inicio de una serie de artículos, que intentarán plasmar esta realidad. Lo de menos son las personas que están detrás de la narración. Lo realmente importante será poner voz a las vivencias y sentimientos de muchas personas anónimas. Y sobre todo, contribuir a que se entienda la importancia de la prevención, la vida saludable y el destino de recursos a la investigación.
Será mi pequeña aportación a la lucha contra una de las enfermedades más terribles de nuestro siglo.