Aprovechando la menor actividad en el mes de agosto, decidí hacer un curso intensivo de inglés en el Centro de Lenguas Modernas de la Universidad de Granada. Según me indicaron los expertos en la materia, era la mejor opción, sin salir de España, para ponerse al día en la práctica de una lengua que se ha convertido, casi, en el “esperanto” del Siglo XXI. Como este centro no cuenta con ninguna sucursal en el Campus universitario de Ceuta, he tenido que hacerlo en Granada.
A tal efecto solicité los oportunos permisos de desplazamiento, que me fueron denegados, en primera instancia, por mi Director de Departamento, pese a que no generaban coste alguno para la universidad, pues el importe de la matrícula lo pagaba yo. La razón para tal denegación fue que Agosto era un mes de vacaciones y podíamos emplear nuestro tiempo libre en lo que quisiéramos. No conforme con esta denegación, volví a insistir, y recurrí a instancias superiores, alegando que durante el mes de agosto había muchos profesores que se desplazaban a otras universidades (yo mismo lo había hecho años anteriores para ir a la Universidad del Estado de New York) y se les concedían los correspondientes permisos. El argumento (“peregrino”) fue que en esos casos se les concedía el permiso porque el viaje generaba dietas que pagaba algún centro de la universidad. Es decir, si generas gastos para el erario público, te dan permiso, pero si no los generas, te lo deniegan. ¡Curioso razonamiento!. El hecho es que, finalmente, se me aprobó por el mecanismo de silencio administrativo positivo. Evidentemente, si se me hubiera vuelto a denegar, tendría que haber recurrido a las oportunas instancias judiciales. El curso es diario, y cuenta con excelentes profesores nativos, que desarrollan toda la clase en inglés, siendo capaces de mantener la atención y la participación de todos los alumnos. Me alegro de haber tomado esta decisión. Una de las últimas actividades que nos han encomendado es que les redactemos, por supuesto en inglés, alguna mala experiencia que recordemos de alguno de nuestros viajes al extranjero. Por supuesto, previamente hemos tenido que comentarla con nuestros compañeros en la clase, sin preparación previa. Yo recordaba uno de nuestros viajes a Río de Janeiro, para asistir a un congreso de la Asociación de Salud Pública Iberoamericana. Nos alojábamos en un hotel de la playa de Copacabana. Justo al lado de donde se han estado celebrando los juegos olímpicos de 2016. Cuando ya habíamos presentado nuestras ponencias, decidimos viajar en vuelo doméstico a las cataratas de Iguazú. No podíamos perdernos esta belleza natural (catalogadas como una de las Siete maravillas naturales del mundo), situadas entre Argentina y Brasil. Como la estancia fue de sólo una noche, mantuvimos nuestro alojamiento en el hotel de Río y viajamos con equipaje de mano, para así evitar los tiempos de espera de las facturaciones. Nuestra sorpresa llegó cuando una de las trabajadores de la compañía aérea local, nos manifestó que alguna de nuestras maletas no seguía los estándares internacionales y debía de ser facturada. De nada valieron nuestras protestas, pese a que no tenía sentido lo que nos decía. El equipaje reunía todos los requisitos para ser llevado en cabina. Esto cambiaba todos nuestros planes. Pero pronto pudimos darnos cuenta de la verdadera causa de esta decisión. Había un grupo muy numeroso de turistas asiáticos que tenían que embarcar y no había tiempo de facturar todo su equipaje. La solución era permitirles que entraran en cabina con la mayoría de sus maletas, muchas de ellas de mayores dimensiones que las nuestras. No me amilané. Me fui a la policía del aeropuerto. Les mostré los hechos y les indiqué que era totalmente inadmisible que en un país democrático, con un presidente como Lula, se consintieran estas injusticias. Y actuaron. Se dirigieron a la ventanilla de la compañía y, tras comprobar la veracidad de lo que les contábamos, les obligaron a que todos los turistas asiáticos tuvieran que facturar su equipaje. Evidentemente, esto retrasó aún más el vuelo. Pero mi satisfacción fue tanta, que aún perdura en mi memoria. Pero si esta situación fue excepcional, mucho más lo ha sido la triste desgracia de la granadina Ana Huete, que ha perdido la vida en el terrible terremoto que ha asolado el centro de Italia. La sorpresa es que el gobierno de España se niegue a correr con los gastos de repatriación de esta paisana, alegando que no se trata de una “situación excepcional”. Es curioso que sí fuera una situación excepcional la de Roser Palau en el terremoto de Nepal, o la de los afectados por el Ébola en África. Jugar a ser estrictos en la interpretación de la norma no lleva más que desgracias a las familias más necesitadas. Es a lo que nos tiene acostumbrados este gobierno interino, que ya se está haciendo muy pesado.