El pasado día cinco de agosto, el Portavoz de Caballas, formando parte de la comitiva institucional organizada por la Ciudad, participó en el acto cultural de origen religioso consistente en una ofrenda floral a la Virgen de África. Mohamed Alí es un musulmán de profundas y arraigadas convicciones religiosas. Este hecho convirtió un acto rutinario (la corporación lo hace desde tiempos inmemoriales) en un motivo de encendida polémica. Esta es una primera nota digna de reflexión. El Presidente de la Ciudad, acompañado de otros cargos públicos, acude regularmente a manifestaciones religiosas de todas las confesiones sin que esta conducta sea objeto de reproche alguno. ¿Por qué? Sería interesante que cada cual encontrara una respuesta convincente a esta pregunta.
Dejando a un lado el simpático vídeo simulando un enlace matrimonial que ha circulado por el espacio de comunicación a una velocidad endiablada; las opiniones vertidas (sobre todo en las redes sociales) son de una superficialidad preocupante. Los enemigos, siempre fieles y diligentes para infligir el mayor daño posible, han intuido una buena oportunidad para atacar a Caballas. Quienes han hecho del descrédito de Mohamed Alí (con la intención de sustituirlo como “líder musulmán”) su única razón de ser, han creído estar ante un auténtico filón argumental para justificar la acusación de traidor a la “causa musulmana”. Otros, situados en el bando más progresista, han centrado sus reparos en el debate de la laicidad. Por último están los que no son capaces de ver más que un intento de “ganar votos”. Todo demasiado simple. Infunde una enorme tristeza un debate de tan ínfimo nivel intelectual. Intentaremos explicar lo que, en principio, debería ser una obviedad.
El modo en que se articula la convivencia entre las dos culturas (prácticamente paritarias) que conforman la sociedad ceutí, es la preocupación política por excelencia de todos los ciudadanos que vivimos en esta tierra. Todas las opiniones y posiciones éticas e ideológicas están mediatizadas por este fenómeno. Es casi una obsesión. Guste, o no, es una cuestión ineludible que nos persigue como una sombra infinita. Todo esfuerzo para evadirnos deviene en hipocresía, o inconsciencia, en el mejor de los casos.
Dando por hecho que cada persona imprime un carácter propio a su forma de pensar (diferente en intensidad, matices y expresiones), podemos resumir en cinco las corrientes de pensamiento nítidamente definidas en torno al modo de abordar este asunto. Uno. Un sector de la población “no musulmana” se opone abiertamente a cualquier proceso de fusión. Consideran que los musulmanes sobran en Ceuta y que su crecimiento demográfico equivale a la destrucción de la Ciudad, cuyas señas de identidad son (y deben seguir siendo) genuinamente cristianas (hacen coincidir los términos cristiano y español). Son los fanáticos del “nos comen”, y que se “vayan a Marruecos”. Dos. Está compuesto por los no musulmanes que consideran que hemos llegado al límite de las posibilidades de integración. Se conducen con respeto y asumen la coexistencia. Piensan que es posible sostener en el tiempo un modelo de Ciudad en el que estemos “juntos pero no revueltos”, porque son muy escépticos (cuando no absolutamente incrédulos) ante una alternativa más ambiciosa. Tres. Constituida por quienes creen en la interculturalidad. Están convencidos de que, a pesar de las dificultades, es posible forjar una “sociedad nueva” fundamentada en principios, valores y objetivos comunes como fruto de un proceso de fusión entre culturas. Cuatro. Integrado por musulmanes que no confían en la posibilidad de una Ceuta diferente. Asumen desde una cierta comodidad individual el modelo de Ciudad actual que les permite desarrollar de manera aceptable sus proyectos vitales sin plantearse retos políticos de cambio. Cinco. Compuesto por los musulmanes que piensan que los “infieles” están ocupando de manera ilegítima su territorio. Para ellos no cabe el entendimiento entre culturas. Son bandos irreconciliables. Todo no musulmán es, por naturaleza, un racista enemigo al que hay que combatir.
El futuro de esta Ciudad va a depender de la manera en que evolucionen a corto y medio plazo estas corrientes de opinión. El destino de Ceuta será muy diferente según cual (o cuales) de ellas se logren imponer. No sólo en su dimensión cuantitativa. Quizá sea más importante medirlas en términos de influencia y control de las dinámicas sociales en el conjunto de la ciudadanía. Esto supone un problemas en sí mismo, porque resulta muy difícil evaluar e interpretar estos movimientos (no tienen una expresión social clara y no se corresponden con el mapa político al uso, por lo que los resultados electorales no son significativos a este respecto) Este es uno de los déficit más dramáticos de esta Ciudad. Carecemos de la voluntad y de los instrumentos precisos para tener un diagnóstico fiel de nuestra enigmática, excitante y convulsa conciencia social.
Ante esta compleja situación se abren dos opciones. Una. Conocida como la “política del avestruz”. Consiste en desentendernos de la realidad dejando que la vida fluya por sí sola esperando que el tiempo haga su trabajo y lleve las cosas a su antojo en función de los acontecimientos que se vayan sucediendo. Hacemos política como si estuviéramos en Segovia. Y cuando nos pille el tren, ya veremos cómo reaccionamos (individual o colectivamente). El inconveniente de esta postura es que favorece muy claramente a los sectores más radicales, que actúan con una mayor motivación y compromiso inclinando las actitudes más visibles hacia sus tesis. Dos. Tomar partido. Elegir consciente y voluntariamente un camino y hacer pedagogía política para concienciar y movilizar al conjunto de la población en torno a esa forma de concebir la Ciudad. Esta es una postura infinitamente más comprometida y útil aunque, evidentemente, mucho más dura e ingrata.
Los hombres y mujeres que integran Caballas optaron por la segunda vía. Estamos convencidos de que la interculturalidad no es sólo una alternativa intrínsecamente hermosa, sino que además es la única que puede garantizar el futuro de Ceuta. Conocemos sobradamente donde nos hemos metido. Sabemos que estamos en minoría y en el punto de mira de radicales, oportunistas y demás subespecies que deambulan por nuestras calles. Pero todas las causas revolucionarias tuvieron idéntico inicio.
Desde hace cinco años, Caballas hace pedagogía política para convencer a todos de que una Ceuta exenta de divisiones, odios y recelos, es posible. Más allá de los votos. Más allá de metas a corto plazo. Nuestro éxito está en cada conciencia que logramos remover, en cada radical que conseguimos neutralizar, en cada indiferente que conseguimos comprometer, en cada prejuicio que logramos erradicar, en cada conducta egoísta o apática que corregimos. Y en este empeño no estamos sobrados de oportunidades que puedan hacer visible esta lucha. Haremos bueno el dicho de que “una imagen vale más que mil palabras”. Un gesto llega a más personas y de manera más directa que cualquier otra forma de comunicar. Por eso nos parece importante que se convierta en “normal” que en la Ceuta de todos (como muestra de que “convivir es compartir”), un concejal musulmán (que representa a todos los ceutíes) se haga partícipe de un acto cultural de muy elevado significado para miles de conciudadanos de otra confesión religiosa.
Somos perfectamente conscientes del riesgo que asumimos. No en vano conocemos al detalle todos los entresijos de esta peculiar Ciudad. Pero estamos dispuestos a pagar el peaje que sea preciso para hacer realidad la utopía de que todos los ceutíes nos sintamos hermanos. No sabemos cuánto podremos avanzar. Es probable que sucumbamos en el intento. Pero estamos seguros de que el sacrificio merece la pena. Es la política en su dimensión más noble. Luchar por una idea sin dejarse amedrentar por sus consecuencias.
En este sentido es obligado destacar la figura de Mohamed Alí. La historia le rendirá el más que justo reconocimiento que, hoy, una multitud de descerebrados y rastreros le quieren negar. Podría estar disfrutando de una posición política muy confortable, limitándose a ejercer como el “representante de los musulmanes” de la Ciudad, y aspirando a sumar cada vez más votos por el crecimiento vegetativo de este segmento de población. Sin riesgo alguno. Y sin embargo ha asumido la extrema dificultad de “ponerse en medio” (donde te acribilla el fuego cruzado) por amor a esta Ciudad. Sufre diariamente un desgaste personal muy alto (constantes acusaciones de traidor), a sabiendas de que las posibilidades de encontrar empatía en los sectores no musulmanes son escasas (aún menos su voto). Su entereza y firmeza constituyen hoy uno de los principales activos de futuro de esta Ciudad. Un auténtico compromiso.
Apártense envidioso, malhechores, racistas, oportunistas, resentidos, egoístas y encefalogramas planos; en la entrega de ese ramo de flores (como símbolo), está el futuro de esta Ciudad.