Estoy delante del ordenador dudando si merece la pena escribir. Creo, de manera honesta, que el mundo se ha convertido en una jaula de grillos en el que todo el mundo habla, pero nadie escucha. Hace unas décadas los periódicos terminaban manoseados porque no había mucho que leer, ni tantas cadenas de televisiones ni, por supuesto, internet. Entre los hechos y su conocimiento había un largo trecho que te permitía digerir y meditar sobre los acontecimientos próximos. Ahora estamos inmersos en una imparable catarata de noticias en las páginas web de los medios de comunicación y de comentarios en las redes sociales como Facebook y Twitter. Es tal el caudal de novedades que corremos el serio riesgo de morir ahogados.
Este artículo está llamado a convertirse en una ínfima gota más en el aludido manantial de noticias y artículos de opinión. Lo más seguro es que resbalara por la piel de una amplia mayoría de personas a los que no les interesa el medioambiente o los temas que solemos tratar en esta colaboración semanal. Sólo unos pocos dedicarán algunos minutos de su tiempo a leer este artículo completo. Entonces, me pregunto: ¿Para qué seguir escribiendo?...Cierro los ojos y medito sobre ello. Al abrirlo y mirar por la ventana encuentro una razón muy simple. Lo haré porque tenemos una mirada. Sí, así de sencillo. Quienes escribimos en esta sección tenemos una manera particular de ver, escuchar, oler, tocar y saborear Ceuta . Tenemos lo que en términos coloquiales se llama personalidad.
En un mundo de seres alineados, apáticos, conformistas, mecanicistas y uniformizados, cobran especial valor esos pocos locos que se atreven a tener miradas e ideas propias y a defenderlas contra viento y marea. Nosotros no somos los únicos, por supuesto. Hay mucha gente, en todos los lugares del planeta, que ha dedicado y dedican toda su vida a defender causas justas. Hacerlo, como lo hago yo y el resto de mis compañeros, en el contexto de un país civilizado y democrático tiene un valor relativo. El verdadero mérito es el de aquellos que se juegan la vida para defender sus bosques, sus ríos, sus montañas, etc…El año pasado, según la ONG Global Witness, fueron asesinados 185 ecologistas, la mayoría de ellos en Latinoamérica. Uno de los casos más conocidos es el de Berta Cáceres, la ambientalista y líder indígena asesinada en Honduras por oponerse a la construcción de la presa de “Agua Zarca”.
En términos cuantitativos, el porcentaje de personas que mantienen un compromiso firme y activo en la defensa del bien común, de la libertad, de la igualdad, de la justicia, de la ética o del patrimonio cultural es insignificante. Nada más tienen que ver las páginas de los medios de comunicación locales y ver cuántas opiniones independientes pueden encontrar. Sin embargo, si valoramos el pensamiento y la acción de esta exigua minoría en términos cualitativos su peso es muy distinto. Son como el iridio, el mineral de mayor peso específico de la tabla periódica. Estos pocos rebeldes consiguen darle densidad a la sociedad de un país o de una ciudad.
No obstante, conviene tener en cuenta la advertencia que hace el escritor Francisco Rubiales ,-en la presentación de su libro “Políticos, los nuevos amos” (Editorial Almuzara, 2007)-, a los que decidan engrosar las filas de los rebeldes: “que sepan que los privilegios, premios y reconocimientos están donde está el poder, en el campo de lo “políticamente correcto”, y que en el bando resistente las compensaciones son escasas y la sensación de soledad y lejanía del poder suele ser desoladora. Los ciudadanos rebeldes que resistimos a la opresión y que luchamos por la libertad sabemos que somos la elite moral y la gran energía de la civilización, pero la sociedad nos percibirá como “donnadies”, quizás cargados de razón, pero abandonados por la fortuna”.
Antes que Rubiales, Albert Camus escribió su oda a la rebeldía que título “El hombre rebelde”. Comienza este libro con una pregunta y una sencilla respuesta: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”. Aunque resulta paradójico, como explica Camus, el hombre rebelde dice a un tiempo sí y no. Proclama un sí rotundo a la vida y un no igualmente de contundente a la destrucción de la tierra o la desigualdad social y económica. Pero no es sólo una proclama lanzada al viento. Para que exista realmente rebeldía tiene que haber una acción cívica. Es muy fácil hablar. Lo difícil es actuar asumiendo las consecuencias que le esperan al hombre y a la mujer rebelde.
Solo existe el hombre rebelde. “Me rebelo, luego existimos”, concluye diciendo Albert Camus en el primer capítulo de su mencionado libro. Vivir en la indolencia es no vivir. Quien no siente admiración o entusiasmo ante la belleza y los misterios de la naturaleza es, como dijo Hegel, un estúpido y un rematado imbécil. Se moría sin haber saboreado el dulce néctar de la vida. Cerrará los ojos cuando muera sin haber visto ni sentido nada. Toda su vida podrá resumirse en un ir y venir del trabajo a la casa y de la casa al trabajo cargando sobre sus espaldas las preocupaciones mundanas y asumiendo la frustración por llevar una existencia infeliz y vacua. ¿Es está la vida que nos merecemos? Si la respuesta es negativa ¿Por qué no nos rebelamos? Simplemente por miedo a ser lo que somos, es decir, a tener personalidad propia y confianza en nosotros mismos. Este individualismo que reivindicamos “no es goce, es lucha, siempre, y alegría sin par, a veces, en la cumbre de la compasión orgullosa” (Albert Camus).
Un autor, desconocido por muchos, a pesar de haber sido Premio Nobel de Literatura en 1908, es el filósofo alemán Rudolf Eucken. En la conclusión de su autobiografía “Recuerdos de mi vida” dice: “la característica de mi obra, mi lucha incesante por un fortalecimiento de la vida interior y por un mundo espiritual independiente, trajo consigo que chocase siempre con las circunstancias existentes; no es una casualidad que mis libros revistan a menudo el carácter de escritos polémicos. Pero yo amaba la lucha y creo que estoy dotado para ella”. En este párrafo escrito por Eucken, que es el resumen de toda una vida dedicada al pensamiento y la acción cívica, las palabras claves son independencia y lucha. Un trabajo incesante en la construcción de su mundo de adentro y el cultivo de su jardín interior, libre de los férreos dogmas de las religiones mayoritarias, así como un lucha sin cuartel contra la política imperialista de su país y los mensajes simplistas y populistas que pretendían ganarse el afecto de amplia capas de la sociedad alemana.
Dicho esto, la pregunta que todos deberíamos plantearnos es qué camino tomar: el del conformismo o el de la rebeldía. Que nadie se engañe. El primero es el que la mayoría elige porque es el más cómodo, está muy bien señalizado por todos los medios de desinformación y es el más premiado por el complejo del poder. La otra opción, el camino de la rebeldía, es una senda llena de obstáculos y de lucha, así que sólo es apto para valientes. No obstante, y a pesar de estas circunstancias que nada animan a decantarse por esta opción, el camino del rebelde es el único que merece la pena en términos existenciales. Como dijo Henry David Thoreau, “toda búsqueda y aspiración es un instinto con el que la naturaleza se alía y coopera, y por tanto no es en vano…Estar activos, bien, felices, implica una extraña valentía. Los cobardes sufren, mientras que los héroes disfrutan”. Aquí tienen la razón principal para ser un rebelde: el tener la oportunidad de disfrutar de una vida digna, plena y rica. Una vida que merezca ser vivida. No conformarse con los que otros dicen que tiene que ser tu vida, sino luchar por llegar a saber quién eres y cuál es tu misión. Y cumplirla.