“Tuve ocasión de pasear por aquellos pasillos con é, que era químico y profesor. Había estado en el exilio trece años, pero volvió a España en 1952”.
Para ver cómo podrían compartir la gobernación del lugar en el que cohabitan, se reunieron un cordero, al que empezaban a crecer sus cuernos, un sapo y un marrajo, es decir, un animal cuyo hábitat es terrestre, otro anfibio y el último netamente marino. Cuando empezaron a hablar, dos de ellos -el cordero y el marrajo- notaron que sus posturas eran diametralmente opuestas. El anfibio, como andaba entre dos aguas, pretendía que los otros dos llegasen a un acuerdo para hacerlo jefe. Pero aquellos, como es lógico, chocaban al comparar sus pretensiones, porque unos no querían salir del agua y los otros no querían ni meter su patita en ella. Total, que cada uno tiró por su lado.
El caso es que el sapo y el corderito ya se habían puesto de acuerdo, pero necesitaban el apoyo del marrajo y no lo conseguían. Todo este embrollo estaba siendo visto de lejos por un toro (al que algunos de sus becerritos le hacían faenas) el cual había sido ya jefe del territorio y seguía siéndolo en precario, cuya pretensión era continuar en el poder, aspirando a lograr un complicadísimo pacto con el cordero y el sapo, al que éste, de manera radical, se oponía.
Total, que no había forma de conseguir un acuerdo tripartito, de forma que la situación parecía abocada a repetir elecciones con participación de todos los animales del territorio y sus aguas adyacentes.
Los medios informativos insistían en decir que existía una preocupación generalizada ante la falta de gobierno. Pero ese no era el motivo, pues lo que preocupaba a la aquellos habitantes no era la carencia de gobierno, ya que había uno en funciones, sino quiénes podrían formar el siguiente. Muchos, puramente terrestres, preferían que lo presidiera el toro, otros, anfibios en general pero propensos a la vida en el agua, querían que mandase el sapo sin compartir el gobierno con el marrajo, y los marinos deseaban que, aunque mandase el sapo, ellos pudieran gozar de una gran cuota de poder.
El caso es que el sapo, con tal de mandar, y en la muy equivocada creencia de que sería capaz de domeñar al marrajo, no veía con malos ojos esa última componenda, para la que necesitaba contar con el apoyo directo o indirecto de una patulea de animalitos de toda clase que no eran precisamente amantes de la unidad de aquel hábitat, lo que resultaba preocupante para los terrestres y para bastantes anfibios que no deseaban esas malas compañías.
Y así andaban las cosas en esta fábula, de la que aún no se conoce el final. Pasando a la vida real, vuelvo la vista atrás y recuerdo, comparándola con la actual, la representación de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) que había en el Congreso cuando tuve el honor de pertenecer a dicha cámara legislativa como Diputado por Ceuta., tras las elecciones generales de 1979. ERC tenía un solo escaño, el de Heribert Barrera, un auténtico señor, educado y erudito, a quien le costaba cierto trabajo hablar en castellano. Pero lo hacía, y cada intervención suya era seguida con interés por todos. Tuve ocasión de pasear por aquellos pasillos con él, que era químico y profesor. Había estado en el exilio trece años, pero volvió a España en 1952. Lo comparo con la actual representación, más numerosa, de ERC, y siento verdadera pena. De aquel Barrera, y también de aquel Tarradellas, del mismo partido y primer Presidente de la “Generalitat” tras la transición, ambos respetados y apreciados por todos, hay, una distancia abismal respecto de los Tardá y Rufián de ahora.
En esa época me preguntaron si quienes desempeñaban el cargo de Diputados tenían el tratamiento de Excelentísimos o Ilustrísimos, a lo que respondí: “a la vista de lo que hay allí, ni lo uno ni lo otro”. Ahora me arrepiento de lo que dije. Los que no lo son, de ninguna manera que se les mire son muchos de los que, tras las últimas elecciones, ocupan ahora escaño en el Congreso.
Guste o no, hay que saber respetar y guardar las formas.