Casi siempre que escribo sobre Ceuta y los ceutíes lo hago, en justicia, para resaltar sus muchos valores. Si me refiero a Ceuta, porque es preciosa, con bellas vistas con las que parece haberla moldeado la naturaleza; porque cuántas otras ciudades quisieran haber sido tan agraciadas por el mundo natural como ella; porque tiene una historia inmensamente rica en acontecimientos militares y hechos de armas; y porque es un lugar de vida muy entrañable, donde la gran mayoría de la gente se conoce, es abierta, sencilla, conviven y se tratan amistosamente, con bastante afecto y cordialidad.
Y, si es sobre los ceutíes, porque casi siempre se han distinguido por su lealtad y cariño hacia España; no hay ceutí que no se precie de ser español e hijo de Ceuta, o que no se enoje cuando alguien se refiera a España como algo distinto a su ciudad; cuando en Ceuta se habla de España, es obligatorio referirse a la Península, porque los ceutíes son también España y son y se sienten tan españoles como el que más, y llevan muy arraigado y a gala su profundo patriotismo y acreditado valor, tantas veces puestos de manifiesto, no sólo en la defensa de Ceuta, sino también de la Nación, como fue el caso del heroico Teniente Jacinto Ruíz en los episodios del Dos de Mayo de 1808 en Madrid. Los ceutíes fueron siempre un vivero fértil de buenos soldados, teniendo numerosas virtudes y cualidades.
Un hijo de Ceuta
Pero hoy me voy a ocupar de un hecho bastante desagradable, en el que fue su protagonista un hijo de Ceuta. Y no es que trate de reprobar su acción, sino sólo de reflejar un acontecimiento vivido hace ya 82 años y que únicamente pretendo recoger para la historia, entendiendo ésta como la definía Cervantes en El quijote: "Madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo del pasado, ejemplo y aviso del presente y advertencia de lo por venir". Y es que, aunque la gran mayoría de los lectores saben que el año 1934 tuvo lugar la "Revolución de Asturias" en las cuencas mineras de Asturias, Norte de León, en Cataluña y en casi toda España durante la II República Española, pero lo que los ceutíes quizá conozcan ya menos es que en aquellos gravísimos sucesos participó destacadamente un ceutí, el Sargento de Infantería Santiago Vázquez Carballo. Y ello tiene de extraño que, teniendo por aureola la honrosa profesión de las armas, más otros dos familiares también militares (su padre, Miguel Vázquez, era director de la Banda de Música de Regulares de Ceuta y su hermano Miguel también Sargento de Regulares), pues nadie en Ceuta podía esperar que llegara Santiago hasta el punto de desertar de su Unidad para unirse a aquella revolución, siendo uno de los cabecillas que más se significó y secundó la rebelión, en abierta contraposición a los deberes que le imponía su carácter militar y el recto sentido de la disciplina.
Todo comenzó el día 3-10-1934, cuando el Sargento Vázquez, destinado en el Regimiento nº 3 de Oviedo, desertó armado de su Compañía para unirse a los revolucionarios (unos 50.000 entre mineros y trabajadores de las distintas ramas). Bien es verdad que, si se analizan los motivos de la deserción, se intuye que lo más probable es que no lo hiciera porque sus ideales fueran de revolucionario convencido, que bien creo que por su propia naturaleza no lo era, sino más bien sería empujado a la rebelión por dos hechos determinantes. El primero, porque debido a su vida algo desordenada y a su carácter díscolo e indisciplinado, el Capitán de su Compañía, Reyes Martínez Vera, lo había arrestado en numerosas ocasiones, de manera que Vázquez acumulaba ya una gran carga de animadversión y sentimiento de represalia contra su superior. Y el segundo, quizá más determinante todavía, porque refieren las fuentes de la época que mantenía relaciones con una mujer de vida libre, que ella sí tenía fama de ser de ideas exaltadas y agitadora en las huelgas y manifestaciones de los mineros.
El día 5 siguiente, las fuerzas de izquierdas, junto a anarquistas y separatistas catalanes, dieron un golpe de estado frustrado contra el gobierno legítimo de la República. Había sido organizado y planificado para toda España, siendo muy cruento en Asturias y Barcelona. Se declaró una huelga general, hubo tiroteos y explosiones en Madrid y muchas ciudades, cientos de civiles asesinados por los golpistas, en total unos 1300 muertos y 2000 heridos entre los alzados en armas y 280 muertos y 900 heridos entre soldados y guardias civiles. Sólo en Asturias hubo 855 civiles muertos, más 144 agentes del orden público y 85 militares. Los golpistas destruyeron 58 iglesias, 26 fábricas y 63 edificios públicos. En Sama (Asturias), los milicianos asaltaron el cuartel de la Guardia Civil de Pelayo, muriendo los 80 guardias civiles y guardias de asalto que lo defendían, incluido su capitán José Alonso Nart (recibió la Laureada de San Fernando). Asaltaron en Madrid la Telefónica, Palacio de Comunicaciones, Congreso, Comisarías y otros edificios públicos; en numerosísimas iglesias asesinaron a cientos de sacerdotes, cometieron actos sacrílegos y profanaron imágenes. En Oviedo incendiaron el convento de las benedictinas del monasterio de San Pelayo. En Mieres asesinaron a religiosos novicios pasionistas y a otros muchos sacerdotes y monjas; asaltaron la fábrica de armas de Trubia con varios muertos, entre ellos, el comandante Hernández Pomares, también las cajas del Banco de España en Oviedo y se apoderan de 14.000.000 de pesetas de 1934 (unos 3.000.000.000 de pesetas del 2000).
El Sargento ceutí, Diego Vázquez, se unió a la revolución e intentó convencer a sus compañeros de su mismo Cuartel Milán nº 3 de Oviedo para que también se adhirieran, aunque sin conseguirlo. El comité revolucionario lo puso al frente de un Batallón de 500 mineros procedentes de Mieres y asaltó el Cuartel de las Pelayas, antiguo convento de monjas. El día 5 al atardecer, empezó el asedio del cuartel. "Durante la noche - declaró uno de los defensores - sufrimos un fuego intermitente. Los revolucionarios avanzaban pegados al suelo y disparando. En los intervalos se oía gritar a los soldados: «¡Compa¬ñeros, no tiréis! ¡No vamos contra vosotros, sino contra vuestros jefes!». Pero después de varios días de asedio al cuartel, fueron reducidos y desarmados. Tras haber reconquistado la ciudad, el capitán Reyes corrió a su casa temiendo encontrarla deshecha y muertos sus familiares. Efectivamente, Vázquez la había desvalijado, llevándose su uniforme de Capitán y unas botas altas; pero respetó la vida de su esposa, sus tres hijas y su madre política, diciéndole: "Señora, su marido es un buen capitán. Como se cruce en mi camino, lo mataré, pero usted puede estar tranquila, porque nadie hará daño ni a usted ni a sus niñas".
Consejo de Guerra
Terminada la insurrección, fue juzgado en Consejo de Guerra sumarísimo. Fue el único revolucionario oficialmente condenado a muerte, porque a otros muchos se les dio el "paseíllo", o se les aplicó la "ley de fugas" y todavía hoy no se sabe en qué fosa o cuneta están enterrados. Tras la terminación de la huelga general y la detención de Vázquez, le formaron Consejo de Guerra el 3 de enero, acusándole de rebelión militar, pidiendo para el procesado la pena de muerte. Su padre, Miguel, salió para Oviedo para estar al lado de su hijo. En Ceuta había quedado su madre, África Corbacho, que vivía en la calle Machado, junto a su otro hijo Miguel, también Sargento de Regulares. A las cinco de la tarde recibieron un telegrama desde Oviedo: "Diego condenado a la ultima pena, hagan gestiones". La corporación municipal celebró sesión a última hora de la tarde. El concejal Antonio Berrocal, informó: "Acabo de recibir la notificación del Consejo de Guerra a Diego Vázquez condenándolo a la pena de muerte, solicito que pidamos al Gobierno el indulto". A la petición se sumaron todos los concejales. Antonio Mena pidió se levantara la sesión para dar mayor trascendencia a la petición de clemencia. El 1-02-1935 el Sargento Vázquez fue fusilado.
El alcalde Victori Goñalons expuso que cuando supo de la condena envió varios telegramas, entre ellos al Presidente de la República. Tras varias intervenciones, los concejales acuerdan solicitar el indulto y que el alcalde se desplace a Madrid con algún familiar. Sus paisanos, sin distinción de clases ni partidos, se movilizaron y se comenzó una campaña para pedir al Gobierno el indulto. Fueron muchos los telegramas que se enviaron, como el del ex alcalde y ex diputado de las Cortes Constituyentes Sánchez Prado: "Señor Rafael Sánchez Guerra, Palacio Presidencial. Madrid. Le ruego transmita a su excelencia Presidente de la República, súplica de indulto Sargento Vázquez condenado a muerte Tribunales de Oviedo, atendiendo a que Sargento Vázquez demostró caridad y nobleza, interviniendo su influencia para indultar prisioneros de revolucionarios". El 15 de enero, el diputado, el alcalde y el padre del sargento visitaron al Presidente de la República, al Presidente del Gobierno y al líder de la derecha, Gil Robles. El condenado, al tener conocimiento de la campaña emprendida por sus paisanos, el 24 de enero, envió un telegrama al alcalde para que lo hiciera llegar a todos los ceutíes: "Enterado intercede por salvar mi vida, agradezco a mis queridos paisanos que, sin mirar en ideas, en la nobleza de sentimientos al solicitar mi perdón, más que por mí, por mi querida madre, gracias". En las últimas horas mostró su arrepentimiento.
Posible indulto
El 30-01-1935 se reunió el Consejo de Ministros para tratar varios asuntos, entre ellos el posible indulto. Al salir, el presidente del Gobierno, Alejandro Lerroux, facilitó a la prensa la referencia verbal de los acuerdos. Sobre el indulto indicó a los periodistas que el Gobierno ya había tomado un acuerdo y que por la noche daría cuenta de la resolución. Los periodistas recomendaron al padre del sargento Vázquez que se desplazara a Oviedo junto a su hijo, que ellos le telegrafiarían en cuanto tuvieran alguna noticia. A las nueve de la mañana del 1-02-1935 se llevó a cabo la ejecución. Esa madrugada había escrito una carta dirigida al pueblo de Ceuta: "Oviedo, 31-01-1935. Señor alcalde de Ceuta, con gran sentimiento pongo estas letras para que en mi nombre dé las gracias al pueblo de Ceuta, mi pueblo natal, al que nunca he olvidado, ni olvidaré, desde el sitio que el Gobierno de la República me designe. Esta carta se la pongo a las cuatro de la mañana, últimas horas de mi vida, pues a las nueve de la mañana seré fusilado. Le saluda cariñosamente Diego Vázquez". El redactor del diario Tierra, Ignacio Barrado, explica como se vivieron esos momentos en Ceuta: "En España entera se extendió la noticia con la rapidez de las grandes catástrofes. En todos sitios la indignación se manifestó espontánea. Pero donde culminó fue en Ceuta. Ayer quedó paralizada la vida de la ciudad. La gente caminaba consternada, en los cafés, círculos y casas particulares toda conversación giraba en torno a su paisano. Con la llegada del padre, Miguel Vázquez, se repitió en Ceuta la unánime manifestación de duelo. No se recuerda recibimiento más emocionante que el dispensado a los doloridos viajeros. El puerto se encontraba repleto por millares de personas de todos los sectores políticos y representación de la industria y el comercio. La atribulada familia fue acompañada hasta su domicilio, en la calle Machado, en actitud de silencio. Para sus compañeros de armas, el Sargento Vázquez será tildado de traidor; sin embargo, para los Asturianos que vivieron con él la revolución y sus paisanos ceutíes, a tenor de la anterior crónica, pasaría a ser un héroe...". Esa fue la historia del Sargento ceutí, Vázquez Corbacho.