Los analistas políticos vienen insistiendo en atribuir a la corrupción el motivo de la considerable pérdida de votos experimentada por el PP en las recientes elecciones generales. No niego que esa circunstancia haya contribuido, pero estoy convencido de que los llamados “recortes” y, sobre todo, el uso partidista y demagógico que de ellos ha realizado la oposición, arrastró a cambiar de voto a muchísimos electores.
En realidad, esos “recortes” no han dependido de la voluntad del gobierno presidido por Mariano Rajoy, sino que han venido impuestos por la circunstancia de que nuestra nación, al pertenecer a grupos supranacionales como la UE y la Eurozona, tuvo que adecuar su política económica a las líneas maestras emanadas de los órganos directivos de dichas organizaciones. No debemos olvidar que el propio Zapatero ya se vio forzado a modificar nada menos que un artículo de la Constitución para adaptarlo al sistema de “déficit cero”, porque no había más remedio. Entre tales razones, a las que se unió el gran desequilibrio que, en la realidad, arrojaban las cuentas del Estado en el momento en que el PP llegó al gobierno, éste, sin otra salida, afrontó la necesidad de acordar una serie de medidas impopulares, a sabiendas de que lo eran -y además en contra de su propio programa electoral- para lograr sacar a España de las gravísimas consecuencias que hubiera acarreado el tener que ser rescatados.
La persistencia en esas medidas, a pesar de las constantes críticas que suscitaban, ha servido para que ahora se estén produciendo síntomas evidentes de que hemos comenzado a salir del atolladero, Creación sostenida de centenares de miles de puestos de trabajo; crecimiento de la economía al 3,2% (el mayor de Europa); incremento del consumo interno, drástica reducción de la prima de riesgo... Pero la persistencia en la idea de que el logro de revertir el signo negativo de la economía nacional iba a atraer a los votantes ha resultado un verdadero fiasco. No solamente la política informativa del gobierno y del propio PP ha resultado muy desafortunada, sino que, además, ofuscados en la economía, se desatendieron otras líneas programáticas, con la consiguiente frustración de un apreciable sector de su electorado natural.
Es verdad que tanto la corrupción como también el reiterado aparecer de cada caso en los medios informativos, han influido en los votantes, máxime si tenemos en cuenta la habilidad de la izquierda en sacudirse de ella y en afirmar que es sistemática en el PP, partido que debería dar a conocer el número de sus afiliados que han ocupado cargos públicos en los últimos veinte años y la proporción de los que, de entre ellos, han sido condenados o, al menos, imputados (ahora, investigados) por corruptos, Estoy seguro de que nos asombraría el altísimo porcentaje de aquellos que han salido sin tacha alguna de sus cargos. En realidad, si miramos esas cifras, y aunque haya casos sonados, la corrupción no es sintomática en ningún partido nacional.
El llamado “Movimiento 15.M”, nacido en ocasión de la acampada iniciada el día 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol, la de “los indignados”, hunde sus raíces en la protesta contra los recortes, a los que calificaban como “medidas antisociales”, achacándolas al bipartidismo y a la falta de democracia participativa o popular, “Podemos” supo encauzar ese sentimiento como base para su creación, alentando a lo que llaman “la gente” a través de un constante martilleo en cadenas privadas de TV y en las redes sociales. Aunque mencionara la corrupción, el núcleo fundamental de su indudable gancho se ha basado en el paro, la disminución de salarios, la pérdida de calidad de servicios públicos como la sanidad y la educación, la reducción de plantillas en la administración y, en definitiva, la línea de política económica establecida por Bruselas, atribuida especialmente a la señora Merkel, objetivo predilecto exterior –el del interior es Mariano Rajoy- de las iras de la izquierda española.
Ahora toca comprobar qué clase de alianzas busca Pedro Sánchez, quien, al parecer, va casi a la desesperada para tratar de conseguir su ansiada Presidencia del Gobierno, intentando cubrir con “Ciudadanos” su eventual coalición con “Podemos”. Pero para llegar tan alto habría que demostrar sentido de Estado, dejar la demagogia, mirar al futuro y comprender de una vez que puede haber amistades peligrosas. Lo fundamental es pensar en aquello que sirva para favorecer a España y a los españolea, evitando meternos en berenjenales de los que resultaría muy difícil salir, tener en cuenta que pertenecemos y debemos seguir perteneciendo a ña PTAN, a la UE y a la Eurozona, acordarse de lo que, al fin y a la postre, está teniendo que hacer el gobierno de Syriza en Grecia y no olvidar jamás la preservación de la unidad e integridad de nuestra Nación, patria común e indivisible de todos los españoles.
El día de los Inocentes de 2014, en una de mis colaboraciones en este diario, titulada “Pensemos”, decía textualmente, al referirme a nuestro querido país: “la creciente marea populista cree que pronto estará maduro para gobernarlo. ¿Maduro? ¿El del pajarito? ¡Hombre, no, por favor!”. Pues ya veremos, añado ahora.
Para finalizar, y como distensión, visto cómo está el panorama, me permitiré una pequeña broma. Si la meta de “Podemos”, como dijo su lider, es “asaltar el cielo” ¿por qué se quejan de que hayan puesto a sus diputados en lo que llaman “el gallinero” del hemiciclo, y sus despachos en el último piso del edificio anexo? ¿no ven que quienes así lo acordaron no hicieron más que situarlos más cerca de su objetivo?