Comentaba Cristina Cifuentes que al PP le ha podido la falta de humildad y la corrupción. Gravísimos e imperdonables pecados, para nada monopolio de la derecha española. Quizá se le olvidó citar el incumplimiento de programa y la traición a sus bases más fidedignas, propiciada, entre otros personajes, por ella misma. Pelillos a la mar.
Es cierto, el PP no está en condiciones de sacar pecho. Ni siquiera los buenos datos sobre empleo son lo suficientemente triunfantes como para olvidar los malos tragos. Ahora bien, de ahí, a creer que uno debe mantenerse a la misma distancia del PP que de Podemos tiene un claro sesgo radical.
El PSOE no puede dar lecciones a nadie. Fue y sigue siendo maestro de corrupciones: el Banco de España, la Guardia Civil, el BOE, la Cruz Roja, EREs, Mercasevilla... La falta de humildad siempre les ha acompañado: basta recordar que utilizaron aviones públicos para saltarse la cola de la frontera para ver una corrida de toros, o un helicóptero por una picadura de avispa, por no hablar la actual actitud de matón de discoteca de su líder.
El PSOE no es que se encuentre alejado del centro político con su equidistancia, es que hace tiempo que se instaló en el disparate, la radicalidad, la tosquedad. Ya ha manifestado con reiteración que prefiere un pacto con los radicales comunistas, antes que con siete millones de votantes que representa el PP; y lo que es peor, el pacto fundamentalista se basa en el odio a todo lo que representa el PP y no a un programa político determinado, porque corregir desigualdades, mejorar las condiciones laborales, y acabar con la pobreza, no es un programa político, sino un brindis de Nochevieja.
El PSOE tiene tres opciones: o pacta con el PP, o pacta con Podemos, o concurre a nuevas elecciones que no se les muestran favorables. A nadie, salvo a Pedro Sánchez, se le escapa que dejar que gobierne el PP con algunos pactos de Estado, como la educación, el modelo de financiación, el modelo autonómico, etc. le viene muy bien a España. Y nadie ignora, salvo Pedro Sánchez, que en un gobierno apoyado por Podemos, el PSOE se convertirá en una marioneta de los antisistemas (de hecho, ya lo es) y a España le irá mal, como ya le va mal en las autonomías y ciudades en los que existe este pacto, más preocupadas por cambiar el nombre a las calles que por los índices de salubridad o pobreza de las mismas.
No es un choque de egos, no se trata de Mariano Rajoy o Pedro Sánchez. Se trata de ser o no ser un hombre de Estado, de si prevalece el interés de España por encima del partidista, de sí a España la gobierna gente reflexiva o impetuosos incontinentes cuya mayor aspiración es odiar al que piensa diferente y si a la vez les llenan los bolsillos, miel sobre hojuelas.