Melancolía. Nostalgia. Poesía... Pudiéramos estar hablando de la estación donde la tristeza se allega a nuestros corazones con el encargo de que cerrásemos todas las puertas y ventanas de nuestra casa interior, de nuestras almas...
Y podemos escribir que las hojas van cayendo de sus árboles una a una; o, por el contrario, en tropel, a poco que la brisa arrecie y agolpe su fuerza contra las ramas de esos árboles de hojas caducas.
Y también podemos añadir que el frío ha principiado a dejarnos el aliento en la mañana cuando abrimos la puerta y abandonamos el hogar camino del trabajo... O abandonamos el hogar como quien deja su vestido en la playa y se sumerge desnudo en las aguas azules de nuestra memoria de pasados siglos...
Melancolía. Nostalgia. Poesía... Pudiéramos estar hablando de la estación donde cada uno de nosotros inicia un viaje interior a nuestros sueños, más allá de nuestros afectos personales y más allá de los límites de nuestras conciencias...
Y podemos escribir que el viento, cual mensajero de los dioses que nos acechan en la tinieblas de nuestros temores, golpean a los jacintos y a las blancas azucenas para dejar sus delicados pétalos en la orilla misma de nuestro olvido.
Y también podemos añadir que el frío, con sus dedos helados, ha entrado sin llamar hasta lo más recóndito de nuestras estancias donde guardamos las palabras del diccionario que deseamos hacer nuestras...Y se las entregamos, inermes, abandonados, porque ya no son nuestras...
Melancolía. Nostalgia. Poesía. Las palabras, ahora, sí, es verdad, ya no son nuestras, ya no nos pertenecen. Ahora, las palabras (no podemos ocultarlo) ya son de ellos... Sí, las palabras ya no nos pertenecen, porque (yo diría) que nunca fueron nuestras, que sólo fue un ficción que el destino te deja al pie mismo de tu puerta para que conjugues con ellas unos versos de un poema, unos párrafos de un relato, o los textos de una leyenda que subsiste imperecedera en nuestros recuerdos...
Y la estación recorre los últimos días de noviembre para adentrarse en el gélido invierno; sin embargo, el otoño todavía gusta de dejar sus más bellas estampas... Sus estampas de hojas rojas o amarillas, cárdenas o verde pajizo... Son los más bellos paisajes que la Creación (de sí misma) ha creado; cómo si la Naturaleza deseara dejar su ritmo al de las hojas que la brisa eleva en el aire y luego, en un suspiro, abandonara sobre los campos infinitos de la tarde.
No dejan nuestros ojos de asombrarse de este oleaje de hojas que, como un mar de olas que arrastra la marea, se agitan y se conmueven en el aire al ritmo de las ráfagas que el viento llevara de un lado a otro, hasta caer abandonadas bajo los árboles que pueblan los bosque soñolientos de nuestros sueños...
No; no son bosques de árboles reales de ramificadas ramas que la savia recorre hasta los últimos nervios de sus adolescentes hojas; sino árboles de sueños que habitan nuestras doloridas almas, donde van creciendo las ramas de nuestra identidad a partir del viejo tronco de una antigua familia y de una determinada ciudad.
Y, la familia es nuestra propia familia que crearon con verdadero amor y sacrificio nuestros padres; y, la ciudad es nuestra milenaria Ceuta, que desde la primera mano que pusiera la primera piedra de la primera calle, se adentra en nosotros para advertirnos que la singladura que un día iniciemos en nuestro viejo bergantín está llegando a su término.
Todo, pues, se halla próximo a concluir, y el paisaje del Yebel Musa que un día abandonamos asomados a la regala de babor rozando la farola verde de la bocana, hoy también nos asomamos al mismo paisaje del Yebel Musa que, sin embargo, lo hacemos por la regala de estribor y rozando la misma farola verde de la bocana del puerto de esta ciudad de siete colinas...
Melancolía. Nostalgia. Poesía...