He recibido una carta que, en nombre del Grupo de Abogados Jóvenes constituido en el seno del Ilustre Colegio de Ceuta, suscribe su Presidente, el letrado Alberto Afalo Wahnón. En ella me felicitan por la concesión de la Medalla de Oro de la Ciudad y me acompañan dos ejemplares de la reedición de mi libro “La Gesta Ignorada” realizada por el citado Colegio con motivo de la reciente celebración en nuestra ciudad del Pleno de la Confederación Española de Abogados Jóvenes.
Para mí ha sido una sorpresa conocer que, como consta en la citada reedición, va dedicada a mí como homenaje por la antes citada Medalla. Cuando desde la Junta de Gobierno se me solicitó amablemente permiso –que lo tienen de antemano- para reeditar el libro, se me preguntó si tenía inconveniente en que se hiciera constar la referida distinción, yo creí que iba a hacerse una simple mención a ello, por lo que expreso aquí mi emocionada gratitud ante tal dedicatoria.
Volviendo a la misiva de los abogados jóvenes, una primera reflexión. En estos tiempos en los cuales parece que alguien que ha pasado de los sesenta años vale ya para bien poco, resulta reconfortante que un grupo de gente joven se acuerde de dos octogenarios (aluden también a mi hermano Manolo, quien asimismo recibió la Medalla), y encima para elogiarlos. La carta rebosa nobleza, altura de miras y algo más que me anima y conforta: amor por Ceuta. Leyéndola deduzco que en la abogacía de nuestra ciudad existe una excelente cantera que podrá dar días de gloria tanto al Colegio en cuya fundación tuve el honor de participar hace medio siglo, como también a la propia Ceuta.
Aunque me consta que en el Grupo de Abogados Jóvenes hay algunos que tienen ya sobrada experiencia, me atrevo a responder a su prueba de afecto con un a modo de decálogo de consejos de letrado antiguo sobre el ejercicio de la profesión. Me los inculcó mi padre, y he tratado de ponerlos en práctica a lo largo de mis más de cincuenta y ocho años de actividad en la abogacía :
-Asumir como propio el problema del cliente.
-Respetar siempre las reglas del código deontológico.
-Estar al día en el conocimiento de las leyes. Solo una vez cometí el error de invocar una norma derogada, y todavía me sonrojo al recordarlo.
-Acudir siempre a la jurisprudencia. Allá por 1990, en mi despacho se ganó un pleito porque encontramos e invocamos una sentencia del Tribunal Supremo ¡del año 1902!
-Cuidar la redacción y la presentación de los escritos
-Evitar hacerlos farragosos o repetitivos, al igual que las intervenciones orales.
-Cuidar al máximo que no se os pase ni un solo plazo o término. Es un fallo imperdonable.
-Mantener buenas relaciones con los jueces, sin llegar nunca a pasaros en el grado de amistad, porque ello podría dar lugar a murmuraciones en perjuicio tanto del letrado como del propio juez.
-Acudir correctamente vestidos a los juicios orales, sin olvidar la toga. Por cierto, hace años que la mía la cogió alguien de mi toguero, y, según parece, ha olvidado devolverla.
-Moderar vuestras minutas de honorarios, pero mantener el derecho que os asiste a percibirlos. Recuerdo al respecto una curiosa anécdota que le sucedió a mi padre, y que paso a relatar, pues una gota de humor nunca sobra Tras llevar un complejo pleito sobre la propiedad de cierto edificio, obtuvo Sentencia favorable, por lo que mandó recado a la clienta en cuestión para que viniera al despacho, con el fin de darle personalmente la buena noticia. Al conocer el fallo, la señora manifestó su satisfacción, elogiando el trabajo de mi padre, pero antes de marcharse, pronunció la siguiente frase; “No le pregunto lo que le debo, D. Manuel, porque eso sería insultarlo”. Dijo adiós y, como en el soneto de Quevedo, “fuese y no hubo nada”.
En resumen; que la carta firmada por Alberto Afalo en nombre del Grupo de Abogados Jóvenes de Ceuta se ha ganado sobradamente tanto mi agradecimiento como el de mi hermano Manolo, quien me encomienda, desde Sevilla, que así lo haga constar