No es que sea difícil. Más bien resulta imposible. ¿Cómo acostumbrarse a otra muerte? Puede que haya quien lo consiga. Puede que haya quien vea esto como algo ya normal. Puede que haya quien, incluso, mire hacia otro lado. Hoy, para el joven que falleció ayer ahogado en un naufragio, ya no amanece. No hay luz, no hay nada. La hubo, sí que existió, estaba al otro lado de la valla.
Nosotros no la conocemos, quizá podamos saber su nombre para enterrarlo con dignidad, pero cerraremos el capítulo de su vida de una forma brusca, porque así fue como la perdió. El Estrecho se presenta ante nosotros. El mar nunca termina, son miles las pateras que lo han intentado cruzar y miles los que han fallecido. Si duro es recuperar un cadáver, mucho más es no saber jamás de un ser querido, de si llegó a cruzar, de si rozó el milagro del cambio o si, por contra, quedó atrás, no tuvo fuerzas, quedó atrapado en ese mar que no hace sino atrapar vidas mientras África se desangra poco a poco, perdiendo a generaciones enteras, perdiendo a su futuro. Ceuta está ubicada en lugar de paso, en zona de tránsito de quienes miran hacia atrás y solo ven explotación, pobreza... pero miran hacia adelante y al menos asoma la suerte, el intento, el sueño que pueden lograr. Boza, así lo llaman. Otra muerte más y sigue. Y aumentan los nichos con placas de cemento sin nombre, y siguen anotándose las reseñas judiciales de ‘varón, negro, sin identificar’, y sigue existiendo una inmigración que nos muestra su rostro más cruel. Lo hace con una muerte en el mar, pero también con los errores de unos gobiernos incapaces de buscar soluciones y que solo actúan a golpe de impactos, cuando las muertes les superan, cuando las imágenes les acosan. Hoy ya no amanece para el ‘varón, negro, sin identificar’ que fue envuelto en una sábana, que lo perdió todo en una apuesta por el futuro, que había emprendido un viaje con un puñado de dirhams en el bolsillo y un número de teléfono al que nunca más llamó. Seguimos, ¿usted igual? Ojalá que no.