Dicen que los sueños son los encajes de Dios…Y dicen también que la Ribera fue uno de esos encajes que quedó prendido en los sueños interminables de Dios. Y así fue, por tanto, que la Ribera fue creada desde los lugares recónditos donde la belleza se amalgama con la roca, la arena, la sal, el agua, el cielo, el sol y las algas…Y el soplo suave de Dios, como una caricia infinita, hizo que cada átomo se ajustara en su espacio para dar a este lugar la perfección exacta de las cosas…
La Ribera era el barrio donde vivían los pescadores. Ocupaba toda la playa de la Ribera, entre las murallas del Foso y las primeras fábricas de conservas. Desde el mirador de la Brecha todo el arrabal se encontraba a la vista: callecitas, barracas, barcas redes, niños, comadres, pescadores… Todo estaba a la vista, la ropa tendida al sol, las anafes cociendo el almuerzo, los corrillos de las mujeres, las peleas de los niños, el tejer silencioso, cigarro en boca, de los hombres. Todo estaba a la vista, y aún podemos añadir algo más, y podemos añadir el giro de las gaviotas azules y plateadas al acecho de algún despesque; o el estallido de la voz de alguna muchacha cantando la alegría o la pena de alguna copla…Sí, todo estaba a la vista; tanto, que incluso por hallarse, se hallaban la propia naturaleza de los sentimientos humanos; yo, corrigiéndome, diría quizás, la propia desnudez de esos sentimientos…
Años atrás, en la mitad del siglo pasado, Pepe Fortes me llevaba a través de la plaza de África, hasta la embocadura del túnel situado entre la Catedral y el Parque de Artillería; una vez allí, bajamos hasta el final de aquel laberinto, donde por fin el sol con su intensidad nos deslumbraba nada más llegar. Y junto a este deslumbre, todavía con los ojos cerrados, se podía escuchar desde el lado derecho, el golpe fresco de un caño de agua que abastecía al arrabal. Un corrillo de mujeres allí reunidas esperaban el llenado de los recipientes acercados, y el agua como un palacio de cristal, retumbaba acá y allá llenando ora una olla, ora un pequeño bidón, luego unas botellas, más tarde un cubo de zinc… El agua corría y corría hasta hacer rebosar los recipientes, y como en un xilofón construido al azar de manera natural, iba emitiendo los diferentes sonidos al contacto de las distintas vasijas. Agua y sonidos…La música del agua de aquel caño al pie justo de la bajada del túnel, junto a las primeras casas, era la misma vida…
Andamos la callecita principal, y casi en la misma orilla, al lado de un bote varado, pusimos la ropa y nos tiramos al agua; él montó su arpón y se dispuso a la aventura de pescar cualquier pez que no estuviese atento a nuestra presencia. Yo, aún pequeño para este menester, me subí a una roca a esperar lo que daba de sí su destreza; sin embargo, no había pasados muchos minutos, cuando nadando hacía mi, llevaba prendido del arpón un robalo agitándose y dando sus últimos coletazos…
Desandamos la arena de guijarros, la callecita principal y el túnel hasta situarnos en la Brecha, y desde allí como una ensoñación, contemplé los labios azules del horizonte; el sol estaba alto y ya declinaba hacia poniente, y como un manotazo de fuego, caía abrasador sobre los tejados que, en la reverberación de la luz, semejaban encendidos en oro…
A veces, en los recuerdos de la niñez, o cuando en verano visito esta Ceuta que duerme dentro de mí -cual añorada Ítaca-, y al anochecer camino hasta asomarme a la balaustrada de la “Brecha”1, me pregunto: ¿Qué habrá sido de aquellas gentes marineras que habitaban las barracas de madera de la “Rivera”2?
Y, que habrá sido de aquella flota de más de 100 pesqueros que surcaban el mar infinitamente azul de nuestro litoral detrás de los bancos de boquerones, sardinas, jureles, caballas, melvas y bonitos… No; no nos parece que se haya hecho justicia con la memoria de los pescadores de nuestra ciudad, y de aquella flota formidable que la conformaban andaluces de toda la costa -como los arrojados almerienses naturales de cabo de Gata- y levantinos allegados de Santapola… Siendo Ceuta, como bien dice su himno: “Quienes a tus playas llegan encuentran aquí su hogar…”
No; no nos parece de ninguna de las maneras, que se haya hecho justicia con aquellos hombres, con aquella flota, y con la industria derivada del pescado que tuvo lugar en nuestra capital en el siglo pasado3.
Lo hemos dicho en alguna ocasión, pero lo volveremos a repetir cuantas veces haga falta: “Los pueblos para tener historia, para ser grandes, necesariamente necesitan reconocerse a través de los siglos y de los años pretéritos”. Sin embargo, un pueblo que no recuerda su memoria histórica, y, en su desesperación, huye hacia adelante reconstruyendo cada día: edificios, calles, jardines, parques y plazas…, sin tener en cuenta su acervo cultural y patrimonio más antiguo, no tiene más futuro que el alcance de una piedra….
Sin embargo, si bien es verdad que de los recuerdos y la nostalgia nada se gana, también estamos acertados en apuntar: “Que no sólo de pan vive el hombre”; de tal manera que cuando el tiempo y las horas se sumergen y nos abraza como una enredadera, no nos queda más remedio que viajar a nuestros recuerdos para reconocernos y saber quiénes somos, como en un nuevo viaje que Ulises realizara a su Ítaca, que en nuestro caso es Ceuta…
Sólo tenían que haber conservado parte de nuestro paisaje urbano, y de nuestra flota pesquera y de nuestra industria conservera, para que algunos ceutíes pudiesen vivir en la urbe que le vio nacer, y no tuviesen que marchar fuera allende el Estrecho. Ahora, no queda nada de aquella flota formidable orgullo de nuestra ciudad, ni de la industria conservera que tantos puestos de trabajo creara. Ahora todo este mundo del mar lleno de pujanza y vitalidad se haya en otras manos -en pocas manos, diría yo-, prestos a obtener buenos beneficios económicos, mientras la industria conservera hace décadas que desapareció y la flota pesquera ya sólo cuenta con algún que otro pesquero languideciendo en su destierro en Alfau…
No; no nos podemos engañar, para algunos de nosotros que aún conservamos en el alma el orgullo y el honor de haber nacido en esta parte del Estrecho, todavía pudiéramos reconocernos cuando nuestros pasos -en nuestros recuerdos- se dirigen al Paseo de la Marina y al Paseo de las Palmeras y el agua y el salitre besaban sus murallas…