Se dice que la actual crisis económica internacional tiene su precedente en la del 29, que dio origen a la II Guerra Mundial. Por entonces, el físico Albert Einstein ya había sido galardonado con el Premio Nobel de física por su teoría de la relatividad. También era un gran humanista y pensador, que reflexionó, entre otras cuestiones, sobre la crisis económica mundial de entonces: “…Por lo que puedo ver, esta crisis no se parece a las anteriores; surge de hechos totalmente nuevos, que a su vez emanan del progreso velocísimo alcanzado por los medios de producción. En una economía de libre mercado ello conduce obligadamente a un incremento del paro obrero…Me inclino a creer que el Estado puede beneficiar al proceso productivo sólo si actúa como factor regulador…”.
En una magnífica publicación del pasado mes de junio, del sindicato Comisiones Obreras, se habla de los cambios económicos y sociales en tiempos de incertidumbre y se plantea una cuestión fundamental: ¿Estamos saliendo de la crisis?. En el debate participa un nutrido grupo de profesores de universidad de distintas especialidades, además de responsables de gabinetes de estudios económicos y sindicalistas de reconocido prestigio. Hay reflexiones bastante interesantes en sus páginas.
Efectivamente, los datos de coyuntura sobre la evolución de la economía española apuntan a que se ha vuelto a tasas de crecimiento y de creación de empleo anteriores a la crisis. Pero de ahí a realizar la tajante afirmación de que ya hemos superado la peor crisis económica de las últimas tres generaciones, como hace el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, va mucho trecho. Es lo que mantienen los coordinadores del estudio, que yo comparto. La elevada tasa de desempleo, sobre todo juvenil, el alto endeudamiento privado y también público, el descenso del PIB per cápita y el aumento de la desigualdad, serían algunas de las razones fundamentales. Pero también, y esto es lo más importante, es que la crisis que se está viviendo es “sistémica”, no coyuntural. Tras la crisis, “nada será lo mismo”.
Es un hecho que la recuperación de la economía español se está produciendo con mayor intensidad que en otros países europeos. Pero esto es debido a factores externos, en mayor medida que a factores internos. La reducción de los tipos de interés, la depreciación del euro y la caída de los precios del petróleo, serían los primeros. Los efectos meramente estadísticos al hacer comparaciones interanuales de series estadísticas en países con una fuerte recesión anterior; el intenso proceso de saneamiento del sistema financiero externo y los efectos de la reforma laboral, con una clara repercusión a corto plazo en la creación de empleo temporal, aunque un incierto futuro de destrucción de empleo estable y tejido productivo de calidad. Nuestra tasa de desempleo actual es del 23% y la tasa de temporalidad del 24%. Es decir, la opción por la “devaluación salarial y la precariedad laboral”, como vía de mejora de nuestra competitividad, se están manifestando en el crecimiento de sectores de menor valor añadido y de empleo temporal.
Pero también es evidente que vivimos tiempos de incertidumbre. La situación cíclica de economías tan importantes como las de EEUU, o China más recientemente, frente al estancamiento de Japón y al bajo crecimiento de la mayoría de países de la UE, unido a los conflictos armados de Oriente Medio o Ucrania, serían algunas de las causas. Los inciertos efectos de la posible retirada de las medidas de estimulo económico en los EEUU, junto al aumento de su tipo de interés, también. Y la constatación de los nefastos efectos de las políticas de austericidio sobre el crecimiento económico en Europa, sin estar clara la orientación que se da en adelante a nuestra política económica, sería el colofón a esta especie de caos sistémico en el que nos movemos.
Independientemente de medidas concretas que pudieran adoptarse en nuestro país, orientadas a frenar el deterioro ocasionado por los excesivos recortes en el gasto público, u orientadas a la creación de empleo de calidad, quizás convendría no perder de vista las reflexiones de Einstein con las que comenzábamos este artículo. Si el incremento de la productividad generado por los enormes avances técnicos de los medios de producción no son acompañadas, a nivel internacional, de medidas de reparto del trabajo y regulación de los mercados, para así frenar el incremento del paro y la desigualdad, no solo no desaparecerán los conflictos armados en el mundo, sino que posiblemente nos estemos encaminando hacia nuestra propia autodestrucción.