De broma, pasando el tiempo en el interior de un coche haciendo cola para llegar a Ceuta desde Marruecos, a uno se le puede ocurrir cualquier cosa para no desesperarse, por eso, en esta ocasión, teoricé sobre las marcas que ciudadanos de ese país tenían en la cabeza, huellas de lo que un día, en su juventud, fueron pedradas.
De esta manera nos aventurábamos en el juego, a dictaminar sobre el grado de participación en las guerrillas, juego inevitable de los niños de épocas pasadas. Si éste no corría mucho… por el número de impactos que exhibía e, incluso, si eran curiosos y temerosos, por las cicatrices que tenían en los laterales de la cabeza... Según la teoría, se advertía quién miraba hacia atrás en un momento inoportuno, puesto que en ese momento, -el de la huida- perdía velocidad y era cuando, desgraciadamente recibía el impacto. El pelo muy corto, común en este país, sobre todo, en aquella estación del año, facilitó la lectura.
Créanme que en ningún momento y de ningún modo hubo por nuestra parte ganas de mofarse de nadie, sino que se trató de un juego que, al final, te hace pensar en las diferentes épocas. Hoy cuando veo a un niño, hijo de algún amigo, jugando con los diferentes artilugios que ofrece el voraz mercado de la electrónica, procuro captar su atención por un momento para que no se enfaden y les pregunto: ¿A ti te han dao alguna pedrá”? Y, simplemente, no me entienden; me miran raro, se ríen y piensan que estoy loco; compruebo… y no tienen marcas. Afortunadamente ahora tampoco hay piedras por las calles, al contrario que en esa época a la que me refería, donde nada más había que agacharse y estirar la mano.
De las risas, pasamos a darnos cuenta de la diferencia entre las distintas generaciones y llegamos a la conclusión que ahora, para que no hayan pedradas ni artilugios electrónicos, bien podríamos meter al deporte, el que más les guste a los niños y mejor se adapte a sus condiciones físicas para que no se aburran, en cualquiera de sus modalidades y disciplinas, con la atención y el apoyo de los padres, que somos los que tenemos que alentarlos en todo momento.
El tema bien merece una reflexión y, desde mi edad, una mirada nostálgica. Ahora, eso sí, todavía, cada vez que veo impactos en una cabeza, tiro de teoría y no lo puedo evitar, me sonrío.