Así dice el Himno de Ceuta, cuya letra se la debemos al poeta ceutí Luis García Rodríguez, Concejal por el Partido Reformista en los años en que lo redactó (los de la II República), quien, siendo Primer Teniente de la Milicia Voluntaria de Ceuta, integrada en el Grupo de Regulares nº 3, había sido distinguido en 1915 con la Cruz Laureada de San Fernando por su heroico comportamiento en la conquista de Laucién.
Es curioso, pero la poesía y las armas suelen hacer buenas migas. Nuestros poetas más destacados en la época reciente del devenir ceutí; Luis López Anglada y Manuel Alonso Alcalde, así lo atestiguan. La estrofa completa es: “Yo te canto, Ceuta amada - Canto tu sol, tu alegría - canto tu gloriosa historia – canto, en ti, las Patria mía -”. Y es que la historia de Ceuta debe llenar de orgullo a todos cuantos hayan nacido en esta tierra o la hayan adoptado como propia. Por aquí hubo griegos, fenicios, cartagineses, romanos, bizantinos, visigodos, árabes y portugueses, y hay españoles. Pocos lugares pueden exhibir una hoja más completa. En 1655, aquellos ceutíes de origen portugués elevaron en 1656 al Reino de Castilla reunido en Cortes un Manifiesto, cuya definitiva redacción se atribuye a Fray Diego de Almeida, religioso natural de Ceuta, confesor del Rey Felipe IV. En él solicitaban que se les otorgase la naturaleza en los reinos bajo la soberanía del citado monarca, y existe un párrafo del siguiente tenor: “Segunda Malta es Ceuta, y en el valor de sus moradores sin segundos”. La isla de Malta, entregada por Carlos I de España a la Orden de los Caballeros del Hospital de San Juan de Jerusalén, cuyos miembros habían tenido que retirarse de Tierra Santa, posee una historia muy similar a la de Ceuta, pues por ella pasaron casi todos los pueblos antes mencionado. Además, Malta es famosa por las fortificaciones que fueron construyendo sus distintos ocupantes, que a la postre hicieron muy difícil cualquier intento de invasión. Bien lo pudo comprobar el Sultán Solimán I el Magnífico, cuya flota, cargada de hombres, hubo de retirarse tras lo que se llamó el Gran Sitio.
A ello se referían, sin duda, aquellos ceutíes, portugueses de nacimiento, que tras la rebelión de Portugal pedían ser reconocidos como castellanos, resaltando el valor de sus moradores en la defensa de la ciudad, pues en ello se consideraban, con toda justicia, los primeros, al no admitir ser segundos. T eso que aún no se había producido nuestro “Gran Sitio” particular, que duró desde 1694 hasta que se levantó en 1727. En este género de canto a la gloriosa historia de Ceuta hemos de destacar a un extremeño que ama a esta ciudad como propia, llamado Antonio Guerra, quien el día 31 de mayo me dirigió en su colaboración unas palabras que juzgo excesivamente elogiosas. Él sí que las merece, pues los artículos que publica en “El Faro” resultan ser verdaderas lecciones sobre nuestro pasado. Un pasado heroico del que los ceutíes nunca jamás debemos renegar, dentro del cual la época portuguesa se extiende desde agosto de 1415 (muy pronto hará seis siglos exactos de ese decisivo hito) hasta el acuerdo adoptado por las Cortes de Castilla en 3 de marzo de 1656, teniendo por comprendida en los reinos que integran España a la ciudad de Ceuta y a sus hijos por naturales de ellos, perpetuamente para siempre, lo que fue ratificado en el Tratado de paz de Lisboa suscrito en 1668 entre los reinos de Portugal y España, en el cual se dejó expresa constancia de que Ceuta quedaba para España. Como con tanto acierto escribió al redactar la letra de nuestro himno Luis García Rodríguez, laureado poeta y, a la vez, poseedor de la Laureada de San Fernando por el valor demostrado en batalla, los ceutíes hemos de cantar siempre la gloriosa historia de nuestra ciudad amada, y con ello cantar también a España, nuestra Patria. Por mi parte reconozco que ese Himno, como saben quienes me conocen, me emociona profundamente cada vez que lo oigo.