Encontrarte con las quejas de un adolescente, lleno de impotencia y de amargura, por no encontrar solución a los numerosos problemas que esta sociedad le plantea y que ha heredado sin quererlo, nos trae a todos por la calle de la amargura.
Es descorazonador ver jóvenes que son nuestros hijos y los hijos de nuestros conciudadanos y hermanos, que se sabe que lo tienen mucho más difícil que sus padres lo tuvieron para encontrar un trabajo de sus características y que, de no ser por ellos, estarían catalogados como excluidos sociales porque no tienen salario, ni medios económicos, ni horizonte, ni futuro; sólo tienen a sus padres. Esta situación nos produce... de todo Es descorazonador observar cómo la sociedad en la que han nacido, les da la espalda aun sabiendo que son el futuro del país en el que vivimos. Vivir en una sociedad que los observa con excesivo rigor y que en demasiadas ocasiones se les lleva por los márgenes del sistema, que se ensaña con excesiva fuerza, dejándolos, en ocasiones, en manos de delincuentes con uniformes, que abusan de un poder que nadie les ha otorgado, que dejan en evidencia, no sólo a ese sistema que encima les paga, sino también a sus mandos y también al cuerpo al que pertenecen, tiene que ser demoledor, rotundo para ellos. Por eso, es necesario prestar atención a las víctimas, por su vulnerabilidad ante una sociedad injusta, indolente; poner especial cuidado con los que se supone que tienen la tarea de cuidarnos y, sin embargo, utilizan su posición para humillar y vejar. Inculcarles a éstos pobres hombres su verdadera obligación, los valores que representan y que si no tienen vocación de servidores públicos, dejarles claro que no están ahí para que satisfagan sus egos y complejos. No lo tienen tan difícil sus mandos, las expresiones lo cantan, la prepotencia y la chulería es su lenguaje corporal. Estén atentos pues, porque suelen hacer mucho daño, pongámoslos en su sitio, siempre será más fácil apartar a un matao que responder por un matón. Mi ánimo me dice que podría documentar numerosos casos que justifiquen lo expuesto, pero mi razón me lo niega; la conducta de unos pocos no puede empañar la de la mayoría, cuya honestidad queda día a día demostrada. Miremos pues, con mucha preocupación hacia el lado de los damnificados, que son esos jóvenes vulnerables, repito, que no tienen trabajo, ni expectativa de futuro. Que no demos lugar a que se quejen de algunos excesos con impotencia, porque eso sí tiene solución. Comprendamos a las víctimas, entendamos mejor a nuestros jóvenes, protejámoslos. Es evidente que este país necesita replantearse en profundidad tener mucha más sensibilidad y educación y, ante las numerosas y desgarradoras quejas, yo también les digo a esos jóvenes que luchen.