Hoy me voy a ocupar de un extremeño muy singular, que por su fuerza y brío fue llamado por varios sobrenombres que lo hicieron célebre en casi todo el mundo. Fue popularmente conocido como el Sansón de Extremadura, Gigante y Hércules extremeño, o el Goliat español.
Se llamaba Diego García de Paredes y Torres. Nació en Trujillo (Cáceres), el 30-03-1468, y murió en Bolonia (Italia) el 15-02-1533. Recoge su biografía más antigua, que "En los primeros años de su infancia «crióse al estruendo de las armas que veía ejercitar a su padre», infundiéndole este ejercicio «tanta afición al joven y tantos bríos en las fuerzas, que con la edad cada día le crecían»... «En sus tiernos años vencía a todos los de su edad». Aprendió a leer y escribir, algo inusual en aquella época para alguien que no se había criado en la Corte. No era excesivamente alto, sino más bien enjuto y lampiño, pero, debido al mucho ejercicio físico que realizaba, se fue formando de constitución fuerte, con cuello grueso, anchas espaldas y potentes músculos.
Dio las primeras muestra de su enorme fuerza una vez al salir de la iglesia del pueblo, donde había acudido a misa con su madre, al percatarse de que habían abandonado el templo sin haberse antes santiguado en la pila de agua bendita, tal como entonces era costumbre religiosa que no se podía obviar sin ser duramente criticado. Dijo a la madre que lo esperara, que él volvería a la iglesia y se la llevaría. De un tirón arrancó de la pared la pila que contenía el agua bendecida y se la llevó a su madre que, toda sorprendida, humedeció sus dedos y se santiguó dos veces, una por la costumbre a cumplir y la otra al ver lo que había sido capaz de hacer su hijo. Con un solo dedo era capaz de detener la rueda de piedra de un molino cuando giraba. En otra ocasión, siendo ya un mozalbete espigado, la noche anterior a su marcha al ejército voluntario quiso dejar constancia de su enamoramiento a la fémina a la que en sus primeros escarceos amorosos cortejaba, y de madrugada fue a rondarla a su ventana. Ante la encendida oratoria que el galán le dedicó en su despedida, a ella comenzó a vibrarle el corazón hasta sentirse impulsada a asomarse a la ventana; pero como entre los dos se interponía una reja de hierro que a ambos estorbaba sin facilitarles la efusión de sus sentimientos, no se le ocurrió otra cosa que arrancar la reja de cuajo, aunque sin que llegara a propasarse más que con un apasionado ósculo que él de propósito buscó, y que ella no rechazó, sino que con leve reproche disimulado dejó que el galán posara suavemente los labios sobre los suyos. Tras suspirar extasiada por el incipiente amor que él le acababa de declarar, a ella comenzó a preocuparle la vergüenza por la que al día siguiente habría de pasar ante la vecindad cuando vieran la reja de su dormitorio arrancada de cuajo, temiendo que alguna otra joven célibe por envidia se pusiera a murmurar contra su decencia pensando que el apuesto mozo se hubiera atrevido a saltar hasta el catre. Entonces, para que nadie sospechara que se hubiera excedido en su amor platónico, lo que él hizo fue arrancar todas las rejas de las demás ventanas de la acera, a fin de dejarle pruebas aparentes de que no se trataba sólo de ella, sino más bien de una gamberrada contra todos los vecinos, para que así nadie mancillara la honra de la despampanante moza.
Incorporado al ejército, sirvió primero en la escolta del Papa Alejandro VI. Y después combatió con el ejército español por Europa, Norte de África, América y el Mediterráneo. Estuvo en el asedio a Cefalonia en Grecia; con el Gran Capitán en todas sus conquistas en Europa, en la de Nápoles, Ceriñola y Garellano, en Navarra, en la reconquista de Granada y en otras grandes campañas, participando siempre en las batallas más difíciles, haciendo las mayores hazañas y proezas y destacando por su enorme fuerza y gran valor. Fue duelista invicto en numerosos lances de honor; en uno de ellos, se vio involucrado en un desafío que le hizo un capitán italiano de los Borgia, llamado Césare el Romano. El duelo se celebró en Roma y acabó con la victoria de Diego, que no tuvo piedad y cortó la cabeza a su enemigo. El muerto era un personaje de tanta importancia que el suceso produjo gran revuelo en el Vaticano, teniendo como consecuencia el cese de García de Paredes en el mando de su Compañía y su posterior encarcelamiento, aunque luego se fugó. Por sus grandes dotes de guerrero fue ascendiendo a alférez, capitán de la escolta de Alejandro VI y coronel de Infantería de los Reyes Católicos bajo el mando del Gran Capitán, que le tenía especial aprecio. Fue cruzado del Cardenal Cisneros, maestre de campo del emperador Maximiliano I, coronel de la Liga Santa y Caballero de Espuela Dorada de Carlos I. Se le tuvo por el militar más famoso de su época, admirado por sus contemporáneos y tenido como símbolo representativo de la fuerza y gloria del ejército español.
Escritores, políticos e historiadores de su tiempo y posteriores, dejaron sobre él escrito: Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), escritor y cronista: «...porque le vi, e hablé, e conocí muy bien...fue en nuestros tiempos uno de los valientes caballeros por su persona, a pie y a caballo, que hubo en toda Europa, entre los cristianos...Era de grandes fuerças, e muy diestro en toda manera de armas, e muy venturoso en el exercicio dellas...era muy estimado e famoso milite». Luis Zapata de Chaves (1526 – 1598), escritor español: «...el famoso Diego García de Paredes, Héctor ó Aquiles de España,...valentísimo caballero y de grandísimas fuerzas». Carlos V, concedió el privilegio en 1530 de alabar a Diego García de Paredes, como: «...ilustres hazañas vuestras que con vuestro sumo valor habéis hecho, así en España, como en Italia, mostrándoos tal en todas las batallas y rompimientos que habéis sido espanto y asombro de vuestros enemigos, y amparo y defensa de los nuestros». Jerónimo Zurita (1512-1580), historiador español: «El muy esforzado caballero, y extrañamente valiente Diego García de Paredes...fue el que siempre se adelantó entre todos de tan animoso, y esforzado, que se conoció en él que nunca supo temer: y después por los notables hechos de su persona, fue estimado su nombre, y conocido en toda Italia, y en la mayor parte de Europa». Fernando de Herrera (1534-1597), escritor español del Siglo de Oro: «¿Quién puede esperar comparación con las robustas i terribles fuerzas i ánimo nunca espantado i siempre sin algún temor de Diego García de Paredes?» Bernal Díaz del Castillo (1496-1584), cronista de Indias: «...aquel valiente, nunca vencido caballero Diego García de Paredes». Francisco Diego de Sayas (1598-1678), historiador español: «...el invencible Diego García de Paredes...el osadísimo y fuerte brazo de aquel Hércules extremeño...». Tomás Tamayo de Vargas (1589-1641), historiador, bibliógrafo, polígrafo y erudito español: «Nacido solo para el espanto de sus siglos en los combates particulares, en las temeridades,...en la venganza de todas las injurias, en la infatigabilidad del cuerpo, y en el ánimo, que jamás tuvo pavor». Y el Gran Capitán, dijo de él: "«Con la espada de dos manos que tenía se metió entre ellos, y peleando como un bravo león, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor y Julio César, Alejandro Magno ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Horacio en su denuedo y animosidad». Y otras muchas citas.
El 11-02-1504 terminó la guerra en Italia con el Tratado de Lyon. Nápoles pasó a la corona de España y el Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey. Gonzalo recompensó a los que más se habían distinguido a su lado en el combate y nombró a García de Paredes marqués de Colonnetta (Italia). Diego regresó a España como un auténtico héroe, siendo aclamado por todos los pueblos por donde pasaba. Sin embargo, fue el propio rey Católico, Fernando, que por sus hazañas le había antes nombrado marqués, quien lo proscribió con la mayor ingratitud real, por el sólo hecho de haber defendido ante el mismo rey a su jefe el Gran Capitán. García de Paredes, a quien nadie compraba con títulos ni dinero, fue uno de los más fervientes defensores de Gonzalo de Córdoba dentro de las intrigas en la Corte, y cuando Gonzalo cayó en desgracia y todos evitaban su cercanía, el extremeño llegó a defenderle públicamente desafiando ante el propio rey Católico a todo el que pusiera en entredicho la fidelidad del Gran Capitán al monarca.
Sepulcro en la iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo, tiene un largo epitafio en latín, cuya traducción dice: "A Diego García de Paredes, noble español, coronel de los ejércitos del emperador Carlos V, el cual desde su primera edad se ejercitó siempre honesto en la milicia y en los campamentos con gran reputación e integridad; no se reconoció segundo en fortaleza, grandeza de ánimo ni en hechos gloriosos; venció muchas veces a sus enemigos en singular batalla y jamás él lo fue de ninguno, no encontró igual y vivió siempre del mismo tenor como esforzado y excelente capitán. Murió este varón, religiosísimo y cristianísimo, al volver lleno de gloria de la guerra contra los turcos en Bolonia, en las calendas de febrero, a los sesenta y cuatro años de edad. Esteban Gabriel, Cardenal Baronio, puso este laude piadosamente dedicado al meritísimo amigo el año 1533, y sus huesos los extrajo el Padre Ramírez de Mesa, de orden del señor Sancho de Paredes, hijo del dicho Diego García, en día 3 de las calendas de octubre, y los colocó fielmente en este lugar en 1545".
Pienso que la historia se ha olvidado de este bravo y heroico extremeño, como también lo hiciera con tantas figuras estelares de Extremadura que por todo el mundo prestaron a España los mejores servicios, pero que no tuvieron la precaución de cuidar tanto de escribir su historia como de realizar sus hazañas.