Una información del diario El Mundo firmada por Ignacio Cembrero en la que se da cuenta de la existencia de un informe del Departamento de Estado norteamericano que alerta del auge del yihadismo en Ceuta, nos vuelve a colocar en el primer plano informativo sobre esta cuestión.
No es algo nuevo, sobre todo para los que vivimos en esta ciudad. Destaca el autor del artículo la elevada proporción de yihadistas que parten desde nuestra ciudad si se tiene en cuenta el volumen de nuestra población. Algo que este diario ya publicó hace nueve meses en una entrevista que me hizo Adrián González y en la que desgrané mi participación en la Red contra la Radicalización reunida en enero en La Haya (“El ‘uno de cada mil’ asombra en Europa”, El Faro de Ceuta, 4/2/2014).
Ser frontera con Marruecos implica graves condicionantes derivados de la propia situación interior del reino alauí. El crecimiento del islamismo radical en Marruecos tenía que tener tarde o temprano, repercusiones sobre la ciudad de Ceuta, e incluso, como aventuraba en el año 2011 en mi tesis doctoral, la viabilidad de la ciudad se supedita en gran medida al auge y triunfo de los partidos fundamentalistas marroquíes. En la última década, las redes de captación se han fijado en las poblaciones marroquíes cercanas a Ceuta y Melilla, en la creencia de que su especial situación geográfica, política y social, facilitaría su acción de captación y extensión. La porosidad de la frontera propicia la posibilidad de que elementos no controlados se instalen en la ciudad y se dediquen a establecer redes locales de exportación de combatientes. Pero no es solo un problema de control fronterizo, muy difícil en este caso debido a las peculiares relaciones de dependencia económica de ambos lados de la frontera; para que estas redes se implanten con cierta fuerza necesitan un espacio propicio, y eso solo se lo puede proporcionar una parte de la sociedad que observe con cierta simpatía o condescendencia, los idearios radicales.
En las últimas dos décadas se ha observado en la ciudad un crecimiento del rigorismo islámico verdaderamente significativo. Se han asentado definitivamente sectas y corrientes muy rigoristas, que si bien no tienen relación directa con el yihadismo, sí que han propiciado un clima de mayor reivindicación identitaria. El resultado es una ciudad que camina hacia una mayor división. A las diferencias económicas, desigualdades sociales y diversidad religiosa de pertenencia, se une ahora las diferencias en religiosidad. Una parte de su población en pleno proceso de secularización, como el resto de la sociedad española, y la otra parte en pleno resurgimiento religioso islámico, algo que sin duda introduce nuevas tensiones porque como afirmaba Durkheim, se necesita un mínimo de “consenso moral” para que las sociedades funcionen.
Las declaraciones en Europa Sur de Laarbi Mateis explican con meridiana claridad el alcance del problema: “El islam que los poderes políticos quieren, un islam light, musulmanes de nombre pero no de práctica. Esto no va a suceder porque las mezquitas están abiertas y están llenas; las iglesias no”.