Lo peor del error cometido por los intransigentes, es que para que triunfe, sólo necesita el aplauso fácil y frágil de los necios, la sonrisa de los hipócritas, el temor de los cobardes, la pasividad de los pusilánimes, el silencio de los elocuentes, y la indiferencia de los sabios. No soy de esos, y a los hechos me remito. Siempre hay una o varias razones que explican, pero nunca justifican, lo sucedido con los titulares de la cofradía del Medinaceli. A veces no las encontramos, con frecuencia no las queremos ver, y casi siempre no las entendemos cuando ocurren, pero el tiempo es el único avalista que aquilata la hipoteca de los hechos de nuestras vidas. Lo ocurrido con el Señor de Ceuta, solo se comprende, a mi modesto entender, bajo dos conceptos paralelos que son las columnas que sostienen mis argumentos; el clericalismo y la iconoclasia. Fenómenos que, en nuestro medio, son los actuales basamentos que sostienen el penoso altar catedralicio de nuestro querido Medinaceli. El papa, en sus intervenciones públicas, critica con frecuencia, lo que él denominó “CLERICALISMO”, concepto bajo el cual la Iglesia proyecta una imagen de poder y privilegios, mientras el papel del laico es sólo rezar y OBEDECER. Francisco advierte: «El clericalismo no deja crecer a los laicos. Cuidado con la tentación del “clericalismo” —con un deseo de señorear sobre los laicos—, pues implica una separación errónea y destructiva del clero, una especie de narcisismo que conduce a la mundanidad espiritual». Decía el papa que «este fenómeno del clericalismo explicaba, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana libertad en buena parte del laicado». Pienso que todos los desgraciados acontecimientos ocurridos en nuestro mundo cofrade, desde los iniciados por el padre Cristóbal Flor en la ermita de San Antonio, a los últimos del Medinaceli en la catedral por su deán, se pueden explicar y englobar en ese término de “clericalismo”. Este concepto está muy cerca, en su sinonimia, del absolutismo. Así es, la única “respuesta” que el padre Cristóbal daba a sus despropósitos era «el cura soy yo», lapidaria afirmación copiada por el presbítero de la famosa frase «el Estado soy yo» de Luis XIV, rey sol francés creador del absolutismo. Francisco indicaba que «la propagación de las comunidades eclesiales, los consejos pastorales y de los grupos bíblicos, van en la línea de superación del clericalismo y de un crecimiento de la RESPONSABILIDAD LAICAL». ¿Les deja el clero algún tipo de “responsabilidad laical” a nuestras hermandades? ¿O sólo son simples “instrumentos” inertes y fácilmente manipulables por la diócesis, como sostiene y predica el padre Cristóbal en sus homilías? En una función principal de culto de la hermandad de Paz y Piedad, su director espiritual, reiteró con desafiante arrogancia su famosa frase: «las cofradías y hermandades sólo son instrumentos de la Iglesia, y como tales instrumentos serán utilizados por la Iglesia, cuando la Iglesia lo estime conveniente». Ante esta apología iconoclasta, que parece haber prendido en la curia, y a la que nadie se opone, ni pide explicaciones, no me extraña lo que está ocurriendo con el Señor de Ceuta. En este artículo quiero exponer, desde mi modesto entender, y siempre basado en mi experiencia; el cómo, el dónde, el porqué, y quien es el mayor exponente del clericalismo y el auténtico germen de la iconoclasia, que ahora el Medinaceli sufre sus principales consecuencias. Creo que la opinión pública debe conocer todos los antecedentes, esos inconfesables “pecados” iconoclastas y “clericalistas” contra una imagen de la Madre de Dios, que oculta el padre Cristóbal Flor, en los más profundos recovecos de su alma. Desde el año 2006, por iniciativa del Padre Pedro Durán, consensuada con su feligresía, una imagen mariana de mi familia participaba en los sencillos y puntuales rosarios de la aurora de la parroquia del valle, y en la ermita de San Antonio. Cuando el padre Cristóbal lo sustituye como párroco, en un principio consiente y participa activamente, pero luego sufre una extraña metamorfosis mental, y cambia radicalmente de postura. Su argumento era que el obispado había cambiado la “normativa” al respecto, no permitiendo ahora que una imagen ajena a la Iglesia pudiera participar en un puntual rosario de la aurora parroquial. Sin embargo, en la reunión que mantuve posteriormente en la diócesis de Cádiz me comunicaron su total desconocimiento de este “problema” en Ceuta, y que nunca se habían pronunciado oficial o extraoficialmente de forma negativa a la salida en Rosario de la Aurora de imágenes de la Virgen María de carácter particular. Es más, allí me aseguró su vicario general de aquel momento, D. Guillermo Domínguez Leonsegui, doctor en Derecho Canónico que, no existe ningún documento, ni ninguna normativa legal que prohíba, directa o indirectamente, la realización de cualquier evento religioso con imágenes ajenas a la iglesia. Padre Cristóbal, todavía estoy esperando que nos enseñe a todos, esa “virtual” normativa. ¿Por qué utiliza argumentos “discriminatorios” que no están basados en la legislación canónica vigente? Y lo que es peor ¿Por qué miente con reiteración y alevosía a sus feligreses, con el falso argumento de esta supuesta prohibición diocesana para justificar sus fútiles propósitos iconoclastas? ¿Por qué un “consagrado” recurre a la patraña con el único fin de despreciar a una inocente imagen mariana? ¿Sabe usted que el diablo es llamado «padre de la mentira» (Jn 8, 44)? Hasta el día de hoy, nadie me ha dado, una explicación “racional” a su conducta, crisol de clericalismo e iconoclasia, semilla del árbol cuyos frutos son los despropósitos que sufre el Medinaceli. ¿Lo hará usted alguna vez? El tradicional rosario de la aurora de San Antonio, lleva tres años sin realizarse por su testaruda negativa. ¿Por qué? ¿Recuerda cuando en su despacho, usted me decía, con aires prepotentes y amenazadores: «yo, como director espiritual, no puedo, por ejemplo, impedir la romería de San Antonio, pero si puedo prohibir su rosario de la aurora»? ¿Recuerda usted cuando trataba de “justificar” su nueva postura diciéndome que quería evitar que la ermita del santo se transformase, en lo que usted denominó, «un nuevo Rocío», solo por la participación puntual de nuestra imagen en un simple rosario? Por cierto, ¿tiene algo en contra del popular fervor rociero? ¿Clericalismo o iconoclasia? En este contexto, usted llegó a decir, en cierta ocasión, que sacar a la calle una imagen mariana de una familia de su parroquia en rosario de la aurora, «era como jugar a las muñecas». Esta frase denota, entre otras connotaciones, un marcado carácter ICONOCLASTA, una falta de respeto a todas las imágenes de la Virgen María, que en ningún caso son muñecas y nunca se trata de un juego. Su actitud “intransigente y beligerante” contra la nueva imagen de la Virgen de la Paz, regalo de primera comunión de un niño, se manifiesta antes su bendición, en su exarcado iconoclasta del Hacho. Cuando llega a su conocimiento que el programa Haciendo Hermandad pretendía grabar esta hermosa talla, usted reacciona ordenando su traslado inmediato fuera del recinto. En ese momento el discreto altar de la Virgen estaba en una pequeña habitación de la casa de Hermandad anexa a la ermita, pues usted se negaba a que, en ningún momento, ni si quiera durante el acto de la bendición, estuviese en el interior del templo, junto al santo. Aunque en un principio, usted intentó impedir la grabación, viendo luego que era imposible por los compromisos adquiridos con el programa, ordenó que el altar mariano fuese filmado en el exterior de la ermita. Su único argumento era que esta imagen -por no ser propiedad de la iglesia- nadie debía verla junto al santo. ¿Recuerda su enorme “preocupación” porque la presencia de nuestra Virgen ocasionase un supuesto «efecto llamada», según el cual otros fieles también podrían llevar sus imágenes a la ermita? ¿Cómo definiría usted su actitud? ¿Clericalismo o iconoclasia? ¿Por qué la bendición de la imagen de la Virgen del niño tuvo que ser realizada en una pequeña habitación de la casa de hermandad de la cofradía de San Antonio cuando usted había acordado conmigo y con su Junta de Gobierno realizarla dentro de la ermita junto al santo? ¿Por qué cambia radicalmente de opinión? ¿Por qué ni antes ni al finalizar la eucaristía de la tarde de la bendición de la nueva imagen, en mayo de 2011, en San Antonio, usted no dice nada relativo al acto a los feligreses que llenaban la ermita, y que en su inmensa mayoría habían acudido expresamente a la bendición que se iba a realizar a continuación de la misa? ¿Por qué tuvo que ser un hermano de la cofradía, el que advirtiendo su deliberada omisión informativa, comunicó a todos los presentes –que no entendían nada de lo que estaba ocurriendo- que la bendición de la imagen se iba a realizar en la casa de la hermandad y no en la iglesia? De nuevo se repite parte de la historia. Existe un paralelismo entre el estado actual del altar catedralicio del Medinaceli, y aquel que se montó fuera de la ermita del santo siguiendo las instrucciones precisas impuestas por usted, padre Cristóbal. Nunca olvidaré, el tono y el contenido de las palabras que usted me dijo: «el día de la bendición no quiero ver allí un altar con dos velas». ¿Por qué usted me impone como condición para bendecir la imagen de la Virgen de mi hijo que nunca debe ir acompañada por dos velas? En la liturgia católica la luz de las velas es símbolo de la presencia del Espíritu Santo. La Ordenación General del Misal Romano establece que «los dos candeleros, son necesarios en cada acción litúrgica como expresión de veneración o de celebración festiva, deben ser siempre colocados, de la forma más conveniente, o sobre el altar o alrededor de él o cerca del mismo». ¿Cómo se puede explicar su exigencia de bendecir a la imagen de la Virgen «sin dos velas»? ¿Cómo llamaría usted a esta actitud Padre Cristóbal? ¿Clericalismo o iconoclasia? ¿Quiso invalidar ante los ojos de Dios esta ceremonia? ¿Por qué utilizó usted, Padre Cristóbal, durante la bendición de esta inocente imagen infantil un tono de voz tan deliberadamente bajo y susurrante, que ni siquiera las personas más cercanas a la Virgen, pudieron oír las breves e insípidas palabras por usted pronunciadas? ¿Por qué el altar del Medinaceli no tiene nada, ni velas, ni flores, solo oscuridad y abandono? ¿Por qué tampoco está en el lugar que le corresponde? ¿Casualidad o consecuencia? Me resulta increíble todo lo que ha hecho usted en contra de una imagen mariana, cuyo único «gran pecado» es no ser propiedad eclesiástica. Me molesta la “forma” en la que usted lo ha hecho. Debería saber, Padre Cristóbal, que todos rezamos a la misma y única Virgen María, que no tiene dueño terrenal, que nunca es propiedad material de nadie, pero que espiritualmente nos pertenece a todos los cristianos, sus hijos. Pero quien ofende y desprecia consciente y deliberadamente a una imagen de la Virgen María, por irrelevante que para usted sea, ofende a “todas”, porque “todas” ellas representan a la Madre de Dios. Nunca pasará al olvido Padre Cristóbal, su semilla de la iconoclasia y su soberbio clericalismo quedarán para siempre grabados con hierro y fuego en la historia de los despropósitos de nuestra Iglesia. Siempre que le he preguntado sobre este tema, solo he recibido el continuo desprecio de su inexpugnable silencio, ocasionalmente roto con su autárquica frase: «el cura soy yo». Tenga la completa seguridad Padre Cristóbal, que su execrable conducta, germen del clericalismo y la iconoclasia actual, quedará expuesta sine die en el lóbrego museo virtual que atesora ya las inexplicables vergüenzas de su legado parroquial como un vasto estandarte de su todopoderosa actitud egocéntrica, contraria a la ley de Cristo, y al derecho canónico. Nunca olvide que la “PAZ” que usted impuso con la fuerza del clericalismo de su espada contra algunas imágenes, sólo ha sido el preludio de una nueva “guerra”, cuyos “purpúreos aliados” han propiciado, como principal efecto “colateral”, la actual situación de desidia y abandono del Medinaceli. Cada vez que emprenda una nueva “campaña contra la PAZ”, pregúntese antes, si ésta revela su verdadera condición cristiana ante el hombre, y su genuina “IMAGEN” de vocación sacerdotal ante los ojos de Dios. Percibo en el cargo que ostenta, un sentimiento de superioridad, de “señoreo” sobre los laicos como decía el papa, signo inequívoco de ese CLERICALISMO absolutista y radical denunciado por Francisco, que denota una “iluminada” egolatría narcisista, que ha desembocado en sibilíticos y fatuos comportamientos iconoclastas. Parece que su desaforado orgullo impone a los demás una sumisa, injusta y desmedida subordinación contraria a los deseos del papa. ¿Cree usted tener privilegios que, en realidad, Dios no le ha dado, aunque el hombre se lo permita, por temor, conveniencia, ignorancia o hipocresía? Francisco se reunió en la Capilla Palatina con los sacerdotes de la diócesis para recordarles que lo mejor era decir las cosas a la cara, advirtiéndole que «las habladurías entre el clero son obra del diablo, y de esta forma ataca el centro de la espiritualidad del clero diocesano». Le recuerdo padre Cristóbal que yo siempre le he dicho las cosas a la cara. Pero usted se ha encargado de las “habladurías entre el clero” y en su feligresía, trasmitiendo el virus de la iconoclasia en la curia. El Papa también habló de la «amargura en los sacerdotes, de la imagen de la Iglesia de los enfadados». ¿Cambiará alguna vez su cara de enfado y amargura cada vez que vea una foto de esa imagen mariana que usted despreció? ¿Dejará algún día de arrancar sus carteles? Francisco decía que «el estado de enfado constante no es del Señor, y lleva a la tristeza y a la desunión». Debe admitir que es muy difícil perdonar desde la tristeza y el enfado, sobre todo, si antes no se ha restituido, en la medida de lo posible, el daño producido con premeditación y alevosía. El PERDÓN de los cristianos solo es hijo del AMOR y de la PAZ. Pero decía Juan Pablo II que «la PAZ exige cuatro condiciones esenciales: verdad, justicia, amor y libertad». Para encontrar el amor y la paz verdadera, antes debería usted trabajar por y para la JUSTICIA. Si verdaderamente ama la justicia, busque y luche siempre por la VERDAD, y no la oculte ni la tergiverse. Ya va siendo hora de que los laicos caballas, aunque sigamos rezando, dejemos de obedecer SIN RECHISTAR. Es urgente que “cada cual se ponga de una vez en su sitio”, que se sequen los ríos torrenciales de la iconoclasia y del clericalismo que nacieron con prepotencia en el monte Hacho y que ahora inundan nuestros valles. Es necesario que los cofrades reclamen, con LIBERTAD y desde la PAZ, al obispado lo que por JUSTICIA legalmente les corresponde: el respeto, la “custodia” y la “patria potestad” legal de sus imágenes, VERDADES que sostienen, no solo el derecho del hombre, sino también el derecho de Dios.