Llevamos décadas contemplando por la televisión las consecuencias de los conflictos de poder en varias regiones y países de nuestro alocado mundo humano.
Desde hace pocos días no cesan de informar sobre la infamia que se está perpetrando contra miles de personas que habitan en Gaza. Un exterminio indiscriminado en el que todos pagan por un asesinato cometido contra unos inocentes chicos judíos, la perfecta excusa para que una clase política con menos escrúpulos que otras, pero solo eso, sea jaleada por su electorado que espera enfervorecido el botín sangriento que demanda su delirio enfermizo de fanática religión. En esta zona del planeta, como en tantas otras, las matanzas están al cabo de la calle y se tiene la sensación de que una bomba o una ráfaga de cualquier sofisticada arma del siglo XXI acabarán con nuestra vida. Todavía tengo recuerdos vívidos de situaciones prebélicas vividas en el Líbano y nunca olvidaré la entrada masiva de refugiados sirios en nuestro hotel de Biblos una madrugada de hace dos años.
Este tipo de episodios son tan indignantes que me hacen reconsiderar las tesis de Wilson sobre el determinismo epigenético de la guerra en nuestra especie, una suerte de maldición científica con tintes de creencia que según algunos persigue a nuestra especie desde su aparición. Por fortuna, basta una mirada de reojo a los textos que analizan las alianzas naturales y a mis propias experiencias con la naturaleza, incluida la humana, para desmantelar el discurso capitalismo científico con una clara tendencia hacia el darwinismo social. Llegar a tener un mínimo juicio crítico sobre estos temas exige como mínimo unas lecturas reflexivas de la mano de expertos que conozcan no solo los hechos sino que puedan reflexionar a partir de las propias experiencias vividas en esta conflictiva región. En principio debemos tener en cuenta el juicio histórico que pone de manifiesto un ancestral odio entre las dos partes en conflicto; en la antigüedad se enfrentó el politeísmo frente al inicio de una extraña religión monoteísta que, más o menos huyendo del Sumer y Mesopotamía, pretendía proliferar en una zona que hoy denominamos palestina; los inicios del judaísmo y la aparición del gran rey David. Resulta curioso comprobar que el actual territorio de Gaza coincide con los lugares ocupados entonces por los Filisteos que, por otra parte, ha pasado a ser un pueblo muy bíblico tanto para los judíos como para los cristianos. Después de la segunda guerra mundial, que es cuando se establece el estado de Israel, es mejor tener a tres guías intelectuales y con una visión crítica del problema. Dos son de origen judío (Hanna Arendt y Tony Judt) y uno de origen musulmán (Sami Nair). Judt, pasó por el hechizo del kibutzismo y lo dejó atrás desilusionado e indignado por el contraste entre el cándido intento de conformar un socialismo refinado intelectualmente y de elevada moral por parte de jóvenes universitarios europeos y la masa judía y antiárabe que fácilmente hubiera continuado hasta conquistar siria y extirpar la cultura árabe. Esa fue una revelación decepcionante que el joven Judt experimentó cuando salió de la burbuja psicológica del kibutz y se embarcó en la aventura de la guerra de los seis días. Leyendo sus magníficas reflexiones del hecho judío europeo podemos seguir sus interesantes análisis sobre la política israelí y lo que es más importante, entender, al menos en parte, la mentalidad que alienta estas desproporcionadas respuestas militares propias de seres humanos desesperados por sobrevivir más que de una sociedad israelí que desea dar una imagen de modernidad y prosperidad al estilo occidental. Según Judt, son justamente las mentalidades judías sin tradición democrática, y que han estado viviendo en regímenes autoritarios (aristocráticos y comunistas), las que orientaron finalmente la construcción del estado de Israel y, sobre todo, los que están dominando la política de agresividad constante hacia los vecinos que les ofrece tantos réditos electorales. Una respuesta tan demencial como la que estamos viviendo solo parte de personas muy estúpidas y sin alma, que disparan misiles como si se tratara de un acto burocrático en el que no se asesina directamente, y a la distancia suficiente para no ver la sangre chorreando, vamos, y es más fácil para un gran estúpido desentenderse de las consecuencias de sus actos. Por este motivo, los judíos más fanáticos no pueden soportar las tesis de Arendt en la que afirmaba el concepto filosófico sobre la “banalidad del mal”, poniendo de manifiesto las enormes limitaciones de la masa humana para elevarse moralmente y tomar decisiones correctas. En la política actual israelita dominada por los más estúpidos y nada refinados, por no decir de los ortodoxos, la aceptación de las tesis de Arendt, es reconocer que están cometiendo actos tan deplorables como los sufridos por muchos judíos durante el holocausto, y por lo tanto significa remover los cimientos del delirio colectivo sobre el pueblo elegido y la tierra prometida.
Del otro lado del muro, los tribalismos, ancestralismos y fanatismos religiosos también campan a sus anchas como reconoce el politólogo Sami Nair. De manera que perder constantemente las batallas contra Israel se ha convertido en una forma de vida para muchos palestinos y otros musulmanes refugiados en el Líbano o Siria. Mientras tanto, grandes concilios islámicos se hacen necesarios para ayudar a modernizar unas sociedades de por sí preparadas para el fanatismo sea del signo que este sea. Pienso que Senegal puede ser un paso interesante en repensar la cuestión islámica. Mientras tanto, en la marinera ciudad, se echa de menos discursos políticos dispuestos a alzar la voz para proponer una modernización de la religión islámica.
Las recientes manifestaciones convocadas en Ceuta a favor del pueblo palestino y contra las masacres son actos loables en defensa de la paz, la reconciliación y el derecho fundamental a la vida de todos los seres humanos y sobre todo de los inocentes. Sin embargo, no es menos cierto reconocer que hay otra gran variedad de posibilidades de protesta por motivos igualmente reprobables en las que no parece que se desee organizar manifestaciones similares que otorgarían la coherencia al movimiento político organizador.
Algunos ejemplos podrían ser además de la masacre genocida contra el pueblo palestino perpetrada por el estado de Israel: El genocidio del pueblo Kurdo por parte de varios países; el genocidio del pueblo armenio y la destrucción de sus santos lugares que se perpetra en Turquía, el genocidio de Somalia y de tantos conflictos en el África profunda, la guerra de Ucrania y la destrucción del avión de pasajeros; la horrible mutilación de las niñas que caen en manos de los fanáticos misóginos practicantes de la religión musulmana; ¿porqué no manifestarse en contra de la inferencia siria en la política libanesa o por tantas otras causas que merecen nuestra atención esté o no la cuestión árabe relacionada con los hechos que merecen nuestra más enérgica reprobación?. En fin, somos libres de poner nuestra atención en los asuntos que estimemos convenientes pero la falta de coherencia no nos hace precisamente ser más refinados ni nos eleva moralmente, y mucho menos cuando se practica la militancia dentro de un partido o plataforma política que se presenta a las elecciones en los periodos electorales correspondientes. En una ciudad tan necesitada de elevarse hacia cambios de mentalidad que promocionen las relaciones y el entendimiento aceptando las diferencias socio-culturales, las manifestaciones selectivas, en cuanto a la temática, pueden unir étnicamente y religiosamente a los manifestantes con aquellos con los que comparten patrimonio cultural pero no crearán vínculos esenciales entre los ciudadanos en sentido amplio.