Ya no es posible dudar de que esta es una democracia de medio pelo. Cuando en un país que se dice democrático puedes correr el riesgo de acabar sentado en un banquillo por expresar en público tus opiniones, mal asunto.
Entonces, como en las dictaduras, has de ejercer tu propia censura o cogértela con papel de fumar si quieres que tus opiniones no te puedan causar problemas con los defensores de la ortodoxia más reaccionaria, dictatorial y tiránica. Sí, esa ortodoxia a la que no se le cae de la boca que ellos son los demócratas y el resto son fachas, rancios, casposos, xenófobos y racistas. Sí, hombre, esa ortodoxia que reparte carnets de demócratas. Pero, claro, como decía el poeta Ezra Pound, si alguien no está preparado para correr riesgos por sus opiniones es porque sus opiniones no valen nada o es él el que no vale nada. Pues algo de eso debe haber cuando uno insiste en expresar sus opiniones desde hace ya muchos años sobre un tema tan caliente, de los que queman de verdad, tal cual es la inmigración ilegal.
Ya se ha dicho por activa y por pasiva y por perifrástica que esta violenta inmigración asaltavallas no es tan inocente e ingenua como la quieren hacer aparentar. Detrás de todo esto hay algo más que unos simples individuos muertos de hambre y ansiosos de vivir en un paraíso democrático y de libertades infinitas. Ya no cuela. Se está viendo el esfuerzo ímprobo que están haciendo organizaciones económico-financieras mundiales, ONG de dudosa conducta o no, organizaciones supranacionales, los esfuerzos de ciertas personalidades europeas o mundiales para convencernos de que es imposible que Europa prospere sin ser un magma multicultural de etnias, religiones, nacionalidades, culturas y costumbres heterogéneas. Un magma que haga gobernable y dócil esa sociedad multicultural sin que se escuchen opiniones contrarias a las que la ortodoxia impone. A ello habrá que añadir la claudicación del espíritu crítico por vía de aplicación de leyes restrictivas con la libertad de expresión. En otras palabras, que será punible la denuncia de la destrucción étnica de las sociedades europeas por elementos extraños a Europa, y, asimismo, que ello tan sólo se está llevando a cabo en Europa, pues a nadie se le pasa por la cabeza someter a esta sustitución poblacional a chinos, japoneses, paquistaníes, asiáticos en general, africanos y países arabo-islámicos. Pues bien, quien exprese en público tamaño desaguisado y se oponga a esa sustitución poblacional en voz alta, como, asimismo, se oponga a que nos dejemos sustituir sin denunciarlo, todo ello será pasado por el tamiz del famoso 510 del C.P., tan querido a quienes carecen de argumentos para enfrentar a los que se oponen rotundamente a estas invasiones.
Creíamos que la diversidad de opinión caracteriza a las democracias, no los insultos, las ofensas y las amenazas. Creíamos que opinar de forma diferente o discrepar no convertía a uno en el enemigo público número 1. En el enemigo a batir. ¡Cuán equivocados estábamos! Discrepar no está bien visto en esta democracia de medio pelo. Hemos de comulgar con la rueda de molino de la inmigración ‘asaltavallas’ para que no nos llamen xenófobo, o, aún peor, que nos sienten en el duro banquillo de los acusados. ¡Vivir para ver! Ni en España ni en la UE hay libertad de opinión para debatir las consecuencias dramáticas de esta inmigración ilegal. El único mantra que cabe airear es que ni las concertinas, ni las vallas, ni ningún otro artilugio pueden frenar la inmigración ilegal. Pero si hoy eres tolerante a este respecto, mañana serás extranjero en tu propio país. Pero, ¡cuidado!, mañana no valdrá la excusa de decir que no lo sabíamos.
De lo que se trata es que el ciudadano europeo se acostumbre a que las fronteras sean violadas continuamente y los violadores se vayan de rositas sin ningún castigo y que, además, se les proporcione ropa, comida, cama, sanidad, dinero de bolsillo y atención sanitaria. Así, cualquiera se arriesga a ponerse en camino desde la polvorienta aldea hasta Ceuta o Melilla y saltar las vallas, visto que nadie se lo va a impedir -pues obispos, la casta política, ONG, izquierda, sindicatos, prensa vendida y silente, los filosionistas y filomasones de la UE y demás tontos útiles están ojo avizor-, si al final del camino les esperan con los brazos abiertos para ofrecerles todo ese mundo que han visto a través de las parábolas. A este respecto, ya no hay duda de que la inmigración ilegal ‘asaltavallas’ está siendo exponsorizada por la UE, y ejemplo de ello es la comisaria de interior, la inefable Cecilia Malmström con sus declaraciones.
Es tan proverbial el grado de estulticia al que estamos llegando, que lo que debería ser un hecho incontrovertible, natural y obligado por simples e inequívocas razones de seguridad nacional, defender a ultranza y blindar a macha martillo las fronteras, ya se contempla como propio de racistas, xenófobos, fascistas, nazis y demás epítetos. ¿Cómo es ello posible? ¿Tan bajo hemos caído? ¿Tan degenerados estamos? ¿Tan locos estamos? Pues, sí, debemos estar locos para aceptar esta situación sin mover un músculo. Nos creíamos que era divertido y progresista permitir la inmigración en cualquiera de sus variantes, ahora nos espera el caos.
Mientras tanto, aquí, en España y en la UE, hablan y hablan, parlotean sin cesar en un diálogo de besugos –¡buenos días!, ¡buenas tardes!, ¿recuerdan?– sin querer enterarse de que esta sociedad está en peligro y no hay tiempo que perder. Pero, claro, a ellos no les llega, ni llegará, esta marea inmigrada, pues han puesto mucho cuidado en ponerse a buen recaudo, ellos y sus familias. Así, pueden seguir teorizando mientras siguen invadiéndonos impunemente por centenares, ya por miles, de extranjeros. Hemos olvidado que nadie tiene derecho a invadir un país extranjero, y que la inmigración debe ser dentro de la legalidad, lo contrario es invasión y la ley del más fuerte. Así, vamos al matadero.