Se ha insistido en que causas políticas, económicas, sociales, crisis moral y religiosa, inestabilidad del Estado, crisis demográfica, hedonismo, antipatía hacia el ejército, incapacidad del Estado ante las invasiones bárbaras, fueron las que minaron el Imperio Romano desde el siglo III hasta su definitiva caída en el siglo V. Asimismo, se ha soslayado, o no se ha querido ver con claridad, que la irrupción de una nueva doctrina religiosa intolerante a todas luces, como era el cristianismo, con el Panteón de dioses ya establecido en Roma, podría en cierta manera haber sido una causa más en la citada caída del Imperio Romano. Al principio de las invasiones bárbaras, los cristianos vieron con cierta simpatía a los invasores pues los consideraban de algún modo salvadores de las persecuciones que estaban sufriendo a manos de algunos emperadores romanos. Esta confraternización de los godos con los cristianos se vio como la gran amenaza de Roma. En ciertos momentos del Imperio se señalaron a los cristianos como responsables de los males de la época.
Parece ser que la nueva religión de estos tiempos se llama “derechos humanos”. Nueva religión dispuesta a anatematizar lo que dábamos por sentado que era sagrado, entre otras cosas, las fronteras de los países. Ya no, ya han dejado de ser sagradas a la luz de la nueva religión: “los derechos humanos”. Se admiten toda clase de tropelías hechas en nombre de “los derechos humanos”. Incluso la violencia en nombre de la nueva religión deja de ser violencia punible, encuentra justificación. Se asaltan las fronteras con toda la violencia de que se sea capaz, al tiempo que se esgrimen artefactos para intimidar a los defensores, o bien, para hacer uso de ellos si fuere necesario. Es la nueva religión, tan intransigente como el cristianismo en tiempos del Imperio Romano, y después también. Incluso tiene, como toda religión, sus Mandamientos inmutables, su jerarquía, sus beatos fanáticos, sus tribunales y sus castigos para el disidente, ¡ah!, y su infierno. Toda una religión, en verdad, esta de los “derechos humanos”.
No hay ningún bien ni valor superior a esta nueva religión de Europa. Ni siquiera se pueden citar como valor superior la convivencia y concordia en el tejido social de los países europeos (amenazadas por estas invasiones), que las sucesivas generaciones de europeos se han dado después de trabajar duro, de privaciones y de dos guerras terribles en el siglo pasado. No hay límite para el campo de acción de esta nueva religión europea: “los derechos humanos”.
Acaso, estamos tan gozosos y entretenidos con esta nueva religión europea, que se nos escapa que si nos escudamos detrás de los “derechos humanos” para no repeler contundentemente estos asaltos violentos a las fronteras españolas, les estaremos haciendo un flaco favor a los mismos “derechos humanos”, y, eso sí, nos precipitaremos en el abismo, dando por desaparecida España como Estado de Derecho. Pues un país que no es capaz de defender sus fronteras no tiene ningún futuro. Está perdido. Condenado a ser un Estado fallido. Si los “derechos humanos” contaminan todo, cual religión, entonces se pierden los matices de lo que está pasando, se minimiza la gravedad de lo que acontece en nuestras fronteras, y se califican esos hechos como “hechos puntuales”. Todo muy peligroso, según opinión del disidente, y, por el contrario, muy gratificante para esos apóstoles de la nueva religión europea.
Es tal la fuerza de la nueva religión y del celo de sus apóstoles, que la ciudadanía está como paralizada ante las invasiones de masas africanas violentas. Pareciera que siente una terca fascinación por la inmigración. El comportamiento de los ciudadanos melillenses y ceutíes ante estas invasiones es incomprensible a todas luces. Su comportamiento está hasta tal punto contaminado y prostituido por esta nueva religión y sus secuaces que no reaccionan, no se sienten concernidos ante lo que se les está viniendo encima. Los ciudadanos están idiotizados, resignados, embotados, por esta religión de “los derechos humanos” y sus apóstoles y voceros. Están petrificados. La nueva religión europea de “los derechos humanos” los ha hecho sentirse culpables de las miserias de los asaltantes africanos, y las invasiones son la penitencia que han de pagar por ser culpables de ese mundo de miseria africano. Con las invasiones expían sus culpas. Caminan hacia la desaparición de su mundo heredado, con la sonrisa helada y estúpida en la cara. Se echan en brazos de sus asaltantes agradeciéndoles que sean la causa de su suicidio colectivo. La nueva religión europea de “los derechos humanos” les ha cambiado el cerebro. Se sienten contentos y entregados. No les importa. Aceptan sus culpas y quieren expiarlas. Es el mundo al revés. Es un mundo de pesadilla. Es un mundo que ni en nuestros peores momentos podíamos haber imaginado. Es el mundo en el que el disidente es perseguido por sus opiniones, es perseguido por lo que George Orwell etiquetó como thoughtcrime, delito de opinión. Es una religión de locos. Ante esta nueva religión de “los derechos humanos”, las demás leyes, normas y reglamentos han de inclinarse. Es la nueva religión de Europa, que colaborará, como hizo el cristianismo, a la desaparición de la civilización europea tal y como la hemos conocido.