El pasado miércoles, mi mujer, que recientemente ha sufrido una operación en su mano derecha, coincidió en una conocida pastelería ceutí con otro cliente, un señor que llevaba enyesados el antebrazo y la misma mano. Ambos, diestros los dos, se quejaban de las dificultades que les suponía no poder utilizar dicha parte del cuerpo. Pues bien; resultó que aquel señor era miembro de la Guardia Civil y estaba herido a consecuencia de una de las pedradas lanzadas por los subsaharianos durante los graves sucesos acaecidos junto a la cercana línea fronteriza que separa España y Marruecos. Pocos, muy pocos, se acuerdan de éste y de sus otros dos compañeros que también sufrieron lesiones a consecuencia de dicho intento de penetrar violenta e ilegalmente en territorio español. Al parecer, lo “políticamente correcto” es poner como chupa de dómine a quienes cumplieron honestamente con su deber de impedir que una avalancha incontrolada de cientos de subsaharianos entrara por la fuerza en España. ¿Para qué van a preocuparse por estos heridos? Creen que les resulta más rentable atacar al Gobierno y, de paso, a la propia Guardia Civil, queriendo explotar electoralmente –en algunos casos– el doloroso episodio de la muerte de catorce emigrantes, que atribuyeron a la actuación de los agentes de la Benemérita, cuando con posterioridad se ha demostrado que no fue así. La Guardia Civil hizo lo que tenía que hacer, y supo, además, hacerlo bien. Como en otras ocasiones, y con gobiernos de distinto signo.
Hay que preguntarse qué medidas hubieran adoptado tantos críticos de gabinete ante esa turba de desesperados. ¿Abrirles la frontera, para que al día siguiente se presentaran allí, exigiendo el mismo trato, esos miles y miles de subsaharianos que vagan por Marruecos? ¿Intentar convencerlos con buenas palabras, logrando así el imposible de que se dieran la vuelta, sin más? ¿Ordenar que la Guardia Civil, en formación, les rindiera honores a su entrada en territorio nacional, y los escoltara triunfalmente hasta el ya abarrotado CETI? Es muy fácil criticar cuando no se ha estado en primera línea, ya sea desde Madrid o, para colmo, desde un despacho de Bruselas, cuando aquí se está dando la cara para paliar un problema que afecta a toda Europa. Lo que resulta absurdo es que incluso haya quienes despotrican desde la propia Ceuta.
Se ha puesto en solfa también el rechazo de los que llegaron hasta nuestra playa de El Tarajal, diciendo que ello se opone a los preceptos de la Ley de Extranjería. Pero nadie dice que la propia existencia del CETI no está contemplada en dicha Ley, que únicamente prevé Centros de Internamiento de Extranjeros, en los cuales la estancia solo puede durar hasta quince días, de forma tal que una vez transcurrido dicho plazo, si no ha habido expulsión, el inmigrante sale, sin papeles pero sin que se le impida circular por todo el territorio nacional. Aquí, con el CETI, donde no están en régimen de internamiento, las estancias se alargan y alargan en el tiempo, lo que convierte a Ceuta entera en un indeseado lugar de reclusión para personas que no tienen el menor deseo de permanecer en esta ciudad, de la que no se les deja salir, sino que su idea fija es la de saltar cuanto antes a la Península. Una carga más, en fin, que hemos de soportar los ceutíes ¿Dónde viene todo esto en la Ley de Extranjería?
El “no a las fronteras”, la acogida fraternal a cuantos lleguen atraídos por ese supuesto paraíso terrenal que erróneamente sitúan en Occidente, la propuesta de que quienes vivimos mejor estamos obligados a compartir nuestro bienestar, aun a costa de perder una parte de las conquistas conseguidas, podrían constituir ideales tan comprensibles como absolutamente utópicos e inalcanzables. Cuando la crisis y el paro azotan a muchas naciones occidentales, entre ellas, y de modo muy particular, a España, hemos podido comprobar cómo en diferentes países los ciudadanos se revuelven indignados ante cualquier mínimo recorte que les suponga cierto menoscabo en lo que consideran sus derechos. Manifestaciones, incidentes, pancartas, protestas airadas, escraches, ataques a los gobiernos, descenso de la popularidad y de las perspectivas electorales de éstos, suponen -y más en una democracia, donde el pueblo es soberano- una muestra evidente de esa intransigente y acendrada postura, que no atiende a razones y que siempre es explotada por la oposición de turno.
Y para los medios informativos en general, una observación. Hablan en titulares y en el texto de las noticias de “los sucesos de Ceuta”. Aquí, salvo el episodio de la playa, no ha sucedido nada. La terrible desgracia de los catorce muertos se ha producido en tierra y aguas de Marruecos. Y, además, con todo el bombo que se viene dando al caso, ya se ha informado a futuros asaltantes de que los disparos no hacen daño, porque son de fogueo, y de que las pelotas de goma se lanzan con todo el cuidado del mundo para no lesionar a nadie. Puestas las cosas así, mucho me temo que el siguiente asalto vaya a ser más que temible.