Vaya por delante el reconocimiento, por mi parte, de no estar al tanto sobre todos los factores que inciden en el actual problema de los polígonos de El Tarajal. Escribo simplemente como lo que soy: un ciudadano medio que observa, preocupado, las dificultades, los incidentes y las protestas que surgen desde aquel importante núcleo de naves comerciales.
En su momento, pareció que el denominado “puente del Biutz” iba a ser la solución, pero ahora resulta que forma parte del propio problema. Sucede que los citados polígonos fueron proyectados sin dar a sus calles la anchura la experiencia ha demostrado que necesitaban. Sucede que las razonables medidas recientemente adoptadas por Marruecos respecto del peso y el tamaño de los bultos que cargan los porteadores han provocado en éstos la necesidad de hacer más viajes diarios, a fin de obtener, al menos, una compensación económica similar a la que conseguían antes, lo que –lógicamente- ha incrementado el número de entradas y, con ello, el caos interno en el lugar. Sucede que, además, entran nuevos porteadores. Sucede que el Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil, con la colaboración de la Policía local, tratan de ordenar y regular ese caos, priorizando la seguridad (constitucionalmente, esa es una de sus misiones esenciales), pero con su actuación ponen de los nervios a los empresarios. Sucede que se intenta, por todos los medios, evitar el paso de porteadores por la Aduana. Sucede que Benzú quedó cerrado a cal y canto para el trasiego de mercancías. Sucede que tanto los polígonos como el Puente del Biutz se han quedado pequeños para tanta aglomeración de personas y vehículos. Y sucede, en fin, que una frontera es cosa de dos, por lo que no se debería exigir a las administraciones españolas –de cuya buena voluntad no dudo- aquello que les resulta imposible realizar, al quedar fuera de su competencia territorial.
Ahora se espera con interés la apertura del nuevo Puente Tarajal II. Quizás debería mantenerse el de tamaño más reducido, es decir, el del Biutz, para la entrada, y dedicar el nuevo para la salida, con lo que posiblemente se evitaría gran parte de la congestión actual. Como casi todo, ello no dependería solamente de España, sino también de la postura que adoptasen al respecto en el otro lado.
Como un probable remedio al problema, se viene insistiendo en la petición al Gobierno para que se establezca la Aduana comercial. La cierto es que este lado de la frontera está preparado para ello, pero para que funcione una Aduana comercial es absolutamente necesario que el país vecino esté dispuesto a crearla, y no parece que allí estén por la labor, ni siquiera aunque interviniese la Unión Europea. Por mi parte no acabo de ver, en la actual coyimtura, las grandes ventajas que se supone derivarían de la Aduana comercial. Recuerdo, de mis treinta años como Secretario de la Cámara de Comercio, que el interés por la creación tal Aduana se vinculaba estrechamente con lo que ello supondría para el movimiento de mercancías en el puerto ceutí, pero tras la puesta en actividad del denominado “Tánger II” considero que esa expectativa ha perdido gran parte de su vigor.
Hay una palabra que todavía no figura en el diccionario de la Real Academia Española, pero que se viene usando coloquialmente -incluso por sesudas personalidades- con toda normalidad. Basta oír las tertulias televisivas o radiofónicas para comprobarlo. En el “Diccionario urbano” de internet sí que está recogida, con el significado de “situación liosa, confusa, compleja o desparramada.- Barullo, lío o embrollo”. Me voy a permitir la licencia de utilizarla, porque viene al caso como anillo al dedo. Se trata de “carajal”, Pues bien; solo queda desear, por el bien de todos, que el carajal de El Tarajal se solucione, en cuanto sea posible, a plena satisfacción de las partes afectadas.
Y Ceuta, como ciudad, es, sin duda y hoy por hoy, una de las que más lo están.